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Sobrepoblación y sobreorganización

El 18 de mayo de 1958, el escritor Aldous Huxley,  mundialmente conocido por su cacotopía Un mundo feliz (1932), habló en una entrevista televisa sobre su nuevo libro titulado Enemigos de la libertad. El entrevistador comenzó lanzando la siguiente pregunta directa a Huxley: “¿Quién y qué son los enemigos de la libertad, aquí, en los Estados Unidos?”. A lo que respondió: “Bueno, no creo que Vd. pueda decir “quién” en los EEUU. No creo que haya personas siniestras deliberadamente tratando de robar a las personas sus libertades. Pero sí creo, primero de todo, que hay un número de fuerzas impersonales que nos llevan a una dirección de menos y menos libertad. Y también creo que hay un nueva serie de dispositivos tecnológicos que, quien sea que desee utilizar, los puede usar para acelerar este proceso de alejarnos de la libertad imponiendo control”. Incidiendo en esta cuestión, el periodista preguntó: “¿Qué son esas fuerzas y estos dispositivos, Sr. Huxley?”. Y ésta fue su respuesta: “Debo decir que hay dos fuerzas importantes y que la primera de ellas no es sumamente importante en los EEUU, en el tiempo presente. Sin embargo, es muy importante en otros países. Esta es la fuerza que, en términos generales, se puede llamar sobrepoblación: la presión en aumento de la población sobre los recursos existentes”.
Llegamos a un punto clave de la entrevista cuando Huxley es interrogado respecto a la siguiente cuestión: “¿Por qué la sobrepoblación disminuye nuestras libertades? “Bueno, en varias formas. Digo que los expertos como Harrison Brown, por ejemplo, señalaron que en los países subdesarrollados el índice de vida está ahora disminuyendo. La gente tiene menos para comer y menos ganancias per capita  de la que tenía hace cincuenta años. Y en cuanto la posición de estos países se vuelve más y más precaria, el Gobierno central tiene que tomar más y más responsabilidades. Y luego, por supuesto, probablemente obtendrá malestar social bajo tales condiciones, con nuevamente una intervención de Gobierno central. Entonces lo que creo es que uno ve aquí un patrón que pareciera impulsar muy fuertemente hacia un régimen totalitario”. A partir de esta argumentación, Huxley desvela cuál es la otra fuerza importante, –relacionada con esta primera, la sobrepoblación–, que amenaza la libertad: la sobreorganización. Una viene de la mano de la otra. A más población, menos recursos, menos ingresos económicos, más violencia y, por tanto, un crecimiento exponencial de la burocracia administrativa y las fuerzas de seguridad. Son dos fuerzas que se retroalimentan y generan un círculo vicioso que no deja de aumentar su diámetro.
Aldous Huxley no fue el único que estableció esta estrecha relación entre sobrepoblación, reducción de la libertad e incremento del poder estatal. En estos mismos años, el sociólogo Pitirim A. Sorokin publicó una de sus obras más conocidas, Tendencias básicas de nuestro tiempo. Una de las tendencias de “aquellos tiempos” era la difusión de la ideología totalitaria, cuyo máximo exponente eran los países del bloque soviético. Sorokin, exiliado ruso afincando en los EEUU, planteó que era posible establecer una ley social de la alternancia entre los regímenes totalitarios y los democráticos. La fórmula de esta ley, en su forma más simple, consiste en lo siguiente: “Cada vez que en determinada sociedad se produce un hecho importante, como una gran guerra o amenaza de contienda, hambre, una gran depresión económica, un temblor de tierra, un diluvio, la anarquía, el desasosiego, una revolución u otra emergencia trascendental, aumenta el control del Gobierno y la economía, el régimen político, el estilo de vida y las ideologías experimentan una conversión totalitaria. Y, cuanto más grave es la emergencia, tanto más honda es la transformación dictatorial”.   
