Categorías: Opinión

Sociedad volátil

Desde los años cincuenta, y desde el comienzo de la llamada descolonización, procedentes de los países que tenían como metrópolis a países europeos, casos de Francia, Reino Unido, Italia, Bélgica, etcétera, millones de africanos y de asiáticos llegaron a Europa al principio como mano de obra para iniciar la reconstrucción europea después de la guerra, y más tarde como inmigrantes económicos. Esto ha dado como resultado no la inmigración de personas sino la inmigración de culturas. A este respecto habría que destacar que las inmigraciones no desembocan necesariamente en una ‘sociedad multicultural’, esto sólo ocurre cuando “un colectivo se presenta como portador de una cultura extranjera y se define y se entiende a sí mismo como minoría”. En otras palabras, la sociedad multicultural puede surgir cuando los inmigrantes que poseen una ¿vigorosa? cultura extranjera no asimilan con el paso del tiempo la cultura del país receptor. Aún así, la sociedad multicultural no es posible ni deseable.
Los diferentes países de Europa, Francia, Suiza, Alemania, Países Bajos, pusieron en marcha diferentes soluciones para tratar de asimilar o integrar a esos inmigrantes que se les vinieron encima. No es posible debido a la premura de espacio entrar en consideración en cada uno de esos programas para integrar a los inmigrantes. Baste decir, a la luz de los hechos, que los éxitos no han sido todo lo felices que cabría esperar de ellos. La sociedad multicultural se ha revelado como un fracaso y ciertas minorías siguen, desestructuradas, sin haber sido integradas en el tejido social al que llegaron. Habría que llamar la atención sobre el caso particular de Gran Bretaña, que no tiene una política oficial gubernamental para la integración de los inmigrantes. La integración queda en manos de las comunidades respectivas que existen en las Islas Británicas. Los recientes hechos acaecidos en Gran Bretaña, en Londres, en Birmingham y otras ciudades, no han sido explicados a plena satisfacción por los correspondientes sociólogos, politólogos y demás expertos en relaciones interculturales. Se habla de un cóctel explosivo cuyos ingredientes son: choque racial más malestar social más juventud sin perspectivas ni de ascenso ni de salidas. Todo ello, se dice, ha conducido a la catástrofe. Si conocemos los ingredientes no sería difícil desactivar este cóctel. Pero tal vez cada uno de los ingredientes encierre una trampa. Unos más que otros. Concretamente, a título de ejemplo, en una zona de Birmingham llamada Winson Green, donde el 76% de los vecinos pertenece a minorías –comunidad negra (africanos y caribeños) y comunidad asiática (paquistaníes, indios y bangladesíes)–, tres ciudadanos de la comunidad asiática perecieron a manos de los de la comunidad negra. Evidentemente la existencia de una heterogeneidad cultural –como sucede en Winson Green– presupone necesariamente una separación estructural, una separación espacial. La trampa aquí podría ser la misma ‘heterogeneidad de culturas’ viviendo en un espacio reducido. He aquí uno de los ingredientes del cóctel explosivo: la heterogeneidad. ¿Cuánto pluralismo puede soportar una sociedad?    
La permisividad en la entrada indiscriminada de inmigrantes procedentes de las más variopintas culturas sin que haya dado tiempo a que se vayan integrando es otro integrante de ese cóctel perverso. Así, la heterogeneidad y el elevado número de inmigrantes han sido una de las causas del fracaso de la integración de los inmigrantes. Cierto es que en algún país lo multicultural fue elevado a categoría y así se le eximía a las minorías étnicas del deber de integrarse, concediendo así de este modo igualdad de derecho a la cultura del país de origen con la del país de acogida. Asimismo, las leyes de los países de acogida han pecado de ser demasiado optimistas respecto de la integración de ciertas minorías étnicas, o también el recién llegado puede que no considere oportuno integrarse en la sociedad que lo acoge y desee ‘refundar’ su país en el país al que llega. Resumiendo: heterogeneidad y una inmigración masiva son invitados peligrosos para cualquier sociedad. Otro punto importante a estimar sería el débil o ningún sentido de pertenencia de las minorías al territorio. “Se corre, así, el riesgo de fractura en la sociedad a lo largo de las líneas étnicas”.
Esa inmigración masiva y heterogénea crea problemas y dificultades en tiempos de crisis económica como el presente, ya que son escasas las perspectivas de integrar en el mercado laboral en breve tiempo a todos los inmigrantes. Por tanto, la mayoría de ellos dependerá durante largo tiempo de las ayudas asistenciales. A esto se  podría añadir que esos inmigrantes, en su mayoría, no poseen cualificación suficiente para acomodarse a un mercado laboral exigente como es el europeo. Todo ello conduce a una carga de ansiedad y desesperación que podría ser un obstáculo para la integración plena en la sociedad de acogida. Así, el camino hacia la marginación, el gueto y la violencia está expedito. Como consecuencia de ello, la sociedad de acogida responde con la xenofobia, el racismo y la discriminación. Para terminar, nuestros políticos e intelectuales a la ‘violeta’ han olvidado el “principio de precaución”, por el que basta una duda razonable –no ya una evidencia incuestionable– sobre los riesgos de una invasión como la que está teniendo lugar para que se hubiesen evitado discursos estultos sobre el riesgo cero de una avalancha de estas dimensiones. Así han convertido esta sociedad en una sociedad muy inestable. En una sociedad volátil.    

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