El ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, trasladó ayer a su homólogo marroquí la necesidad de consensuar la retirada de las concertinas en las vallas de Ceuta y Melilla. Es el titular elegido por las agencias informativas como resumen de un encuentro que ha parecido más una toma de imagen que otra cosa.
Hablar de retirada de concertinas con Marruecos, hablar de humanizar las fronteras, hablar de encontrar alternativas que hagan menos daño suena a chiste. Quizá sea así porque esta misma semana nos hemos enterado cómo han sido abandonados cientos de inmigrantes en el desierto. Quizá sea así porque estamos hartos de visionar los palos que asestan a los inmigrantes que intentan saltar la valla o cómo sueltan a perros rabiosos para que los busquen entre el bosque o cómo queman las pertenencias de hombres y mujeres que nada tienen, en la más insultante persecución al pobre.
Así que hablar de humanizar, de buscar medidas menos lesivas y de otros asuntos vinculados a este debate choca entre quienes todavía recordamos madrugadas como la de la pasada Navidad en la que, a oscuras, en Berrocal, solo se escuchaban gritos de hombres que lloraban como niños mientras eran apaleados. Fueron imágenes propias de romanos, de persecuciones de ese circo con el que congratulaban a los ricos a costa de los esclavos.
Pero sí. Queda bien sentarse para decidir, para consensuar, la retirada de las cuchillas en ambas vallas a modo de símbolo de una política migratoria de fantasía, de papel couché, que oculta los verdaderos atentados contra esa población migratoria perseguida, cercada en bloques de viviendas abandonadas, utilizada como moneda de presión.
Cuando a un país le da igual alentar la masiva salida en mar de hombres, mujeres y niños para que sirva de advertencia... creo que el mismo sentimiento tendrá cuando le hablan de causar menos daño visual a esos mismos hombres, mujeres y niños. Vamos, que no se corten delante de nuestras narices, pero sí que les peguen lejos de las cámaras de visión o que los carguen en camiones para dejarlos perdidos en un desierto convertido en la gran tumba permitida, denunciada y ejemplificadora de lo que la misma comunidad internacional que clama contra las concertinas es capaz de permitir.