Categorías: Opinión

Sobre el amor

Concluyo esta semana la tetralogía de temas que me propusieron mis alumnos de Psicología de Segundo de Bachillerato con el que me sugirió Yunes: el amor. Él no especificó a qué clase de amor se refería (ni yo tampoco le pedí que me lo aclarase) puesto que hay muchos, así que haré un recorrido por algunos de ellos.
En el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española se encuentran hasta catorce acepciones diferentes sobre el amor. Yo voy a reproducir sólo las dos primeras: 1.- Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser. 2.- Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.
Quizás el paradigma del amor sea el amor de madre, el que lo entrega todo a cambio de nada, el que se sacrifica desinteresadamente, sin esperar nada a cambio. Con razón dicen que madre no hay más que una. Me podrán decir que hay madres y madres, igual que hay hijos e hijos, pero yo no puedo imaginarme el amor de una madre de otra manera. Quizás porque ese es el que he conocido y, afortunadamente, aún sigo disfrutando.
Baste con poner un ejemplo. En el reciente y devastador terremoto de Lorca, una de las víctimas mortales fue una señora que paseaba por la calle con sus dos hijos de corta edad. Falleció al caerle encima los cascotes y restos de un edificio que se derrumbó en el momento en que ella pasaba con sus hijos. Pues bien, debajo del cadáver de la madre encontraron, sanos y salvos, a los dos hijos que habían sido protegidos por el cuerpo de ella, en cuando advirtió lo que estaba ocurriendo y el peligro que corría la vida de sus hijos. En este caso, ella les dio la vida dos veces a sus hijos.
El amor de madre se puede entender, pues al fin y al cabo se está proyectando sobre unos seres que son sangre de su sangre, pero hay otro amor que es muy complicado, muy difícil de ejercer. Me estoy refiriendo al amor al prójimo, a ese que trata de hacer el bien a los demás, de aceptar a cada uno tal como es, de no guardar rencor cuando te hacen algo que está mal, de responder con una buena acción a cada puñalada por la espalda. En definitiva, a poner la otra mejilla cada vez que te dan una bofetada. No me digan que no es difícil eso, casi imposible diría yo. Y sin el casi.
Encontrar a alguien así en el mundo en que vivimos es una raya en el agua, un mirlo blanco. Pero los hay, pocos, pero les aseguro que los hay. Por supuesto que yo no soy uno de ellos, pero tengo la suerte de conocer a alguno.
Dicen que los que son capaces de llevar a cabo semejantes pruebas de amor al prójimo, lo hacen por amor a Dios. Conozco a algún religioso que da pruebas de un amor infinito a los demás y me imagino que en su caso será como consecuencia del amor que profesa a Dios, pues a Él ha consagrado su vida. Pero también conozco el caso de algunas personas que no son religiosas y también dan muestras de un gran amor por los demás, no sólo con palabras sino con hechos.
He tenido algunas conversaciones con una de ellas sobre este tema y cuando le he preguntado por qué manifiesta esa bondad natural hacia los demás, cómo es capaz de dar esas muestras de amor, de poner la otra mejilla, eso que tanto nos cuesta, me dice que a estas alturas de su vida, sentir que los demás también son parte suya, que sus alegrías y sus penas son suyas también, sentirse partícipe de sus pequeñas victorias y derrotas en el devenir diario de la vida, implicarse en casos concretos de personas que tienen algún problema y ver que es posible ayudarles, es lo que más satisfacción le proporciona, por encima de cualquier otro incentivo económico o material.
Creo que una persona que piensa así está ya bastante cerca del punto de sabiduría que alcanzamos en nuestro momento de máximo esplendor mental y espiritual. Y tenemos que haber consumido ya una buena parte de nuestra vida para llegar a este punto.
Un amor interesante desde el punto de vista intelectual, es el amor platónico. Debe su nombre al sistema filosófico fundado por Platón, para quien este tipo de amor es la motivación que nos lleva al conocimiento de una idea y a la contemplación de la misma, y que varía desde la apariencia de la belleza hasta el conocimiento puro y desinteresado de su esencia. En este tipo de amor no hay un elemento sexual o, si lo hay, sólo se da de forma ideal o imaginativa.
Platón sostenía que el verdadero amor es el amor a la sabiduría, al conocimiento. Por lo tanto, el amor platónico no es el amor al ideal de una persona sino el amor a conocerla y saber de ella.
Parece que los amores platónicos se dan sobre todo en personas que son introvertidas, románticas e intelectuales. Personas que en ocasiones se sienten inseguras ante el amor físico pero, sin embargo, tienen una gran riqueza interior y todo un mundo de expresión de sus sentimientos a través de la intelectualidad.
