La legislación que regula el sistema educativo español impone a todos los centros (de primaria y secundaria) la obligación de ofrecer la “Religión” como asignatura optativa; y otorga a las familias el derecho a ejercer esta opción según sus creencias y convicciones. En Ceuta, la concreción de estas prescripciones ofrece el siguiente resultado: En la enseñanza primaria, el cincuenta y cinco por ciento de los alumnos y alumnas cursa “Religión Islámica”, el treinta y seis por ciento, “Religión Católica”, y un nueve por ciento ha decidido prescindir de la formación religiosa (se supone que laicos coherentes o ateos). Sin embargo, en Educación Secundaria, los porcentajes varían muy significativamente por el hecho (insólito) de que el Ministerio no oferta la Religión Islámica, a pesar de que esta materia cumple todos los requisitos exigibles (incluida la aprobación del currículum oficial). La administración incumple la ley. Pero hay algo más grave. Vulnera, de una manera flagrante y alevosa, el principio de igualdad. Todas las familias, cuyos hijos e hijas cursan Religión Islámica en primaria (que son la mayoría), se ven privadas de este derecho cuando pasan a secundaria. Por el contrario, sí se les reconoce a las que eligen Religión Católica (la minoría). Es una discriminación insultante por grosera.
Ante esta inexplicable injusticia, Caballas planteó al Pleno de la Asamblea una iniciativa política para instar al Ministerio de Educación a restablecer el principio democrático por excelencia: “todos los ciudadanos tienen idénticos derechos y son iguales ante la ley”.
El mero anuncio de esta propuesta convulsionó el espacio de opinión. El (todavía) nutrido ejército de la “Ceuta profunda” (ilustres racistas orgullosos de su estulticia), reaccionó como el “perro de Pávlov” al oír la expresión “Religión Islámica”. Intuyen un nuevo paso de su temida “invasión”. Neuronas cortocircuitadas. Se les nubla la razón, se atrincheran en las vísceras, y se desvanece toda posibilidad de argumentar (ni siquiera son conscientes de que la ley cuyo cumplimiento se exige ha sido aprobada gracias a sus votos). Una segunda corriente crítica estuvo sostenida por los autodenominados laicos. Unos más o menos vinculados al PSOE (a pesar de que este partido en veintiún años de Gobierno no sacó la religión de las aulas), y otros habitualmente instalados en el confortable limbo de las utopías. Allí donde nunca duele el aceite hirviendo. Obviaron el fondo de la propuesta para desplazar el debate al plano teórico sobre el papel de las religiones en el sistema educativo (que nadie estaba planteando). El caso es que racistas y laicos se vieron (quizá involuntariamente) aliados en un frente común contra el principio de igualdad. El silencio de la muchedumbre que participa de la “estrategia de la ambigüedad calculada” terminó por dejar a Caballas en solitario (con honrosas, valientes y valiosas excepciones) combatiendo otra injusticia.
El debate en las instituciones se saldó como siempre: Caballas, reivindicando igualdad, perdió la votación frente al inmovilismo del PP que con su mayoría absoluta se obstina (irresponsablemente) en apuntalar un modelo de Ciudad caducado y alimentando tensiones internas de inciertas consecuencias. El resto casi nunca tiene nada que decir que no esté directamente unido a sus propios intereses (se abstuvieron).
Una reflexión con carácter general. Sigue siendo enorme el segmento de la ciudadanía ceutí que no comprende bien las claves de la Ciudad en la que vive. Determinados fenómenos se perciben de un modo distorsionado (por efecto de los prejuicios) sin calibrar correctamente su verdadero alcance. No se puede sostener una sociedad democrática fundamentada en los privilegios de una minoría y la negación de los derechos a una mayoría de la población, Eso ha sido ya erradicado hasta en Sudáfrica. Sería muy recomendable que, desde el sosiego y la concordia, y con ánimo constructivo, quienes siguen fosilizados por la nostalgia analizaran la siguiente frase de Amin Maaluf contextualizándola en nuestra Ciudad: “Es el sentimiento de humillación, y no la pobreza, el que conduce a la radicalización”. Observen el devenir de nuestra vida cotidiana en las calles y plazas por las que transcurre. Háganlo con una mirada limpia exenta de prejuicios. Y desde su más íntima sinceridad, saquen sus propias conclusiones. Ceuta les estará agradecida.
Una segunda reflexión esta, para quienes se reclaman de la izquierda. La izquierda es, por naturaleza y definición, transformadora. Y sólo es posible cambiar las cosas desde la asunción del principio de realidad en cada uno de los contextos sociales que pretendemos cambiar. Quien no baja al fango, allí donde todo es diferente, más duro, ingrato y contradictorio y se mantiene en el plano de la “pureza ideológica” está practicando un interesante y entretenido “pasatiempos intelectual”, pero está renunciando a hacer política. El principio de igualdad es la razón de ser esencial de la izquierda. Igualdad de género (contra la estructura machista de poder), igualdad económica (contra el paro, la explotación y la pobreza), igualdad social (contra el racismo y la xenofobia). Y en la Ceuta del siglo veintiuno la aplicación de este postulado implica, de una manera irrefutable, situar como un eje fundamental de la acción política la interculturalidad. Con todas sus consecuencias. Y sus dificultades.
El debate concluyó. El próximo once de septiembre las aulas abrirán de nuevo sus puertas. Todos los alumnos y alumnas que cursaron Religión Católica en sexto de primaria, si sus familias así lo estiman, recibirán clases de esta asignatura en primero de la ESO. Aquellos que estudiaron Religión Islámica, sin embargo, no tendrán esa oportunidad. Una discriminación para la que nadie es capaz de encontrar una explicación razonable (o confesable). Salvo si aceptamos la existencia de un “racismo estructural” que, aunque invisible, sigue dictando las pautas de comportamiento social en nuestra ¿querida? Ceuta (que sigue sin ser de todos).
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