Categorías: Opinión

Sobre la muerte

Quiero comenzar esta semana una tetralogía de artículos sobre temas propuestos por mis alumnos de Psicología de Segundo de Bachillerato. A veces suelo leer y comentar con ellos algunos de mis artículos y relatos y me dicen que les gustan. Yo no sé si me lo dicen porque de verdad les gustan o porque pretenden que yo sea más benévolo en mis calificaciones de Psicología.
El caso es que un día, después de leer y comentar uno de mis artículos, se me ocurrió decirles que me propusieran algunos temas sobre los que escribir. Y me quedé sorprendido por la profundidad de los temas que me sugirieron. Ikram me pidió que escribiera sobre la muerte, Yunes sobre el amor, Zohaila sobre la envidia y Yabir sobre la paciencia.
Estos temas me van a obligar a adentrarme más en el terreno del ensayo que del artículo, pues voy a tener que realizar una serie de reflexiones que espero no aburran a los lectores dominicales habituales de esta sección, suponiendo que haya alguno.
Son también temas sobre los que se ha escrito y discutido mucho por parte de personas mucho más cualificadas que yo. Por tanto, tampoco sé si podré aportar alguna idea que resulte novedosa o interesante, aunque siempre merece la pena intentarlo y es mejor arrepentirse por lo que se ha hecho que por lo que no se ha tenido el valor de intentar.
Pues bien, voy a comenzar con el tema que me propuso Ikram: la muerte.
Mucho se ha dicho ya sobre la muerte y difícilmente podré decir yo nada nuevo. Quizás sea la única certeza que tenemos todos los humanos: la de que tenemos que morir. Aunque en esto, como en otras tantas cosas, la Naturaleza, o Dios, o un ser superior, o la concatenación de circunstancias físicas y biológicas que han hecho posible la vida, o como le quieran llamar… es sabia. Y ha permitido dos cosas: que no sepamos cuándo tenemos que morir y que no pensemos en la muerte.
Respecto de lo primero, ya se encuentran también en Internet (donde todo se encuentra) páginas donde reclaman tu atención con mensajes como “averigua el día de tu muerte”, “adivina cuándo vas a morir”…
No he entrado nunca en esas páginas. En primer lugar porque no creo que sea posible predecir tal evento, me imagino, introduciendo una serie de datos que te pedirán. Y en segundo lugar porque no me hace ninguna gracia conocer esa información, y menos aún si fuese cierta.
Pero también comprendo que hay gustos para todo y habrá personas a las que produzca mucho morbo conocer cuál puede ser el día de su muerte, igual que les pueden gustar las predicciones del horóscopo. Pero sigo insistiendo en mi idea inicial: afortunadamente, no podemos saber la fecha de nuestra muerte, a menos que hagamos méritos diariamente y compremos muchas papeletas para emprender de inmediato el camino “al otro barrio”.
Lo contrario, conocer dicha fecha, sería como vivir con una permanente espada de Damocles sobre nosotros que podría angustiarnos más o menos, según la templanza de la persona, pero que sin duda condicionaría nuestras vidas.
Si conociéramos la fecha de nuestra muerte, conforme se fuera acercando, en cierto modo viviríamos como esas personas que tienen una enfermedad incurable y les dan un cálculo aproximado del tiempo que les queda de vida. Esas personas se pueden tomar esa noticia de varias formas.
Algunos caen en el más absoluto abatimiento y depresión. No logran superar el mazazo que les supone saber que les queda poco tiempo de vida, su estado físico y anímico es lamentable y suelen arrastrar también hacia el abismo a los que les rodean. Quizás sea la peor de las opciones ante esta situación pero la persona no lo puede remediar, no se siente capaz de adoptar otra postura más positiva.
Otra posible actitud se encuentra en las antípodas y es la de la persona que al saber que tiene fecha de caducidad quiere hacer en el tiempo que le queda todo lo que no hizo en su vida anterior, llevando una vida desenfrenada, sin límites en todos los sentidos pues sabe que no tiene nada que perder y quiere marcharse de este mundo llevándose el mayor número de experiencias posibles.
Una tercera actitud sería la de las personas que ante la certeza de una muerte próxima quieren hacer cosas nuevas pero en un plano más espiritual: hacer el bien, implicarse en labores sociales, en definitiva, dejar un buen recuerdo cuando ya no esté en este mundo.
