Opinión

Sobre Sánchez

El Presidente del Gobierno se está quedando más bien solo en el peor momento. Sus otrora socios independentistas le avisan de que no cuente con ellos para nada. Vox le acusa directamente de delinquir y el PP, que no quiere romper todos los puentes con el Gobierno, no se fía ni un pelo de Sánchez. Ciudadanos es más bien insignificante y los presidentes autonómicos, al principio de la crisis comprensivos, comienzan a poner en evidencia las incoherencias y las debilidades, en la gestión del desafío más importante que ha tenido que afrontar cualquier gobierno en los últimos cincuenta años. Sólo le queda Iglesias, que está peor que Sánchez. Más solo que Sánchez. No es la compañía más ideal, desde luego.
Si, alguna vez, en España, ha sido oportuno un Gobierno de concentración, esta es la más clara. Ni el golpe de Estado de Tejero hizo necesaria una medida de esa naturaleza, entre otras cosas porque el partido en el Gobierno, la UCD del gran Adolfo Suárez, aunque debilitada, tenía muchos más apoyos parlamentarios que el PSOE de Sánchez. Los pactos de la Moncloa, liderados por el propio Suárez, fueron lo más parecido a una concentración, casi un concilio, en el que partidos políticos, sindicatos y organizaciones empresariales, dejaron aparte sus diferencias y apostaron por el futuro de España y de los españoles.
Hoy, que está cayendo una desgracia mucho mayor que la que entonces se cernía sobre el país, Sánchez ha hecho un amago queriendo emular al Presidente Suárez, pero sin aportar a la iniciativa el mayor valor que la impulsaba: la confianza que Adolfo Suárez se había ganado entre los líderes de la oposición, a los que había confiado en muchas ocasiones secretos de Estado. Aquel Presidente era un hombre de fiar para la oposición, porque empeñaba su palabra de viejo castellano a sabiendas de que muchos sectores afines al antiguo régimen le iban a martirizar y todo ello por una única causa: afianzar la democracia y las libertades en España. Y ya había dado pruebas más que suficientes, tanto a Felipe González, a Santiago Carrillo y a nacionalistas como Roca o Arzallus, de que hablaba en serio. Tarradellas, repuesto en su cargo como President de la Generalitat, asomado al balcón del Palau fue una prueba irrefutable de la vocación del Presidente Suárez o el impecable saludo que le dirigió a la diputada Dolores Ibarruri en la puerta del Congreso: “Soy Adolfo Suárez y creo que todavía no nos han presentado. Encantado de conocerla”.
La salida de Suárez del Gobierno de España, por decisión propia, explica su compromiso con la causa que le llevó a dirigir la nación y su capacidad de anteponer los intereses de España a los suyos. Y como todas las comparaciones son odiosas, es prácticamente imposible colocar en un mismo plano a Adolfo Suárez y a Pedro Sánchez, porque en pocas líneas hemos apuntado las causas por las que el primero suscitaba confianza y son, justamente, esas facetas de su personalidad y de su altura política, las que le faltan a Sánchez. De hecho, no se fía de él, hoy por hoy, nadie. Ha sido incapaz de mantener en poquísimo espacio de tiempo sus afirmaciones más claras, como las que en campaña hacía para asegurar que no pactaría con independentistas, que traería a España a Puigdemont para ponerlo a disposición de la justicia, que gobernar con Iglesias le quitaría el sueño, etcétera, etcétera y más etcétera. Con las crisis del coronavirus más de lo mismo. Ahora que no, ahora que sí y ahora que sólo hacemos lo que nos dicen los expertos, entre los que, seguro que está, Fernando Simón, que hubiera aconsejado a su hijo que fuese a la manifestación del 8 de marzo, de causa justa, pero de inoportunidad clamorosa para la salud.
He defendido muchas veces que todos los responsables políticos deberían en estos momentos aparcar sus ambiciones y ayudar a superar esta crisis. Pero visto lo visto, parece que el único que no está dispuesto a hacerlo es Sánchez, el Presidente del Gobierno, el que mas ayuda necesita y que hace unos días le tendió la mano al PP para después arrearle de lo lindo a través de la inenarrable Adriana Lastra, quien más bien, actuó como lastre. La factura en términos de salud y de economía para los españoles va a ser inmensa, ante tanto sectarismo ideológico y tan escaso acento en el rigor de la gestión de esta desgracia. Y, aunque los datos parecen mejorar, las responsabilidades acabaran por alcanzar a este Gobierno.

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