Pensaba yo que al calor de las fiestas navideñas, y como consecuencia de los buenos propósitos de enmienda y de ayuda a los demás que se suelen hacer en las mismas, las Navieras iban a darnos un respiro a los sufridos y cautivos clientes ceutíes. Máxime, sabiendo que alguno de los gestores es una persona del lugar, que lleva años viviendo entre nosotros. Pero ni por esas. A estos mercaderes del transporte de viajeros y mercancías, que por decisión de las autoridades públicas tienen en sus manos la llave del destino económico de Ceuta, les importa un comino la angustia de los miles de ciudadanos que se han de quedar retenidos y aprisionados, cada vez que a ellos les viene en gana.
Porque esto es lo que ocurre. Salvo en las contadas excepciones en las que algún peligroso temporal de levante impide y desaconseja la navegación, en el resto de ocasiones en las que se suspenden rotaciones, o se impide el embarque de personas, lo es sólo por razones espurias, aunque siempre relacionadas con la rentabilidad económica. El último ejemplo lo tenemos con la navegación de los días 26 y 27 de diciembre del año que acaba de pasar.
Efectivamente, el día de Navidad, 25 de diciembre, hubo un fuerte temporal de poniente. Las rachas de viento llegaron a superar los 100 kilómetros. En estas circunstancias la navegación era bastante complicada. Se suspendieron las rotaciones de los barcos. Miles de ciudadanos quedaron aprisionados a ambos lados del Estrecho. Al día siguiente, muchos teníamos que volver para trabajar. Otros se marchaban con sus vacaciones. El viento se había calmado y las naves parecía que comenzaban a circular con cierta normalidad. La primera partió desde Ceuta a las 6 de la mañana. Era el Pasión por Formentera, de la compañía Balearia. Iba hasta la bandera de coches y pasajeros. A partir de las 7:30 de la mañana, ya no quedaban pasajes libres para hacer el trayecto Algeciras-Ceuta. En la cola de las ventanillas oficiales de Balearia había mucha gente. Algunos, que íbamos en pareja, optamos por esperar el turno en dos compañías diferentes. Lo importante era coger el primer barco para Ceuta. En nuestro caso, sacamos dos billetes. Uno para Balearia y otro para Acciona. Nos fuimos en el primero que salió, reservando el billete de la otra compañía para otro día.
El día 7 de enero, a primera hora, nos dispusimos a embarcar en Balearia con el billete que habíamos adquirido el día 26. Éramos de los últimos pasajeros. Aún faltaban más de 10 minutos para que se cerrara el embarque. La empleada que controlaba los billetes, los miraba una y otra vez. Esto me hizo sospechar que algo iba mal. Efectivamente. De pronto nos dijo que ese billete no era válido, pues sólo servía para el día 26 de diciembre a las 9 de la mañana. Le indiqué que ese día habían suspendido varias rotaciones (pese a que la mar no estaba tan brava como la pintaban) y que algunos pasajeros sacamos billetes de varias compañías para embarcar en la primera nave que partiera. Nos respondió que ella tenía instrucciones de que el cambio de fecha teníamos que haberlo comunicado el mismo día 26. A esto le contestamos que si ella consideraba razonable pensar que, con el grave problema de acumulación de pasajeros que hubo ese día, a alguien se le iba a ocurrir que tenía que comunicar el cambio de fecha. En vista de que seguir hablando no servía para nada, me dirigí a toda prisa a la ventanilla de la planta baja, para intentar aclarar el problema y, en su caso, sacar otro billete que nos permitiera embarcar a esa hora. Fue imposible. El empleado de esta ventanilla también se encasquilló en los mismos argumentos. Todo ello después de hacer unas cuantas llamadas de consulta a sus jefes. Al acabar, le pedimos otro billete. La respuesta fue que ya se había cerrado el embarque (a pesar de que aún seguían faltando más de 10 minutos para la salida).
Acto seguido llegó corriendo otro viajero, al que tampoco dejaban pasar. Este sí tenía el billete de ese día. La razón, que el embarque se había cerrado. De nada le sirvieron las protestas. Lo más que consiguió fue que le devolvieran el dinero y que le dieran una hoja de reclamaciones, que cumplimentó, pidiéndonos amablemente nuestros documentos de identidad, para que fuésemos testigos de lo acontecido. Accedimos con agrado.
Pasado el incidente y mientras esperábamos al siguiente embarque (dos horas después), este pasajero, funcionario de policía, nos comentaba con tristeza, que era uno de sus últimos viajes a Ceuta, ya que había sido destinado a otra ciudad, y que a él no le gustaba tener que llegar a hacer reclamaciones. Pero no le habían dejado otra opción. Nosotros le deseamos suerte en su reclamación, aunque le advertimos que finalmente no servían para nada. El problema es que el destino económico de Ceuta está en manos de piratas sin escrúpulos, le dijimos.
Mientras tanto, en lugar de preocuparse por solucionar estos problemas, el Delegado del Gobierno se dedica a culparnos a todos de la inseguridad ciudadana, por consentir, supuestamente, que gentes pobres tengan televisores de plasma. No sé si es que piensa que todos debemos ser somatenes del nuevo régimen. ¡Manda güevos el asuntillo!.
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