Opinión

Soledad del que escribe con gratitud a quien lee

Hace 18 años que vengo colaborando asiduamente en El Faro de Ceuta con mi artículo de los lunes, desde que en 1999 vine destinado por tercera vez a esta preciosa ciudad en la que he residido 27 años; no de forma continuada, sino en períodos alternos, porque cada vez que fui aprobando cada una de las cuatro oposiciones que superé en el Ministerio de Economía y Hacienda, desde Auxiliar Administrativo hasta el Cuerpo Superior (Grupo A1), nunca tenía vacantes en Ceuta, de manera que tuve que marcharme a la Península. Pero mi ilusión siempre la ponía en retornar a Ceuta, razón por la que en cuanto en ella se convocaban vacantes de mi nueva categoría, inmediatamente las solicitaba, pese a que cada traslado de los muchos que durante mi dilatada vida funcionarial (51 años de servicios), pues supone tener que trasladarse con la familia y volver a empezar de nuevo, lo que crea numerosas trastornos de todo tipo.

Pero ya he referido otras veces que, desde el primer momento que llegué a Ceuta, fui por ella “conquistado”, a pesar de que a los extremeños se nos suele aplicar el gentilicio de “conquistadores”, por aquello de que en la época del descubrimiento, conquista y evangelización de América, extremeños fueron las figuras más estelares de aquella gesta que tanta universalidad dio a España en el Nuevo Mundo. Sin embargo, en mi caso concreto, lo que no cabe duda es que fui conquistado por Ceuta.

Escribir ha sido siempre mi ilusión, que me ha reconfortado mucho y me ha dado satisfacciones. Un premio nacional, y otro en Ceuta. Llevo publicados unos 4.500 artículos en 23 periódicos. Hacia últimos de este año habré alcanzado los 1.000 artículos sólo en El Faro, más 11 libros terminados. Escribo sin hallarme en posesión de título académico alguno que me habilite, y con el único interés de practicar mi afición. Por eso, los que publico necesariamente tienen que ser muy modestos. Voy juntando las letras poco a poco como puedo, y así voy “machacando, machacando hasta que se me olvide el oficio”, como dirían en mi pueblo. Me atraen mucho la Historia, la investigación, los temas jurídicos y de Extremadura, mi tierra. Hay temas sobre los que jamás me gustaría tener que escribir, como sobre separatismo, pero tengo que hacerlo demasiadas veces, porque no alcanzo a comprender que unos pocos que tienen por delirio romper España con tan descarado desprecio de la ley, de los Tribunales de Justicia y hacia la inmensa mayoría de españoles, pues quieran hacerlo.

Me apasiona, sobre todo, la vasta y rica Historia de Ceuta, adentrarme en las sucesivas culturas y civilizaciones que por ella pasaron, los destacados hechos de armas de sus valientes soldados que con tanto heroísmo defendieron a capa y espada su españolidad; su rico patrimonio histórico-cultural, el enorme emporio arquitectónico y monumental en materia de fortificaciones, su linda bahía y todo su entorno portuario, sus maravillosas vistas placenteras tanto interiores como exteriores; su gente sencilla y entrañable, que paseando por la Marina, Gran Vía, Rebellín y Calle Real, la mayoría se conocen y se saludan al pasar, de forma que con mucha gente no tiene uno más remedio que pararse a charlar. Recuerdo que la segunda vez que me tuve que ir destinado a la Península, tardé cerca de una hora parándome compañeros y amigos en el trayecto de la Plaza de los Reyes a la antigua cafetería-bar La Campana, que normalmente se tardaba cinco minutos. Más luego, mi hijo y mi hija nacieron en Ceuta. En concreto, todo lo referente a Ceuta me interesa mucho, lo vivo como propio en extensión y profundidad, lo indago y siempre que puedo escribo.

