Categorías: Opinión

Soy mala

Créanme que así me siento, debe ser la cercanía de la cuaresma, que me reviene todos mis pecados, porque acabo de ver que los politiqueos americanos han amañado una fiesta tradicional japonesa , como es la del florecimiento de los cerezos, para recaudar fondos y trasladarlos a solucionar el desastre que salió de los mares y se enrocó en las centrales nucleares.                                                                                                                             
Les digo que soy mala y me reafirmo, porque sé que lo de Japón es una barbaridad, que han tenido muy mala suerte, tan ascéticos ellos, tan trabajadores, que son capaces de sacar su economía maltrecha y la nuestra de paso, fíjense si les admiro y les creo capaces, por poco que se pongan en ello, lo que me joroba es la hipocresía social, el mirar para donde nos da la gana, porque debe ser que en África ya no se muerte nadie de hambre, y que los gaseoductos,  ya no explotan, llevándose miles de vidas, porque roban su útero fértil, para sobrevivir o que los trenes ya no descarrilan en la India o que las inundaciones de Australia ya se han calmado, porque no los veo, solo la preocupación por si las centrales nucleares aguantarán el jaque mate de la opinión pública o las eólicas ganarán –finalmente-la batalla.
Ha muerto una criatura de 18 meses y nos venden que la culpa la tiene, no la desatención de sus padres, hacia el bebé, sino que son veganos, o sea naturalistas de los vegetales, o sea que no comen carne , o sea ecologistas, que llevan al extremo eso de  proteger el planeta, con lo jodido que está el pobre, y lo poquísimo que nos importa.                                  
En Telecinco, fagocitaria factoría de los horrores,  su musa de las barbaridades esperpénticas,  nos vende que es capaz de vivir sin tener que expulsar basura por la laringe, sin que sepamos los mortales cómo va a pagar la hipoteca del chalet de lujo y seguir viviendo , sin dar palo al agua, más que comerse la merienda, mirándonos desde la pantalla del televisor, diciendo  obscenidades mentales y dando trabajo a los juzgados , amenazando con denuncias, a todo lo que se menee.                                                             
Fíjense si soy tonta , que ayer murió una abeja en mi jardín y no la conocía y lloré por dentro por ella, porque no podía moverse y no sé si sería la que trabajaba a destajo como los que apuran contratos y los que se buscan la vida, a cualquier precio y le valió lo que a ellos, porque patética y rastrera, abonaba el suelo que medían sus patas, con su fracaso y muerte anticipada.                                                                                                                    
Me sentí Dios por un tiempo y la dejé hacer , sobre todo porque no sabía qué hacer con ella, me daba grima darle un zapatazo y acabar con su dolor, intenté creer- ya les he dicho mi dosis diaria de tontería- que  incluso iba a levantar el vuelo, pero no,  el color que tenía , la inconsistencia de la direccionalidad que daba, ahora aquí y más tarde por el mismo sitio , me decía que no estaba ni herida , ni despistada, estaba envenenada, por esos que dicen que su huerto o su jardín está mejor sin insectos, y lo atufan de pesticidas, matándose también ellos a plazos lentos , porque piensan que los insectos desmejoran la fruta y desnoblecen las flores, y los ecologistas, son esos locos malditos que matan a su hijos por sobredosis de vegetales, que nos hablan de lo que pasará con el planeta si un tsunami barre la tierra y hace temblar centrales nucleares, ya ven ustedes qué cosa más improbable.
Qué importancia puede tener la muerte de una pequeña abeja, qué importancia cuando Belén Estaban puede que deje de alegrar menopáusicas conciencias, que distrae lo que se encoje en la lavadora , que destiñe los sentidos y los abotarga, sin que nos demos cuenta , de que los días son más cálidos y el mundo se deshiela a pasos agigantados, que las abejas se desmayan y no pueden emprender el vuelo de vuelta a la colmena, igual que la gente que se queda en casa, famélicos y vencidos, porque nada sale de honrado trabajo que llene la nevera , ni de para comprar , zapatos nuevos, a los cri@s.

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