El pasado día tres de diciembre celebramos el Día Internacional de la Discapacidad, así que voy a dedicar estas palabras a mis compañeros y compañeras del CERMI autonómico, por llevar el espíritu de lucha a su máximo nivel. Y en general, a todas las entidades que viven el día a día de la discapacidad.
Al final solo quedará el mensaje: que no es indigno precisar ayuda; que cualquiera la puede necesitar; que no podemos separarnos de nuestro destino. Al final solo quedará la luz: hasta la vela más humilde ilumina el infinito.
Todo el mundo tiene detrás una historia de superación, un testimonio de fe y de confianza en el talento con que nacimos, ¿qué os voy a contar?
Todas las personas hemos necesitado un punto de apoyo hasta el momento de la oportunidad, hasta llegar al sueño natural de la emancipación, y de la independencia.
Pero, ¿qué ocurre con aquellas personas que hemos sufrido una dificultad sobrevenida, o que hemos despertado a la vida con una adversidad en la función psíquica, física u orgánica? Es aquí donde el género humano debe dejar su impronta: la generosidad es el verbo de la condición humana. Aprendamos a conjugarlo.
El libro de estas personas está plagado de heroicas conquistas, y donde los pequeños detalles esconden señaladas victorias.
En este entorno, las familias juegan un papel fundamental, sin embargo, el aliento del hogar necesita el concurso de una superestructura: la sociedad.
La sociedad es un organismo que debe fomentar el desarrollo personal de todos sus miembros.
Yo amanecí en el activismo conociendo los procesos de la salud mental, pero es al compartir deseos y vivencias con otras discapacidades cuando me doy cuenta de la grandeza de nuestros anhelos. Personas, muchas veces muy jóvenes, que tienen que dar el doscientos por cien para estar a nivel en esta sociedad de la competencia, y de la exigencia. Jóvenes que han de madurar muy pronto, para que no se escape el tren de la vida en plenitud.
Definitivamente, hay gente que te sorprende con su espíritu de lucha, y que hace que todo esto valga la pena. Solo hay una idea en sus mentes: la victoria final; la consecución de una vida autónoma y el desarrollo de su capacidad.
Valerse es el gesto último de la dignidad, de ese ejercicio que es la vida. Procuremos un punto de apoyo.
Aunque no nos engañemos; el logro de nuestros derechos vendrá tras una acción positiva y persistente, ya que es habitual también en el ser humano desviar la mirada, y caer en el olvido.
Así que, mucha fuerza a todos y todas las personas que viven el día a día de la discapacidad, y tan solo recordando que todas las personas estamos hechas de la misma materia: la luz.
Es común el pensamiento: hoy por ti, mañana por mí.