La alegación presentada por la UDCE para que los políticos no cobren por su asistencia a los plenos será tachada de oportunista. Seguro. Quizá hasta de demagoga. Puede. Pero lo cierto es que ha conseguido poner en un aprieto al Gobierno. En dos semanas tendrá lugar el pleno de los presupuestos y conoceremos de qué manera responde el Ejecutivo a esta propuesta. Puede hacerlo buceando en la reciente historia plenaria y buscando los acuerdos en los que UDCE levantó la mano para subirse el sueldo. O puede hacerlo con comparativas de los sueldos que se estilan en otros Gobiernos para hacernos ver que, encima, tenemos que estar agradecidos porque nuestros políticos trabajan mucho pero cobran bien poco. Habrá que esperar al 17-D para saber cómo sale el Ejecutivo del enredo sometido. Lo veremos en su día, porque lo que hoy ya vemos es que Alí ha puesto el dedo en la llaga de un asunto que tiempo ha debería haber desencadenado un debate social: ¿Por qué se mete uno a político?, ¿y por qué es tan difícil dejar de serlo?
Visto el panorama que nos rodea resulta sencillo responder a la primera cuestión. Si quien se mete en política lo hace por vocación, no debería asustarle dejar de cobrar por ello y trabajaría sin provocar escándalos ni generar tantas quejas como las que se estilan. Estudiaría, se formaría y debatiría sobre algo más que una cabina telefónica cuando existen problemas de una gravedad insultante.
De la segunda pregunta tienen ustedes la respuesta. Resulta complicado dejar el sillón que uno ha calentado años y ya se ha convertido en el pan nuestro de cada día esa búsqueda de una ‘salida airosa’ dentro del ámbito público. Se hace en forma de plaza, se hace en forma de colocaciones en empresas beneficiadas y se hace formando parte de entidades creadas al efecto por la propia clase política.
Hoy en día ser político es rentable. Y eso resulta peligroso cuando sabemos que por asistir a un pleno, callar, mirar, soñar, dormitar y levantar la manos -encima a veces se equivocan-, uno cobra 1.500 euros al mes. Eso ha pasado durante años, ahora lo denuncia UDCE, ¿oportunismo? puede, pero ayuda a reflexionar sobre el negocio redondo en que se ha convertido una de las mayores artes.
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