Para mí esto último es muy importante en la vida. Ceuta es una ciudad entrañable y con alma comunicativa, acogedora y hospitalaria. He estado destinado en grandes ciudades, donde a los vecinos apenas se les conoce, si acaso, por mera cortesía se dan los buenos días en el ascensor, y de ahí no pasan. Pero personalmente pienso que no siempre se puede vivir de espaldas o con total independencia respecto de los demás, porque los seres humanos somos sociales por propia naturaleza, como Aristóteles nos dejara dicho, nos necesitamos unos a otros, tenemos necesidad de comunicarnos, relacionarnos, despertar afectos, crear amistades. Todo ello, creo que es esencial para las personas y la sociedad.

Dice el escritor Caballero Bonald, que “quien lee un libro, no está solo”. En cambio, quien escribe (al menos a mí me ocurre), en los momentos en que se está a solas haciéndolo, por un lado, siento la íntima satisfacción de poder expresar libremente pensamientos, convicciones, inquietudes, opiniones…. Pero, de otra parte, también se siente uno muy solo, siempre con la duda de si lo que se está escribiendo servirá para algo, al menos para que los demás lo lean, con independencia luego del criterio de los lectores, para mí siempre muy respetable y respetado, sea favorable o adverso. Y es por ello, que cuando se conoce que alguien lee lo que uno ha escrito y, además de leerme, también opina favorablemente sobre lo escrito, pues, hombre, uno no es tan insensible como para no darse por aludido, y de verdad que me sirve de acicate y de estímulo para seguir escribiendo, porque veo que no ha sido en balde, que ha merecido la pena; porque hay veces, como en este caso, se puede escribir un artículo en media hora, cuando simplemente se trata de responder a un comentario sobre otro artículo mío; pero en otras muchas ocasiones, si se desea escribir un artículo que llena casi dos páginas de El Faro, y se quiere hacer con seriedad y rigor documentado, pues es de todo punto razonable que necesite de estudio, consulta, incluso de previa investigación. Por eso, si uno tuviera que contabilizar todas las horas que lleva dedicadas a El Faro y a pensar en Ceuta simplemente por la afición de escribir, pues el enorme tiempo dedicado durante 18 años resultaría francamente increíble.

Por eso es muy de agradecer - como de todo corazón agradezco - el generosos comentario que el pasado domingo, día 13, nos dedicaba a varios colaboradores de El Faro mi vecino semanal, Francisco Olivencia, (él escribe los domingos y yo los lunes), citando mi artículo del día 8 anterior, junto con otras materias escritas sobre Ceuta. Y qué duda cabe que eso le sirve a uno de aliento y de ánimo, da moral para contraponer a esa inmensa “soledad” que escribiendo acompaña. Por cierto, que no es la primera vez que Francisco Olivencia ha tenido la gentileza de hacerlo conmigo, y por eso debo ser también con él doblemente agradecido, como es de bien nacido. MUCHAS GRACIAS.

Refiere Francisco Olivencia que no recuerda haberme conocido personalmente; y creo haberle comentado la anterior ocasión que sí nos conocemos. Por mi parte, le conozco como mucha gente que en Ceuta sabemos de su entrega, dedicación y eficacia en el desempeño de los numerosos y relevantes cargos que ha desempeñado en la vida pública de Ceuta, incluso a nivel nacional. Además, no tengo más remedio que conocerle también por su habitual artículo dominical, en los pone tanto empeño pone en abordar los temas, asuntos y problemas que afectan a Ceuta. Sólo por eso, cuenta ya con mi admiración, porque esa tenaz defensa que él hace de todo lo ceutí, es la misma que a mí me anima sobre Extremadura, y más concretamente sobre Mirandilla, mi pueblo. Solo con eso, ya tenemos algo en común. Pero también nos conocemos personalmente, porque en cierta ocasión nos presentó un amigo de ambos, Alfonso Conejo Rabaneda, cuando éste era Consejero de Economía y Hacienda. Fue, exactamente, donde comienza la Gran Vía en dirección al Ayuntamiento. Aunque tiene razón, que cuando se trata de efímeras presentaciones, pues suele ocurrir que pasado algún tiempo ya apenas se recuerdan.

