Con el fin de responder de manera directa a una pregunta que me acaban de formular varias lectoras -Antonia, Cristina y Josefina- sobre el lenguaje radiofónico y televisivo, me atrevo a afirmar que, aunque nos parezca una frivolidad, puede ser un acierto seleccionar las sintonías de las emisoras de radio y elegir los canales de televisión valorando el tono con el que los locutores transmiten las noticias o el énfasis con el que los tertulianos defienden sus opiniones. ¿Por qué?
Por dos razones. En primer lugar, porque las palabras tienen mucho que ver con la pintura, con la música y con el baile: con la melodía y con el ritmo de todas las manifestaciones humanas. Las palabras se dirigen, en primer lugar, al cuerpo y, en especial, a los oídos pero también a los demás sentidos. Por eso nos producen unas sensaciones agradables o desagradables y, por lo tanto, pueden ser “biensonantes” o “malsonantes”. Y, en segundo lugar, porque el lenguaje -igual que todos los objetos que manejamos los seres humanos- se contagia de nuestros buenos y de nuestros malos humores. Todos sabemos que, en las manos de un desequilibrado o de un desaprensivo, un martillo se convierte en una pistola y que un cuchillo se transforma en una espada: estos instrumentos, además de servirnos para clavar una puntilla o para cortar el pan, podemos usarlos como armas que producen daños dolorosos y, a veces, mortales. Por eso, para interpretar de manera adecuada las palabras de un locutor no es suficiente con que consultemos el diccionario para conocer su significado sino que, además, hemos de observar el rostro de quien las pronuncia y el tono con el que emplea cada expresión.
Fíjense cómo, por ejemplo, un comentario crítico sobre Pedro Sánchez o sobre Pablo Casado, sobre el Real Madrid o sobre el Fútbol Club Barcelona, nos genera simpatía o, por el contrario, nos causa indignación, más que por la información que nos proporciona o por los juicios que formula, por el tono entusiasmado o despectivo en el que se pronuncia. Es ahí donde se revela ese fondo transparente u oscuro escondido en los pliegues íntimos de nuestras entrañas. Mediante los tonos transmitimos el veneno sutil de la ironía, de la sospecha, de la hipérbole, del sarcasmo, de la mentira o de la infamia.
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