Categorías: Opinión

Sin respeto al tribunal

En una sociedad en la que se ha perdido el respeto por todo, resulta casi impensable pedir que los ciudadanos lo tengan ante el estamento judicial. Vivimos en un momento marcado por las mentiras y la degradación de las instituciones y hemos llegado a tal punto que ya no se teme ni al ‘señor de la toga’. El engaño se ha convertido en un modo de vida, sus señorías piden respeto y bajo juramento los ciudadanos les devuelven la falsedad mejor adornada que se les pueda ocurrir. No les atemoriza siquiera enfrentarse a pena de prisión por cometer un falso testimonio y las advertencias del tribunal parecen convertirse en la regañina de la abuela al niño malo. Nos topamos, en el caso de Ceuta, con un grupo social convertido en experto en esto de la mentira. Los testigos falsos aparecen de debajo de las piedras, se venden por miseria y terminan sentándose delante de unos magistrados para, sin vergüenza alguna, mentir, mentir y mentir. Es esta una realidad que se da día a día en los juzgados, hasta el punto de que parecen ser ya un zoco de Castillejos en donde las testificales se compran y venden y en donde las condenas se convierten en acuerdos de conveniencia. La degradación del sistema judicial y su empobrecimiento avanzan, la ciudadanía le ha perdido miedo, hay incluso un grupo que juega con el sistema. ¿Cómo es posible que haya testigos convertidos en auténticos artistas de declaraciones prefabricadas previo pago?, ¿no asustan las escasas condenas dictadas por falso testimonio o es que ésto no es más que el ejemplo de que el sistema, así, no avanza?
Hubo un tiempo en el que empezamos a dejar que los poderes fueran derrumbándose poco a poco. La clase política optó por vivir en las cloacas burlándose del pueblo, el poder sindical optó por vivir callado de la mano del mediático, mientras los jueces eran los únicos que parecían pensar que vivían al margen de esta situación, encerrados en una burbuja mientras las calles sufrían una auténtica quiebra a todos los niveles. Todavía seguimos buscando a qué aferrarnos, buscamos sacar la cabeza para respirar y no hundirnos en la charca común de los despropósitos. Ni la poderosa justicia se salva de esa meada colectiva al sentido del deber.

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