Síndrome de extrañitud para el patio del asilo

Hoy tenemos la suerte en nuestra ciudad de la presentación de un libro, lleno de recuerdos, la cita a las 19 horas, en el salón de actos de las Murallas Reales. Su autor Manuel Castillo, nació aquí en Ceuta en 1951, en el Callejón del Asilo, en unos de los antiguos patios, de cal y  jazmines,  de la calle Misericordia. Siguiendo  la tradición de la familia materna -su abuelo fue patrón de pesca-  estudia Náutica en Cádiz. El libro, son recuerdos de un niño de finales de los años cincuenta. Y el niño recuerda: el puerto pesquero; la playa del Chorrillo y la Rivera; la feria y su colorido; las terrazas de los cines de verano -con salamanquesa incluida-; la increíble África "la Macho"; los partidos de fútbol en la murallas del "Angulo"; los jardines; las mañanas del matinée; el juego de las canicas; la plaza de África y la calle "la Muralla"; la Acción Católica de don Gabriel y la merienda de don Bernabé Perpén después de las catequesis...; las patatitas de Casa Lucas o Bar Sin Nombre; los monos de San Amaro... Y sobre todo de los naranjos amargos que rodeaban al Ayuntamiento y daban ese olor tan rico a azahar en primavera, la Virgen del Carmen y los pescadores, los días de gira con la familia y los vecinos al Tarajal, Calamocarro o Benzú…
Su autor nos deja en su prólogo "su mundo": "Los que en la adolescencia abandonamos el mar azul, y a veces esmeralda de Ceuta, no hemos podido nunca encontrar un lugar bajo el sol. No, es cierto, desde que rompimos nuestra atadura atávica  con nuestra tierra, jamás hemos vuelto a encontrar la paz. Y es probable que no podamos volver a encontrarla mientras que no nos reconciliemos con nuestros recuerdos que habitan en lo más profundo de nuestras almas. Todos mis compañeros de viaje están como yo, prisioneros del mismo síndrome de extrañitud, que nos hace sentirnos ausentes, aún cuando vivamos largos años en el nuevo lugar de residencia. Yo no diría que hablamos de nostalgia o de las conocidas saudades al modo gallego, sino de una cierta tristeza  que va calándote como una lluvia fina y sin darte cuenta, un día, al levantarte, se te agolpa toda esa tristeza en el pecho dejándote sin el necesario  aire en los pulmones para poder respirar. Y en ese instante, cuando llega ese momento crucial que la ausencia año tras año ha ido inundando el estanque de tus recuerdos, sí, en ese instante explota la emoción durante tantos años guardada y nos abandonamos completamente trastornados a las horas soñadas de nuestra niñez...
Manuel Castillo continúa en su prologo: "¡OH, la niñez!, tesoro mágico donde se alberga todos nuestros sueños inalcanzables. Quizás por mágico sea el único lugar donde los hoy mayores deseamos volver para reivindicar que un día fue posible alcanzar la felicidad  junto a una sonrisa  de luna alegre, allá en cualquier esquina   de una de aquellas calidas noches de verano de entonces. Yo, ya dije fuerte y claro, que mi patria, mi verdadera y única patria está de este lado del mar. Yo no reconozco más bandera que el azul y el blanco del cielo que roza las cumbres de la Mujer muerta; o el verde de los pinos del Monte Hacho; o el rojo fuerte, de sangre, luego tinto, más tarde  cárdeno de los atardeceres del Estrecho. Mi patria es Ceuta, y mi alma es suya, yo no soy nada, yo sólo quiero ser una palabra  pronunciada  una sola vez por don Bernabé Perpén en Nª Sª de África, a saber: «Este niño se llamará, Manuel». Manuel, sólo un nombre perdido en el archivo de bautismo de una iglesia; y más tarde, inscrito en el padrón del censo del Ayuntamiento del año 1955; pero un nombre que da fe que nací en la Ceuta vieja, entre Foso y Foso y entre Puente y Puente, donde los ceutíes decían que habitaban los hombres de las caballa; aquellos que en la noche sin luna oteaban el  arda de los bancos de peces, y luego se hacían a la mar con la esperanza de  llenar sus redes. Más tarde, con el paso del tiempo, la palabra caballa, tendría aún un carácter más originario e identificativos que el propio gentilicio. Queda claro, pues, que el agua que don Bernabé Perpén derramó sobre mi cabeza, determinó la impronta de mis afectos a un lugar determinado y a un tiempo. Yo, pertenezco a los patios y a las calles del Callejón del Asilo Viejo. Un lugar y un tiempo, que algunos dicen que ya sólo habita en los recuerdos y es cosa del pasado; pero sin embargo yo os digo, que al atardecer, cuando vuestros pasos se dirigen a una plaza, a una alameda, o  la orilla del mar, escuchad  a vuestros corazones, y quizás se obre el milagro de que aquel lugar y aquel tiempo, de nuevo, como una caricia, como un susurro, volváis a sentirlo como si fuese ayer: Concluye Manuel Castillo en su libro.

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