Los tres conceptos que componen el título de este artículo constituyeron el lema vital de Patrick Geddes (1854-1932). La figura del sabio escocés y la de su lema, representado por tres palomas, regresaron a mi mente el otro día. Pensaba en ese momento en la importancia del amor a lo que haces y el entusiasmo para disfrutar del don de la vida.
Solemos relacionar la palabra simpatía con la capacidad de ciertas personas para dibujarnos una sonrisa en la cara o alegrarnos de su presencia.
Geddes iba mucho más al fondo de la acepción cotidiana de este concepto y la utilizaba para referirse al profundo vínculo que podemos llegar a establecer con todo lo que nos rodea. Existe en todo lugar un espíritu envolvente que lo penetra y mantiene cohesionado. Platón y otros insignes filósofos llamaron a este espíritu etérico “Anima Mundi” (el alma del mundo).
Aunque el “Anima Mundi” forma una totalidad omn iabarcante, sus partes constituyentes presentan rasgos propios y distinguibles.
Podría decir que cada lugar tiene su particular “genius loci”. Nadie llega a conocer el “genius loci” de su lugar de nacimiento sin un alto grado de simpatía hacia lo que sus sentidos son capaces de captar. Nuestros ojos deben estar abiertos a la maravillas de la naturaleza, al cambiante aspecto de las nubes y a los colores del amanecer y el ocaso. No resulta fácil lograrlo, pero si uno se empeña puede escuchar la música de las esferas en una despejada noche de verano. Ahora es tiempo de disfrutar de la sinfonía de olores que desprenden nuestros montes. Nadie con un mínimo de sensibilidad puede quedar impasible ante la belleza de la naturaleza en la estación primaveral.
La simpatía consiste en la apertura de los sentidos y en la conexión con el Anima Mundi y el espíritu del lugar. Todo parece conspirar para romper los lazos que nos unen con la naturaleza circundante. Entre la mayoría de las personas y ella se interponen distintas modalidades de pantallas. Este distanciamiento conduce de la simpatía a la ignorancia y a la apatía, hasta llegar al desprecio por la naturaleza.
Esto explica la recurrente actitud de algunos que convierten nuestros espacios naturales en vertederos clandestinos, o la inmisericordia con la que nuestras autoridades mandan talar árboles o derribar edificios históricos, como la conocida casa Bayton en la calle Antioco. Este inmueble merecía haber sido indultado de la pena capital de la picota.
La falta de simpatía hacia el patrimonio natural y cultural convierte en los árboles en obstáculos que deben ser eliminados de un tajo y a los edificios singulares en cuatro viejas paredes que impiden completar una operación millonaria.
Igual que la simpatía está emparentada con el amor y la ética, la síntesis forma parte de la familia de la verdad. Vivimos en un mundo de superabundancia informativa, pero de una menguante sabiduría.
Por todos lados nos llegan continuas llamadas de atención y el acceso al conocimiento es rápido y universal. Basta con introducir una idea en alguno de los buscadores de internet para que nos salgan miles de páginas con alusiones al tema que nos interesa.
Sin embargo, son muchos los que se ahogan en este mar de datos. Faltan criterios claros para separar lo verdadero de lo falso o malintencionado.
Los diseñadores de relatos o “storytelling”, como los llama el investigador Christian Salmon, han conseguido hacer de su oficio todo un arte de manipulación masiva de las sociedades actuales. La verdad ha pasado a ser un ingrediente secundario del discurso público.
Ahora lo importante es que el relato parezca creíble y que dirija el pensamiento y la acción ciudadana hacia el camino que interesa al poder establecido. No obstante, algunas veces los relatos son tan chapuceros e inconsistentes que terminan provocando vergüenza ajena.
Tal es el caso del escándalo de la Sra. Cifuentes y su master. Quedará para la historia de la infamia política de este país el vídeo que grabó la aludida política madrileña en su despacho blandiendo como arma defensiva un documento falsificado. No menos esperpéntico resultó el cerrado aplauso a la Sra.
