Opinión

Preparándonos para la sociedad digital

Me llegó días atrás un pequeño librito de la prestigiosa editorial de Derecho Social Bomarzo, titulado “Implantación de Sistemas de Inteligencia Artificial y Trabajo”, del profesor de la Universidad de Sevilla, Antonio José Valverde Asensio. Su lectura es muy recomendable, pues da luz sobre algunos de los nuevos problemas laborales, que ya se vislumbraban desde hace tiempo, pero que se han acelerado con la implantación masiva del trabajo on-line, a consecuencia del confinamiento originado por la pandemia del COVID-19; y de los que la Organización Internacional del Trabajo también se había hecho eco en unas jornadas sobre “El futuro del trabajo que queremos”, publicadas, y de fácil acceso en la red.

Entre las interesantes reflexiones que hade el profesor Valverde, destaca una en el sentido de que más allá de la posible repercusión en el empleo, la misma podría afectar a aspectos básicos de la relación laboral, como la “exculpación de la empresa en el ejercicio intransferible del poder de dirección”, que pueda derivarse de que los sistemas inteligentes sin control, ocasionen riesgos de discriminación o de cambio en las condiciones básicas contractuales a partir de que se estructure el trabajo en torno a tareas, con implicación en el tiempo efectivo de trabajo. De la misma forma, nos advierte de la aparición de una nueva dualidad laboral entre los trabajadores encargados de tareas mecánicas, o de mera recepción de datos, y aquellos empleados con funciones de definición y desarrollo de los sistemas.

Asimismo nos recuerda que la nueva relación entre la máquina inteligente y las personas podría repercutir en el uso de datos y perfiles personales de los empleados implicados. De la misma forma, la creciente importancia del denominado “capital humano digital”, nos debería llevar a dar importancia a la definición de los desarrollos de los sistemas que se realicen, a la redefinición de las nuevas capacitaciones digitales, a replantear el régimen de responsabilidad corporativa ante las consecuencias de las actuaciones de estas máquinas inteligentes, a regular el sistema de identificación personal o a estructurar el reparto de tareas entre el hombre y la máquina.

En el estudio “Una defensa nacional para la sociedad digital” (http://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_marco/2019/DIEEEM08_2019JESGOM_Defdigital.pdf, de Jesús Gómez Rueda, se realiza un documentado análisis de estos nuevos fenómenos de la sociedad digital, fácilmente aplicables a otros entornos, distintos a los de la defensa nacional. Le pedí a estudiantes de Recursos Humanos, que dieran sus opiniones al respecto. A continuación destaco lo más interesante de sus respuestas.

Uno de los grupos comienza su trabajo destacando el artículo que el profesor de Harvard, Iain Mathieson, escribió en 2015 para la revista Nature, en el que muestra cómo la transformación de la especie humana hace 8.500 años, al pasar de ser cazadores-recolectores a agricultores, fue tan profunda que, los cambios acaecidos no solo fueron sociales, o con su medio de vida, sino que también alcanzaron incluso a modificaciones en su ADN. Con ello, los estudiantes querían destacar lo profunda e importante que estaba siendo la adaptación de nuestra especie a la era digital.

Entre los aspectos negativos, resaltaban que la era digital está involucionando al ser humano como especie. Para ello recurren a varios estudios, como el de Nicholas Carr, que ya, en su libro “The shallows: what the Internet is doing to our brains”, publicado en 2010, se preguntaba si el acceso a internet estaba degradando el pensamiento cognitivo humano. O el más actual de Michel Desmurget, que en su libro de 2019 “La fábrica de cretinos digitales”, habla de cómo una sobreexposición a televisiones, smartphones y demás herramientas digitales, tiene como consecuencia un grave deterioro de las funciones cognitivas y una disminución en el desarrollo emocional.

Entre los aspectos positivos y los beneficios que aporta, recurren al informe de la OCDE “Perspectivas de empleo de la OCDE 2019. El Futuro del Trabajo” que indica que el progreso tecnológico y la digitalización, aporta una mayor libertad para el trabajador, que puede decidir dónde y cuándo trabajar, la inclusión de grupos poco representados en el mercado laboral o la automatización de ciertos trabajos peligrosos.

Sin embargo, muestran su preocupación por la hipotética pérdida de puestos de trabajo que pueda ocasionar la robótica, por un lado, y por la necesidad de respetar los derechos de los trabajadores en cualquier circunstancia.

El segundo grupo fue algo más allá y nos mostró la regulación que sobre la inteligencia artificial se ha establecido por algunos organismos internacionales: “Los robots deberán contar con un interruptor de emergencia para evitar cualquier situación de peligro. No podrán hacer daño a los seres humanos. La robótica está expresamente concebida para ayudar y proteger a las personas. No podrán generarse relaciones emocionales. Será obligatoria la contratación de un seguro destinado a las máquinas de mayor envergadura. Ante cualquier daño material, serán los dueños quienes asuman los costes. Sus derechos y obligaciones serán clasificados legalmente. Las máquinas tributarán a la seguridad social. Su entrada en el mercado laboral impactará sobre la mano de obra de muchas empresas”.

Como nos decían en sus conclusiones, este paradigma es algo muy serio, y se puede apreciar perfectamente en este prototipo de regulación de la Inteligencia Artificial, en donde se le considera “casi” como un trabajador más que estamos intentando no discriminar. Estamos ante las puertas de una evolución sin precedente. Y se preguntaban: ¿Puede ser que tengamos que convivir y trabajar con una “vida” artificial sin emociones en un futuro cercano? ¿Habrá más o menos trabajo?

Nathalie Douay, expone en un trabajo colectivo de 2013, la profunda transformación que la especie humana sufrió, tanto a escala social, como organizativa, tras la invención de la escritura 3.200 años a.d.n.e , por el pueblo sumerio de Uruk. Decía que, incluso este hito marca la génesis de fenómenos tan importantes para la humanidad como la historia, pues sitúa al ser humano en un contexto temporal.

Indudablemente estamos ante un enorme reto, de consecuencias aún inciertas. Ante esto, solo nos queda recordar lo que nos decía Kahneman en 2013: “La idea de que el futuro es impredecible es debilitada cada día por la facilidad con que explicamos el pasado”. Quizás aprendiendo de los errores del pasado, que nos enseña la historia, podamos construir un futuro mejor.

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