Deben de estar muy contentos en la Ciudad Autónoma por cómo está discurriendo el trámite de la exposición pública del futuro PGOU de Ceuta. Con excepción de lo que venimos exponiendo sobre este asunto en esta columna de opinión y los comentarios de un arquitecto ceutí, nadie dice lo más mínimo sobre el contenido de un documento que define las líneas maestras del urbanismo ceutí para las próximas décadas.
Esta falta de interés por el PGOU es comprensible. La Ciudad ha hecho todo lo posible para que esto sea así. Aprobó el documento en pleno mes de agosto y ha dado la publicidad estricta a la que está obligada por la normativa urbanística. Ya dijimos que la Administración local, consciente de la importancia de este documento, tendría que haber promovido un análisis cívico del territorio con la participación de expertos locales y de la propia ciudadanía, cuyo resultado tangible podría haber sido una exposición sobre la evolución urbana de Ceuta y el nuevo rumbo que es necesario tomar para hacer de nuestra ciudad un lugar con calidad ambiental y social, algo de lo que estamos bastante alejados según un informe publicado hace unos días por la OCDE.
La promoción del análisis y la exposición cívica de la que hablamos desde luego no encaja con el concepto de la política que maneja el Gobierno de la Ciudad. Para nuestros gobernantes la democracia se limita a la posibilidad de introducir una papeleta cada cuatro años en la que figuran los nombres elegidos, a su vez, por los reducidos y férreos aparatos directivos de los partidos políticos. La falta de interés por fomentar la participación ciudadana explica que, según el mencionado estudio de la OCDE, Ceuta sea la segunda peor región del país en compromiso ciudadano o cívico. Aprovechando esta desidia cívica, fomentada desde el complejo del poder, toman el mando en el diseño de nuestra ciudad personas de poco o ningún talento. Como decía Mumford en su Historia de las utopías, “constructores especuladores chapuceros levantan la mayor parte de nuestras casas, ingenieros insensatos planifican nuestras ciudades; y hombres codiciosos y analfabetos, que han alcanzado el éxito en los negocios, discursean a la multitud sobre lo que constituye la vida buena”.
El grado de responsabilidad en la conformación de nuestra ciudad, tanto en su dimensión puramente física como en su vertiente psicobiológica, política y cultural, es bien distinta si tenemos en cuenta el nivel de desarrollo intelectual de los miembros de esta numerosa comunidad humana que llamamos Ceuta. No se puede exigir lo mismo a quienes por distintas causas no han alcanzado altas cotas de cualificación educativa o profesional que a aquellos que han tenido la enorme fortuna de obtener un título académico de grado superior. En Ceuta no falta de estos últimos. Hoy día son muchos, en comparación con tiempos recientes, los que han podido cursar estudios universitarios en disciplinas de las más variadas. La sociedad en su conjunto ha invertido importantes recursos económicos para que la Universidad no sólo sea un destino limitado a las clases sociales más pudientes. Esta deuda que tienen los universitarios con el conjunto de la sociedad, incluyendo a los que no han podido tener su suerte, tendría que ser saldada a base de implicación en los problemas de su comunidad.
Sin embargo, pocos son los universitarios de todo tiempo y lugar que han sentido esta obligación moral de devolver a la sociedad el esfuerzo colectivo de trabajo y dinero que ha costado su carrera universitaria. Muy distinta sería nuestra sociedad si se adquiriera esta conciencia colectiva sobre la necesidad de devolver a la sociedad su inversión en la educación superior de un reducido y privilegiado grupo de jóvenes. Los universitarios tendrían que reflexionar en torno a esta idea y pensar qué pueden hacer para mejorar las expectativas de vida de los ciudadanos de la localidad en la que viven. Y esto no sólo afecta a los estudiantes en curso o a los recién titulados, sino al conjunto de las personas que cuentan con un título universitario.
Necesitamos médicos que se preocupen no sólo de curar a los enfermos, sino de evitar que enfermen denunciando las causas ambientales que hay detrás de la proliferación de enfermedades como el cáncer, la diabetes, la fatiga crónica; abogados que no se ocupen de salvar de la cárcel a los corruptos que han hundido la economía española, sino que se impliquen en la persecución de los ladrones de guante blanco y asesoren a las ONG en sus denuncias contra los delitos ambientales o financieros; arquitectos que no se vendan a los espurios intereses de promotores y constructores, sino que aporten su conocimiento para avanzar en la sostenibilidad ambiental de nuestras ciudades; historiadores que hagan frente al nihilismo antihistórico de los políticos en nuestro país, para quienes la memoria histórica, aún la más inmediata, es un pesado lastre del que quieren deshacerse para no asumir responsabilidades por su ineptitud y negligencia; científicos que dejen de trabajar para las empresas de armamento que se lucran con la muerte y trabajen para las se preocupan en salvar vidas humanas; economistas que desarrollen alternativas más sostenibles que el vigente sistema capitalista; periodistas independientes que informen con veracidad de los acontecimientos locales, nacionales e internacionales; profesores con vocación en la formación de ciudadanos despiertos, lúcidos y críticos…
Sí, es verdad. Todos conocemos a algunos universitarios comprometidos con el más noble ejercicio de su labor profesional. Pero son una minoría entre el amplio número de jóvenes que han pasado y pasan por las universidades. La actual situación de crisis multidimensional (económica, ecológica, social y ética) requiere la implicación activa y comprometida de toda la sociedad, en especial de aquellos que han alcanzado los niveles más elevados de formación académica.
El tejido social culto de Ceuta debería constituir el corazón de la sociedad ceutí y latir con fuerza en estos momentos en los que se está decidiendo el futuro urbano de nuestra ciudad. Ahora apenas tiene pulso. Está moribundo. Las células que podrían dar a forma a este corazón cultural se mantienen de manera artificial enchufadas a la megamáquina burocrática local o, si no lo está, temen las consecuencias de enfrentarse a su extraordinaria fuerza. Así que cada una late a su ritmo, buscando su autogratificación, autoperpetuación y autoconservación mediante la permanente alimentación de su hipertrofiado ego. Viven en un permanente estado de miedo. Como dice el filósofo Leonardo da Jandra, es difícil encontrar en la historia una generación más cobarde que la actual.
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