Los problemas estructurales de Ceuta ya se han convertido en una especie de singular "tabla de multiplicar" que hasta los menores pueden recitar con sencillez y precisión.
No estamos acosados por fenómenos desconocidos o indescifrables, sino por un conjunto de calamidades perfectamente diagnosticadas y, lo que es infinitamente peor, socialmente asumidas como si formaran parte de la idiosincrasia de nuestra Ciudad. Ya sólo nos queda el paso de exhibirlas con orgullo como méritos identitarios.
El argumentario vigente se articula en torno la idea de que "la complejidad y profundidad de los problemas" impide una solución a corto plazo. Esto se resume en la vulgar y manida sentencia de "nadie tiene la varita mágica". La aceptación de este corolario exime a todos (instituciones, agentes sociales y partidos políticos) de implicarse activamente en la superación de las adversidades ("es una pérdida de tiempo intentar arreglar lo que no tiene arreglo"). Lo que sucede, como en tantas ocasiones, es que esto es una trampa dialéctica. Partiendo de una premisas ciertas, se llega a una conclusión falsa. La lógica del razonamiento se quiebra porque la premisa es sólo parcialmente cierta, y se utiliza intencionadamente como si tuviera carácter universal. Porque, aunque no se quiera reconocer, una parte considerable de nuestros problemas sí tienen solución. Otra cosa bien diferente es que se quiera encontrar. Tal es el caso del empleo clandestino.
La asfixiante proliferación de la mano de obra ilegal es uno de los factores determinantes de la desestructuración de nuestro mercado laboral, y por derivación, de la destrucción del tejido empresarial. El paro galopante, su consecuencia más directa y dramática. El incumplimiento generalizado de todas las normas laborales existentes, bajo la más absoluta impunidad, provoca una precarización brutal de las condiciones de trabajo, incluida una desmedida presión a la baja de los salarios, y una competencia desleal insoportable para quienes observan rigurosamente la legislación aplicable. Son muchos ya los sectores literalmente afectados por esta práctica. Lo que comenzó siendo un problema en la construcción y en el servicio doméstico, se ha extendido paulatinamente como una mancha de aceite, hasta contaminar todos los sectores productivos (comercio, transporte, hostelería, limpieza...). Esta es una realidad indiscutible.
Esta situación no es una condena irremediable. La represión del empleo clandestino no depende de decisiones políticas de envergadura lejos de nuestras posibilidades, ni requiere excesivos medio materiales ni humanos más allá de los disponibles. Vivimos en una Ciudad tan pequeña que es literalmente imposible ocultar algo tan evidente Su detección está al alcance de cualquier observador interesado en la cuestión. No hace falta explicar que una actuación conjunta y comprometida de las instituciones (incluyendo los más de dos mil agentes de los diferentes cuerpos de seguridad), y de sus respectivos servicios de inspección acabaría con esta práctica fraudulenta en muy poco tiempo.
Sin embargo la voluntad de quienes nos gobiernan está muy lejos de este objetivo. Algún dato oficial recientemente conocido es tan demoledor que ahorra más argumentación. El Ministerio del Interior ha hecho público su balance de "la lucha contra el empleo irregular y el fraude a la Seguridad Social" en el años 2015, que en nuestra Ciudad ha consistido en detectar dos trabajadores ilegales. En un año, en Ceuta, entre todos los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado han encontrado dos trabajadores extranjeros ilegales. Parece el relato de un humorista. Esto sólo admite una interpretación. No existe voluntad política de abordar con seriedad esta cuestión. O dicho de otro modo, el PP (que Gobierna en España y en la Ciudad) se siente cómodo con esta situación. La razón no es difícil de adivinar.
El empleo clandestino trae consecuencias funestas para el conjunto (y el futuro de la Ciudad) pero es, también, un modo de mejorar a corto plazo las condiciones de vida de la mitad privilegiada de la Ciudad que se siente bien representada por el partido de la derecha (puede abaratar sustancialmente gran parte de sus servicios básicos). Lo que estos inconscientes no entienden (o no quieren entender) es que con su proceder consiguen que Ceuta se parezca cada vez más a una colonia. Luego se colocan una corbata, ponen cara de circunstancias, y se pasean por doquier dándose golpes de pecho como ridículos patriotas de hojalata.
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