Opinión

Sobre el poder, por Francisco Olivencia

“En aquellos tiempos teníamos líderes con verdadero sentido de Estado -Suárez, Felipe González, Fraga e incluso Carrillo- que ahora se echan de menos”

Hace unos días, rebuscando entre esos viejos recuerdos que solemos guardar y que luego se pierden, encontré un amarillento recorte de 'El Faro' del día 29 de agosto de 1980, en el que aparece un artículo mío titulado “El poder”, Por aquel entonces –hace ya más de treinta y siete años- yo tenía el honor de ser Diputado por Ceuta.

En dicho artículo comentaba cierta definición efectuada por Manuel Clavero, según la cual “un político es una mezcla de ambición y de ideales”. Por si el lector lo ignora, aclaro que Clavero, jurista, catedrático y político andaluz, fue Diputado por Sevilla con la UCD de Adolfo Suárez, Ministro adjunto de Relaciones con las Regiones y más tarde de Cultura. Padre de la doctrina del “café para todos” en materia de estatutos autonómicos, Clavero dimitió y se dio de baja en UCD, pasando al Grupo Mixto del Congreso, al considerar que, pese a su criterio, se estaba cociendo para Andalucía un estatuto inferior a los ya aprobados para Cataluña y el País Vasco.

"En honor a la verdad, reitero un hecho que ya sugería... los políticos corruptos son un limitado porcentaje"

Transcribo, a continuación, la parte nuclear de aquel artículo, en la que expresaba mi opinión acerca de la ambición y los ideales en la vida política:

“Hay una ambición sana, comprensible y legítima en la política. Es la de aquellos que creen defender las ideas más adecuadas y quieren llegar a puestos de responsabilidad para, desde allí, servir a la comunidad poniéndolas en práctica. Pero hay otra ambición, para mí repudiable, que es la de quienes buscan el poder por el poder. A lo largo de mi vida, y más ahora, cuando estoy inmerso en la política, he podido conocer a bastantes especímenes de este último tipo, tanto a escala nacional como a menor escala territorial. Para ellos, los ideales y los principios son secundarios y están dispuestos incluso a sacrificarlos en aras del logro de su ambición. Les gustaría llevar las riendas del Estado, de la región, de la provincia o del municipio en forma exclusiva y hacer que todos bailasen al son de su música particular. Quieren ser “el poder”, sentirlo y hacérselo sentir a los demás. Acogen y protegen al adulador y persiguen con saña a quien no se preste a su juego. Son astutos, hábiles, falsos y embaucadores, y también envidiosos y celosos frente a quiénes, en su fuero interno, reconocen como superiores, porque temen que puedan constituir un obstáculo en sus ansias de poder. En la actual situación política, claman por las autonomías, ya que ven en ellas unas nuevas parcelas de poder a su alcance”. El artículo proseguía:

“Que nadie se llame a engaño. Estos especímenes existen a lo largo y ancho de todo el espectro político nacional, porque ya se han infiltrado hasta ocupar cargos en los partidos, en los sindicatos y en la Administración, o han conseguido ser elegidos concejales, alcaldes o parlamentarios. Afortunadamente, son minoría, ya que conozco a muchas personas que están en política llevadas por un legítimo deseo de servicio; unas, con sana ambición, y otras ni siquiera con ambición, sino solamente con ideales”. Y concluía:

“Si lográsemos purificar la llamada clase política de los perniciosos elementos que la enturbian, de estos buscadores del poder por el poder, creo que podríamos preparar un limpio horizonte de esperanza para nuestra Patria. A mi juicio, la tarea merece la pena”.

"Aunque a tantos españoles les cueste creerlo, ha habido y sigue habiendo una mayoría de honrados"

Hasta ahí, lo que publiqué en 1980. ¡Qué inocentes éramos entonces! Desde la perspectiva actual, no cabe más que preguntarse cómo es posible escribir todo lo anterior acerca del poder y las ansias de ocuparlo sin mencionar ni una sola vez la palabra “corrupción”. Y es que estábamos empezando a conocer y vivir la democracia, en unos tiempos en los cuales imperaban la buena fe, la tolerancia, el esfuerzo para llegar a consensos y la ilusión por forjar una España próspera, de todos y para todos, de libertades y de derechos, y también- de obligaciones. Llevado por aquel espíritu, ni se me ocurrió la posibilidad de que hubiese políticos corruptos. Empezaba a funcionar la oposición, pero se respetaban escrupulosamente las formas ¡Qué diferencia con la incorrección y la ordinariez que ahora asientan sus reales en las Cámaras legislativas!

"Hay una ambición sana, comprensible y legítima en la política. La de quienes creen defender las ideas"

En aquellos tiempos, teníamos líderes con verdadero sentido de Estado -Suárez, Felipe González, Fraga e incluso Carrillo- que ahora se echan de menos. Supieron hacer una transición ejemplar, admirada por al mundo, que hoy está sufriendo el desprecio de algunos extremistas insensatos, partidarios de volarla en mil pedazos.

En mi análisis sobre aquellos ambiciosos capaces de sacrificar los principios para llegar al poder, faltaba sin duda añadir el propósito de enriquecerse acudiendo a medios inconfesables y delictivos. No podía pensar entonces en la relevancia que iba a adquirir esa sórdida forma de enriquecerse a costa del erario público.

De cualquier modo, y en honor a la verdad, reitero un hecho que ya sugería al final de aquel viejo artículo, pues por muchas vueltas que se le dé al problema y por mucho que salgan y vuelvan a salir en los medios informativos, los políticos corruptos constituyen en España un limitado porcentaje frente a aquellos centenares de miles que, desde los inicios de nuestra actual democracia, han ocupado y ocupan cargos de responsabilidad sin haber sido investigados o imputados de delito alguno.

Aunque a tantos españoles les cueste creerlo, ha habido y sigue habiendo una relevante mayoría de políticos honrados. Me consta que decir lo anterior equivale, a estas alturas, a predicar en el desierto, pero me quedo tranquilo cuando lo digo, porque es la verdad. Generalizar es muy injusto.

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