Pero, como no todo va a ser dedicarnos recíprocas loas, por muy justas que para él sean, me voy a permitir discrepar en alguna medida, cuando refiere: nos dedicábamos los caballas a “sacarle brillo” (al Rebellín) en las tardes de sábados, domingos y festivos (…), pues era el lugar de encuentro de la sociedad ceutí y de pandillas de amigos y de amigas que nos “encontrábamos casualmente” para charlar, fliltear y, a veces, hasta ligar (…). Aunque no dudo de su aserto en el sentido de que sobre los años de 1950 el lugar asiduo de la juventud fuera Rebellín abajo y arriba; después, hacía 1958 que llegué a Ceuta, el lugar más habitual de la juventud ceutí para sus disimulados encuentros que a veces terminaban en ligues, o en serios noviazgos, era el Paseo de las Palmeras, con continuas idas y vueltas hasta el Puente del Cristo, cuando todavía no se había ganado terreno al mar y las aguas del Puerto llegaban hasta la balaustrada o barandilla, y las luces del Paseo se reflejaban abajo en el agua formando una preciosa gama de colores.

Cita de forma muy generosa mi libro “Ceuta, pasado y presente”. La publicación de ese libro, creo que fue todo un acierto, pero no mío, sino de los entonces Director y Decano de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Ceutíes, Simón Chamorro y José Mª Campos, respectivamente, que fueron los que de su propia iniciativa me propusieron la publicación, con la recopilación de mis artículos en un libro que pudiera conservarse y permitiera a los lectores tenerlo a su disposición para poder consultarlo teniendo una visión de conjunto de los datos de interés, en lugar de andar dispersos y perdidos en las hemerotecas. Ojalá se hubiera podido seguir haciendo lo mismo no sólo con mis artículos, sino también con los de otros colaboradores, para que quedaran para Ceuta, tal como fue mi empeño tras habérmelo propuesto.

La célebre frase que cita: “la Justicia y el Derecho no atraviesan el Estrecho”, claro que la conocía. Incluso varias veces llegaron a invocármela verbalmente cuando desempeñé, simultáneamente, los puestos de Presidente de los Tribunales Económico-Administrativo de Ceuta y de Melilla (en éste, en funciones durante 10 años), hasta jubilarme, que en Ceuta empecé y en ella me jubilé. Pero, en el caso de la Aduana de El Tarajal, ni siquiera hacía falta crear el Derecho (se cuenta con aquel Tratado), ni tampoco atravesar el Estrecho, sino que bastaría con que, sin salir de Marruecos, se tuviera la voluntad política de aplicarlo en la frontera de El Tarajal, así como la regla “pacta sunt servanda”, ambas normas de Derecho Internacional, que algunos Estados podrán o no someterse a ellas, pero en eso, precisamente, es donde se ve, o brilla por su ausencia, la credibilidad y el reconocimiento de la personalidad de un Estado como sujeto de derechos y obligaciones internacionales.

Claro que debe extrañarle que en 1418 se usaran los términos: “Marruecos” y “marroquíes”, que utilizo para situar al lector en el tiempo real en que lee. Pero los documentos consultados se referían en aquella época a “Berbería” y “sarracenos”. Ya sabe que Marruecos entonces ni siquiera existía como Estado, sino que era un conglomerado de tribus, que no contaban con los tres elementos necesarios para que un territorio pueda constituirse en Estado: “población” (entonces dispersa y trashumante); “territorio” (muy dispar e indeterminado, incluso hubo los reinos de Fez y Marruecos, con continuas guerras y luchas internas; y les faltaba el tercer y principal elemento: la “autoridad”, a la que debían estar sometidos, pero que ni la había de “facto”, ni de “iure”, sino en permanente insumisión y radical desobediencia al Sultán. Marruecos no llegó a ser verdadero Estado independiente y soberano hasta el año 1732, con Muley Ismail, que logró unificar las tribus e imponer sobre su autoridad. Incluso algunos autores franceses y marroquíes creen que dicho país sólo adquirió la plena independencia en 1956.

Y nada más, señor Olivencia, sino reiterarle mi profunda gratitud por su generosidad conmigo, y que ambos nos sigamos leyendo cuantos años podamos.

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