Estadísticamente, parece que los hombres son más proclives a tener amores platónicos. Esto es debido a que la mujer es más abierta a la hora de expresar sus sentimientos, mientras que el hombre muchas veces los expresa más a través de idealizaciones y fantasías que basándose en la realidad.
Sobre si es bueno o no tener amores platónicos, en esto, como en otras muchas cosas, depende de cada persona,  pero sí creo que a través de un amor platónico la persona puede llegar descubrir qué es lo que realmente quiere en el amor para luego poder amar de verdad. Con la forma de vida que hoy impera, donde el consumismo y la apariencia externa son dos de los valores fundamentales, tener una ilusión por un amor platónico puede ayudarnos a relajar nuestra mente y nuestro espíritu.
El amor autopersonal o amor propio es también muy interesante y recomendable en los tiempos que corren. Desde el punto de vista de la Psicología Humanista, es el sano amor hacia uno mismo. Es uno de los prerrequisitos de la autoestima y, en cierto sentido, un sinónimo de ella.
El amor autopersonal es positivo para el desarrollo de la persona y casi indispensable para las buenas relaciones interpersonales.
No debemos confundirlo con el narcisismo, el cual conlleva egocentrismo y una baja autoestima. Sin embargo, el psicoanálisis (del que hablé superficialmente en un artículo anterior) cree que el amor autopersonal es siempre narcisismo que puede ser, según los casos, saludable o no.
En la cultura religiosa monoteísta se suele considerar que el amor es apoyado por y consecuencia de Dios. Este es el caso del judaísmo, del cristianismo y del Islam.
El judaísmo emplea una definición amplia del amor, tanto entre personas como entre los seres humanos y la deidad. Respecto al primer caso, en la Torah se afirma: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Respecto al segundo, a los seres humanos se les manda amar a Dios “con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas”.
En el cristianismo se entiende que el amor proviene de Dios. El amor de hombre y mujer (“eros” en griego) y el amor desinteresado por los demás (“agape”) se contrastan a menudo como amor “ascendente” y “descendente” respectivamente, aunque en última instancia son una misma cosa.
En cierto sentido, el amor abarca la visión islámica de la vida como una hermandad universal que se aplica a todos los que mantienen la fe. No existen referencias directas que afirmen que Dios es amor, pero entre los 99 nombres de Dios (Allah), existe el nombre de Al-Wadud o “el amante”, que se encuentra en la Azora 11:90 y en la Azora 85:14. Se refiere a Dios como “pleno de amorosa amabilidad”. Todos los que tengan fe tendrán el amor de Dios, aunque el grado de amor recibido y el esfuerzo puesto para conseguirlo depende del individuo en sí mismo.
Pero a pesar de todo lo anterior, si hablamos de amor casi todo el mundo piensa en la segunda acepción que da el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, aquel que se refiere al sentimiento hacia otra persona que nos atrae y de la cual procuramos su reciprocidad.
Ese sentimiento que ha hecho correr ríos de tinta, que ha motivado tantas locuras, alegrías y tristezas. Ese sentimiento a veces incomprensible y difícil de explicar, que suele aparecer en la adolescencia y que nos acompaña hasta el final de nuestros días. Se puede leer en una “carta de despedida” que circula por Internet y cuya autoría se atribuye a Gabriel García Márquez: “… cuán equivocados están los hombres cuando creen que no pueden enamorarse porque envejecen, sin saber que envejecen porque dejan de enamorarse”.
Quizás era sobre esa clase de amor sobre la que Yunes quería que yo hablase en este artículo y, precisamente, va a ser sobre la que menos voy a hablar, ya que de sobra se ha hablado. Pero sólo diré una cosa para terminar. Es ese misterioso sentimiento que complica nuestras vidas el que, al mismo tiempo, le da sentido y le sirve como motor. Porque, ¿qué sería de la vida sin esa clase de amor?. Por supuesto que sería mucho más tranquila y apacible pero, a la vez, mucho triste, vacía y falta de sentido.
Bien, espero haber satisfecho, al menos en parte, la petición de Yunes sobre el tema del amor. Y concluyo con él la tetralogía de temas que me propusieron mis alumnos de Segundo de Bachillerato que, como dije cuando comencé, me ha obligado a hacer un ejercicio de reflexión que reconozco me ha resultado muy satisfactorio pero, al mismo tiempo, me ha obligado a ser demasiado serio y profundo en ocasiones durante estas cuatro últimas semanas.

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