Podríamos adoptar posturas similares a estas, conforme se acercara la fecha de nuestra muerte si supiéramos cuando es. Pero, afortunadamente, no lo sabemos.
La otra cuestión que la Naturaleza, o quién demonios se ocupe de que las cosas sean como son, ha hecho que sea así es la cuestión de no pensar en la muerte. Es curioso, muy curioso. Sabemos que a lo largo de nuestras vidas nos pueden ocurrir muchas cosas, o no nos pueden ocurrir. Si miramos hacia atrás, a veces nos sorprendemos de las cosas que hemos hecho, de los giros que ha dado nuestra vida, de las cosas inesperadas que nos han sucedido. ¿Y qué decir del futuro?. ¿Qué nos puede pasar en el futuro?. Nadie lo sabe.
Pues de toda esa amalgama de cosas inesperadas que sucedieron en el pasado y de esa absoluta incertidumbre que es el futuro, sólo hay una certeza absoluta: que tenemos que morir. Y aquí de nuevo se muestra la Naturaleza en todo su esplendor: nos ha hecho de tal forma que apenas pensamos en ello. Es así, increíble pero es así. Normalmente es así. De no ser así, entraríamos en el ámbito de lo patológico.
Cuando somos jóvenes, por supuesto que no pensamos en la muerte. ¿Cómo vamos a hacerlo?. Estamos llenos de vida, de proyectos, de ilusiones, tenemos todo un mundo por descubrir… Cuando yo era joven, a veces pensaba cuáles podían ser los inconvenientes de hacerse mayor y creía que una de las peores cosas debía ser que cuando uno se hace mayor y ve que el tiempo que le queda por vivir es más corto que el que ya se ha vivido, debía pensar mucho en la muerte.
Yo ya estoy en esa situación y, afortunadamente, también experimento en mí mismo que no es así. Con los años, la mente adquiere unos mecanismos  de relativización por medio de los cuales las cosas se aprecian y valoran de manera muy diferente. Nos endurecemos para algunas cosas y nos ablandamos para otras. Y con respecto a la muerte, parece como si nos pusieran una venda en los ojos para no ver, para no pensar sobre ella más de lo estrictamente necesario. No es que lo olvidemos, pero pensamos lo justo, no más.
Hay otra idea sobre la muerte con la que quisiera terminar este ensayo más que artículo, como dije al principio. Y me estoy refiriendo a algo que es consustancial al propio hecho de la muerte y que impregna todas las ideas anteriores: el miedo a la muerte. ¿Por qué el miedo a la muerte?.
No dispongo de datos de encuestas sobre si la gente le tiene miedo a la muerte pero creo que mayoritariamente, sí que le tiene miedo. Yo también le tengo miedo.
Sin embargo, si objetivamente me pregunto:
“¿Por qué le tengo miedo a la muerte?”.
Me encuentro con una contradicción. Dejando aparte las consideraciones religiosas sobre la existencia o no de otra vida después de la muerte, objetivamente la muerte supone ausencia de vida y, por tanto, de dolor, de sufrimiento, de sentimientos, de todo aquello que acompaña a la vida… Luego si no hay vida, ya da igual lo que pase después puesto que no vamos a sufrir pase lo que pase.
Sabemos lo que tiene que pasar, el proceso que tiene que seguir nuestra corporalidad física, pero a nosotros nos debe dar igual porque nosotros ya no sentiremos ni padeceremos. Pero hay un miedo irracional a esa nada, a ese vacío, a esa oscuridad, a ese desconocimiento que nos asusta y a veces hasta nos aterra y que es muy difícil de superar.
Las religiones intentan ayudarnos a superar ese miedo a lo desconocido, algunas nos dan una esperanza con la promesa de que existe otra vida después de la muerte, otra vida mejor que esta y que, además, es eterna. Algo que sólo está al alcance de aquellos que en esta vida han hecho los méritos suficientes para merecerla, lo cual tampoco es fácil.
Pero creerlo también está sólo al alcance de los que tienen la fe suficiente porque nadie se lo puede demostrar. Pero son realmente afortunados los que creen firmemente en la vida después de la muerte. Que después sea o no cierto, no sería una decepción absoluta pues ya sería suficiente recompensa para ellos el haber vivido felices convencidos en la creencia de esa vida eterna.
Hasta aquí mis reflexiones sobre el tema que me propuso Ikram. Espero haberla ayudado a ella y también a ustedes a reflexionar.

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