En Ceuta, después de mucho insistir, hemos conseguido que la sobrepoblación sea reconocida por las autoridades estatales y locales, como un problema de extraordinaria magnitud. No lo suficiente para que se adopten medidas de mayor calado que las tomadas hasta la fecha o para que se hable de este asunto con la suficiente claridad y transparencia, pero sí para que interese a los responsables gubernativos. Sin embargo, en lo que todavía no habíamos caído es en la estrecha relación que, según supo ver Huxley, existe entre sobrepoblación, sobreorganización y deriva totalitaria. Sobrepoblación y sobredimensionamiento de la Administración son dos realidades palpables en Ceuta, pero hasta el momento no habíamos sido capaces de apreciar su mutua interdependencia y relación casual. Ambas fuerzas impersonales, sobrepoblación y sobreorganización, vienen aumentando su poder hasta el grado de fagocitar nuestro reducido espacio vital sin que nadie se percatara de su imparable incremento. Según la población aumentaba en tamaño, –a un ritmo en ocasiones vertiginoso, como en la última década–,  también lo hacía la dimensión de la Administración local y la presencia de cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. El malestar social provocado por la imposibilidad real de satisfacer necesidades básicas, como el acceso a una vivienda digna  o un empleo estable y bien remunerado, se ha intentado contener mediante un aumento de las plantillas de la Policía Local, Guardia Civil y Policía Nacional. Esto explica que nuestra ratio entre habitantes y fuerzas de seguridad sea la más alta de España y que, a pesar de ello, los índices de criminalidad no hayan dejado de aumentar.     
La sobreorganización o sobredimensionamiento de la presencia del Estado, tanto local como central, no sólo ha afectado a las fuerzas de orden público, también ha incidido en otros departamentos como los servicios sociales o el personal sanitario y docente, entre otros. Aunque su número es alto, en comparación con ciudades españolas de similar tamaño, resultan insuficientes para atender a una población en imparable crecimiento. Hemos llegado así a una situación en la que la mitad de la población activa de Ceuta ocupa un puesto de trabajo en la administración pública, generando el 80 por ciento del PIB de la ciudad. Estos datos traducidos en costes económicos, a los que debemos añadir la abultada factura que se pagaba en servicios externos o el dinero dilapidado en inversiones estrambóticas, nos ha hecho merecedores de figurar en el club de los cinco Detroit españoles por su excesivo sobreendeudamiento, el más elevado de España (3.208 euros por habitante), según se explica en un artículo publicado en el periódico digital Diario.es.  
La Administración se ha convertido en una gigantesca megamáquina burocrática que consume un enorme volumen de recursos económicos, genera dependencia, atrae contingentes poblacionales e incrementa su poder a costa de la salud del cuerpo social. De un medio al servicio de los ciudadanos se ha convertido en un fin. Como comentaba Alberto Moravia, “el Estado moderno, para el cual el fin es el Estado y el medio es el hombre, es una pesadilla de proporciones tan gigantescas que acaso el hombre mismo que vive dentro de esta pesadilla no puede darse cuenta de ello, al igual que una hormiga no se da cuenta de que el árbol por el que está caminando es un árbol”. A nuestras autoridades, sobre todo a las locales, no les preocupa tanto resolver la causa principal que genera el desproporcionado tamaño y poder de la burocracia, la sobrepoblación, como conseguir fondos económicos para mantener la megamáquina en pleno funcionamiento. El poder de quienes gobiernan esta megamáquina depende de que ésta no se pare ni reduzca sus dimensiones. Su interés es mantener al Estado como fin y al hombre como medio.
Si deseamos cambiar el orden de esta ecuación, es decir que el hombre vuelva a ser fin  y no medio, es necesario rehacer el mundo a la medida del hombre. Un mundo moderno hecho a la medida del hombre deberá estar hecho, tal y como afirma Moravia, “a la medida física de este hombre, o sea a su capacidad física de moverse, de ver, de abrazar y de entender; y, por otro lado, a su medida intelectual y moral, o sea a su capacidad de ponerse en relación con las ideas y los valores morales”. Así, en pocas palabras, se describe un mundo en que no habrá grandes ciudades ni núcleos urbanos masificados como Ceuta. Si el fin es el hombre y una “vida buena” para él debemos promover  el establecimiento del pensamiento humanista, un cambio que nos lleve, según escribió Mumford, del complejo del poder  al complejo orgánico, de la economía del dinero a la economía de la vida, de la cosmovisión mecánica a la cosmovisión orgánica, del poder a la plenitud, de los rituales impuestos a la autodisciplina interna, de la despersonalización a la  individuación, de la autorización a la autonomía.

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