Opinión

La sospecha de la filosofía

Como cada 24 de Diciembre, y como manda la tradición, celebramos el nacimiento de Dios. Me paseo por las calles de Ceuta engalanada de luces, ornamentada con villancicos clásicos que suenan en la megafonía, con el aroma de las castañas asadas en la Plaza de los Reyes en cuyo centro se erige un árbol iluminando el cielo y en el que te puedes ubicar en sus entrañas.

Las mesas estarán repletas y la alegría impostada y por decreto abrirán los brazos a familiares que viven en la Ciudad o vienen de la península. Otros harán un viaje más largo pues el pueblo siempre es un lugar de referencia vital.

Hubieron Filósofos de la sospecha que mantuvieron tesis para entender al hombre: su pensamiento, su cultura, sus tradiciones y sus miedos. Uno de ellos fue Nietzsche que planteó la "Muerte de Dios" para que naciera un nuevo hombre que amara la vida sin tapujos ni condiciones.

Habló también Nietzsche del nacimiento de un niño fortalecido por el disfrute de amar la tierra, habitar la existencia sin pecado creyendo en que todo se repetiría eternamente y en esa eternidad se asentarían las bases del nuevo humanismo.

Para Nietzsche celebrar muerte de Dios supondría celebrar el nuevo destino del hombre libre de mitos y supersticiones, el hombre sin cadenas, el hombre sin cruces, el hombre sin pecados, el hombre que ama la tierra que lo alimenta, el hombre que lucha por el hombre, el hombre que ha encontrado su paraíso en el mundo que habita, el hombre renovado, sin miedo a la muerte ni a la nada.

El 24 de diciembre nace un niño de una mujer que no es virgen, y nace en todo el mundo: Etiopía, en Eritrea, en los hospitales de campaña, entre la guerra y la miseria de los que rezan esperando al redentor cuando no saben que el redentor es el hombre mismo.

Todos somos redentores, todos y cada uno debemos celebrar las posibilidades que ofrece la solidaridad, el ponerse en la piel del otro, en asumir que, de una o de otra manera, somos responsables en la medida de nuestras circunstancias.

Esta visión tan caleidoscópica es otra mirada distinta sobre la noche que celebramos. Miremos las sillas vacías que ocuparon los que se fueron y reflexionemos sobre su legado lo que nos dejaron forma parte indisoluble de nosotros: "El eterno retorno".

Como decía un villancico que aprendí en la escuela primaria "La Noche Buena se viene, la Noche Buena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más”. En ese belén existencial intento buscar una estrella que ilumine el camino. Mientras tanto la Filosofía es una buena antorcha.

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