Opinión

Sin identificar

El cadáver recuperado el pasado martes en el Tarajal será enterrado sin identificar. Es tal el deterioro que resulta imposible saber quién es, más allá de reseñar que se trata de un varón subsahariano. La activista Helena Maleno publica con cierta periodicidad mensajes en redes sociales de familiares que buscan a jóvenes que desaparecieron tras iniciar travesías complicadas. Quizá el del Tarajal sea uno de ellos. Nunca se sabrá. Murió intentando cruzar y será enterrado con una mera etiqueta, la de ‘varón, negro, sin identificar’, como tantos otros que integran los libros del Registro Civil.
A este hombre se le ha borrado su identidad, pero también su dignidad. Arrebatada por la cara con un vídeo grabado con un teléfono móvil y difundido a través de grupos. Desnudo, desfigurado... lo único que conservaba era un chaleco. Fue grabado mientras era meneado por el oleaje, antes de que un joven porteador se arrojara al mar pensando que aún vivía. No era así.
No es la primera vez que sucede. Cuerpos de hombres, mujeres o niños desnudos porque el mar que debía ser el trampolín para alcanzar la meta se convirtió en su tumba. Cuerpos que son golpeados, arrastrados, escupidos por el mar... cuerpos que terminan siendo grabados, fotografiados, mostrados como si el ramillete de derechos que supuestamente tenemos todas las personas no existieran para algunos. ¿Impactan esas imágenes robadas?, ¿sirven para algo más que regodearse en el deterioro del propio cuerpo?, ¿acaso genera un sentimiento de empatía hacia el tortuoso camino seguido por los inmigrantes?, ¿ayudan a pensar de otra forma diferente, a valorar la vida, a no etiquetar ni criminalizar a grupos porque sí?
Ya les adelanto que no, que de nada bueno sirve, que solamente suponen el reflejo egoísta de quien difunde extremos por los que no se escandaliza porque reflejo el nulo respeto que se tiene hacia una vida que nos toca lejos, tanto que ni tan siquiera existe un esfuerzo colectivo por contar historias, conocer testimonios, ofrecer otros puntos de vista ajenos a los datos y estadísticas.
La vida de este joven nunca la sabremos, pero lo más duro, tremendo y sangrante es que ni su propia familia podrá saber dónde terminó realmente, en qué lugar perdió la vida o dónde fue enterrado. Es el drama de este siglo, un drama despreciado, no entendido por muchos, teñido de demasiado odio en el seno de una sociedad cómoda.

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