Categorías: Opinión

Sin pies ni cabeza

El recuento de parados asoma periódicamente al escaparate público como si se tratara de una información de interés para la opinión. Algún portavoz del régimen, con desdén y desgana, expresa su preocupación procurando que Ceuta parezca una Ciudad normal en la que los problemas sociales despiertan alguna inquietud. Incluso el propio Presidente declaró, no hace muchas fechas, que estábamos ante una “situación insoportable”. En realidad sólo buscaba un titular que le permitiera reconfortar su conciencia considerándose a sí mismo una persona solidaria. Los parados le importan un bledo. Una prueba irrefutable de este cinismo impenitente es que, casi sin solución de continuidad, anunció a la ciudadanía su intención de “seguir haciendo lo mismo” al frente de su renovada mayoría. Desde que Juan Vivas es Presidente de la Ciudad, el paro se ha triplicado (desde tres mil quinientos a once mil). En el último cuatrienio, crece a razón de mil parados más por año. Si aún le quedara una brizna de sensibilidad, estos datos promoverían un examen de conciencia, preludio de un cambio radical en las prioridades del Gobierno. Sin embargo no será así. Ya nos han advertido que todo seguirá igual. Lo auténticamente lamentable es que no se trata del criterio de un solo individuo por cualificado que éste sea, sino de una posición política consolidada por un respaldo electoral ampliamente mayoritario y reiterado.
Y es llegado este punto cuando cabe preguntarse por la clase de enfermedad que mutila el alma de este pueblo. Es muy duro asumir que vivimos en una Ciudad en la que el estado de necesidad de nuestros convecinos es incapaz de conmovernos. ¿Es posible que se nos haya encallecido el corazón hasta este extremo? La reflexión sobre este hecho no arroja conclusiones mucho más alentadoras.
La economía de Ceuta esta muerta. Y las posibilidades de resurrección son muy remotas (inexistentes a fuerza de ser sinceros), salvo que se produjera un cambio radical en la mentalidad de esta Ciudad que no se adivina a corto plazo. Porque el problema de Ceuta es, fundamentalmente, político. La implantación de un modelo económico alternativo, solvente y sostenible, capaz de generar empleo, sólo es viable removiendo todos los obstáculos de naturaleza política que estrangulan nuestro desarrollo. Y esto no será posible mientras el estado español en su conjunto (léase el pacto tácito entre PP y PSOE) considere más importante para el país las buenas relaciones con Marruecos que el futuro de Ceuta y Melilla. En estas coordenadas, hablar de reactivación económica es mentir descaradamente. Sin un proceso de normalización política, la economía de Ceuta no tiene solución. Y resulta obvio que Marruecos jamás aceptará esta condición. España rehúye todo lo que pueda acarrearle un conflicto. Y los ceutíes, ya no tienen ni fuerza ni ánimo para luchar. Lo que nos queda es la subvención. Económicamente, y en términos relativos, mantener Ceuta y Melilla todavía es asumible. La conciencia se acalla. La dignidad se esconde. Y la vida sigue. Sin más horizonte que la supervivencia.
El tejido empresarial se ha reducido a la mínima expresión. La ambición y el espíritu emprendedor son cadáveres zarandeados por el recuerdo. Los pocos empresarios que no han desertado se han especializado en el trapicheo en los aledaños del poder. En Ceuta la inmensa mayoría de empleo legal, y desde luego todo el estable, procede de la administración pública (directa o indirectamente). El otro gran bloque lo constituye el empleo clandestino. No es de extrañar que la relación de desempleados crezca descontrolada e inevitablemente. Lo que ocurre es que su configuración no guarda la lógica simetría demográfica. Ceuta es una Ciudad fragmentada. Una mitad es fuerte y poderosa. La otra es débil y subordinada. La mayoría influyente se siente cómoda, apenas padece la lacra del paro (copan prácticamente todos los empleos públicos), y en los casos que así es, lo consideran una situación transitoria en espera de un “enchufe” que tarde o temprano siempre llega. El paro no les preocupa lo más mínimo. No se sienten concernidos por la situación de unas personas con las que no mantienen ningún vínculo sentimental. La minoría débil, en la que se concentran todos los problemas, en especial el paro, carece de la conciencia social necesaria para alterar el statu quo, y opta por mendigar soluciones individuales, respirando por  las válvulas dispuestas por el régimen para perpetuarse y retardar un estallido larvado.
Esta malformación ya casi endémica explica que las escandalosas cifras de paro, que en cualquier otro lugar estremecerían a la población, en Ceuta queden relegadas a la categoría de anécdota sin repercusión política alguna. La única duda que queda por despejar es cuánto tiempo puede durar una Ciudad sin pies ni cabeza.

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