Cifuentes de sus compañeros de partidos en su última convención política. Resulta preocupante observar el rápido derrumbe de algunas de las instituciones más importantes de España. Los pilares que sostienen a cualquier país están cediendo y el desplome parece inmediato.
Los innumerables casos de corrupción han hecho tambalear las estructuras del Estado, cuya jefatura tuvo que abdicar debido a su comportamiento nada ejemplar.
Su hijo y heredero ha conseguido recuperar parte del prestigio perdido por la monarquía, pero su arrogante esposa ha tirado por tierra mucho de lo construido con gran esfuerzo y tesón. Mientras esto ocurría, la justicia española ha quedado en entredicho en Europa y hemos conocido que en la Universidad Juan Carlos I regalaban másteres y puestos de trabajo a sus amigos y allegados.
Sin duda esto ha provocado una gran indignación entre los ciudadanos, sobre todo entre aquellos que con enormes sacrificios personales y económicos obtienen sus títulos académicos.
Hoy mismo me comentaba una ciudadana de Ceuta que su hijo no ha podido estudiar el master que deseaba por falta de recursos económicos, ya que su marido ha sido despedido de la empresa en la que ha trabajado los últimos veintiocho años de su vida.
La verdad de este país, por mucho que se haya intentado ocultar durante años, está saliendo a flote y huele muy mal. Necesitamos de manera urgente una regeneración de la sociedad. Y es aquí donde interviene el último concepto que formaba parte del lema de Geddes: la sinergia. La sinergia hay que entenderla como la energía concentrada y redirigida hacia un fin.
Nos referimos, en este caso, a la energía cívica. Como paso previo a esta fase activa, convendría criticar, seleccionar y re-sinterizar nuestros ideales e ideas mentales formativas y redirigirlos hacia la bondad, la verdad y la belleza.
La ética y la política no pueden seguir dándose la espalda, ni el conocimiento separado de la sabiduría.
Es a la sociedad civil a la que le corresponde tomar las riendas del imprescindible proceso de regeneración democrática que requiere España en general, y Ceuta en particular.
Cada uno de nosotros, haciendo uso de nuestras particulares capacidades intelectuales, debemos alzar la voz para decir que estamos hartos de tanta corrupción, ignorancia y maltrato a los bienes comunes.
Podemos contentarnos con quejarnos en las esquinas o en la barra de un bar, o bien ejercer una constante crítica vigilante sobre los asuntos cívicos que a todos nos atañen. Incluso podemos ir mucho más allá de las palabras y pasar a los hechos.
Hay mucho que adecentar, reconstruir y restaurar en nuestros maltratados paisajes naturales y urbanos. De este modo, podemos cerrar el círculo geddesiano y unir la sinergia con la simpatía.
Todo depende, en última instancia, de la manera en la que percibimos el entorno. Educar la mirada es fundamental para construir una sociedad comprometida y sana. Algunos se empeñan en hacernos creer que vivimos en un mundo carente de alma constituido por parte inanimadas al servicio de los intereses de una pequeña minoría.
Todo ha sido cosificado, hasta los propios seres humanos. Somos tan insignificantes y prescindibles como el engranaje sustituible de una megamáquina.
Por suerte, somos cada día más lo que luchamos por re-sacralizar la naturaleza y dejar que su espíritu durmiente pueda volver a ser perceptible por los hombres y mujeres de nuestro descorazonador tiempo.
La ansiada felicidad no depende de la cantidad de cosas que podemos llegar a poseer, sino de nuestro grado de integración con el “Anima Mundi”. Los ceutíes tenemos la gran fortuna de vivir en un lugar con un fuerte espíritu y una belleza extraordinaria. Disfrutemos de ella y luchemos por evitar que la sigan deformando aquellos cuya única obsesión es el poder y el dinero.
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