Un fenómeno que venimos observando con preocupación desde hace algún tiempo es la transformación o desaparición de los arroyos ceutíes. La memoria es frágil y ya casi nadie recuerda que hasta principios del pasado siglo, antes de la construcción del embalse del Renegado y la adquisición de los manantiales de Benzú, la ciudad obtenía el agua necesaria para el suministro local de los arroyos localizados en distintos puntos del territorio de Ceuta. Entonces existía una preocupación por la conservación de los cauces naturales que motivó la declaración de amplias zonas de la ciudad como Montes de Utilidad Pública, con el objetivo de evitar o reducir las correntías que enturbiaban las aguas que discurrían por nuestros arroyos. Esto sucedió en el año 1934, y desde entonces la atención por el patrimonio hidrológico no ha dejado de declinar, a pesar de la promulgación de distintas normativas y leyes que persiguen su conservación y protección.
La expansión de la ciudad hacia el denominado Campo Exterior ha ido mermando la calidad de los ecosistemas asociados con los arroyos de Ceuta, cuando no su desaparición. Todavía viven algunos ceutíes que recuerdan la riqueza de flora y fauna de arroyos tan importantes como el de Benitez, al que acudían los niños de las barriadas cercanas a coger cangrejos de río. Si hoy día se dan una vuelta por esta zona sólo verán suciedad y donde antes había un arroyo se encontrarán con una “siniestra bóveda”, tal y como definió el geógrafo E. Reclus a los sistemas de encauzamiento de los arroyos. La política de las autoridades encargada de velar por los cauces fluviales, que recae en la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, tiene como principal ingrediente el hormigón y el PVC, al gusto de los ingenieros que dominan los staff técnicos del Ministerio de Medio Ambiente, Rural y Marino (MARM). Una manera de actuar que contradice los principios del Programa Agua del MARM que en su preámbulo decía apostar por la preservación y la restauración de los ecosistemas, así como el respeto del caudal ecológico de los ecosistemas terrestres y costeros. La consecuencia de este modo de intervenir en los cauces naturales, -como manifestaron nuestros compañeros de Guelaya-Ecologistas en Acción de Melilla-, impide el acceso libre a los cauces, el crecimiento de la vegetación de ribera y la filtración de agua de escorrentía hacia la ribera. El resultado final es que los arroyos después de los encauzamientos presentan un aspecto más parecido a una alcantarilla que a un espacio natural.
El modelo de actuación en los arroyos antes descrito, convertido en norma por la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir en Ceuta y Melilla, se ha extendido o amenaza por extenderse por buena parte de los cauces naturales ceutíes. Un ejemplo reciente de lo que estamos denunciando en este artículo de opinión es visible en el conocido como Arroyo de las Colmenas que ha sido cortado y encauzado a la altura del Puente del Quemadero para posibilitar la construcción de un acceso a la promoción de viviendas en Loma Colmenar. Esta intervención, que se inició al parecer sin contar siquiera con la autorización de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, ha arruinado la calidad ambiental de este importante arroyo, además de convertir al puente del Quemadero en un punto negro de la ciudad en época de lluvia, lo que está afectando a las viviendas que se localizan en su entorno inmediato. Todo ésto no sucedía antes de iniciarse esta desafortunada intervención que se llevó por delante cientos de árboles, a los que sumar a los arrasados en el espacio que ocupará la futura cárcel de nuestra ciudad, ubicada precisamente en la cabecera del arroyo de las Colmenas.
El hecho de que las amenazas que acechan a los arroyos de Ceuta procedan de proyectos ideados por las administraciones públicas no deja de ser un aspecto paradójico, teniendo en cuenta que de ellas depende el cumplimiento de las normativas estatales y comunitarias concernientes al dominio público hidrológico. Tanto la administración estatal como la autonómica han decidido ignorar la necesidad de preservar los cauces naturales y han decidido que su utilidad natural de servir a la libre circulación del agua debe cambiarse por el transito de vehículos. Para ello el agua tiene que desaparecer bajo el asfalto y con ella toda la vida que surge a su alrededor, para ser trasladada por un frío tubo de PVC. El futuro que les depara a nuestros arroyos es transformarse en vía de tránsito de miles de coches que si nadie lo impide circularán por lo que hoy día son los arroyos de Benitez, Paneque o de las Colmenas, espacios que el vigente PGOU considera zonas verdes de la ciudad.
La contradicción de estas obras con los principios básicos que persigue todo el corpus doctrinal que tiene como objetivo la conservación de nuestros arroyos y ríos resulta más que evidente. El propio Ministerio de la Vivienda, sin ir más lejos, del que depende las competencias urbanísticas de Ceuta, ha aprobado recientemente el llamado “Libro Blanco de la Sostenibilidad en el Planeamiento Urbanístico Español” que recoge un amplio listado de criterios de sostenibilidad entre los que figura la necesidad de tratar y recuperar los cauces naturales de agua.
Nuestra visión de los arroyos de Ceuta, y en general del futuro de la ciudad, difiere del cotidiano entre la clase política. Donde algunos ven “vías rápidas” nosotros vemos corredores naturales; donde algunos ven hormigón y asfalto, nosotros vemos cauces naturales en el que discurre agua clara; donde algunos sólo se imaginan coches, nosotros imaginamos a ciudadanos disfrutando de un arroyo lleno de vida y rodeado de árboles de ribera…En definitiva, un pensamiento que se opone a la desnaturalización del paisaje, la uniformidad, el desequilibrio, el empobrecimiento del medio urbano, la ausencia de diversidad que caracteriza a las mentes maquinales que dirigen nuestra sociedad.
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