Caballas es un experimento político de unión, donde Juan Luís Aróstegui ha fagocitado la única esperanza de oposición responsable y razonable que hubiesen representado la madurez y entereza política de Mohamed Alí, y Fátima Hamed. Unión política contraproducente a los intereses de Ceuta que, a mi parecer y al de las estadísticas de hace un par de años, ya ha costado 2 asientos al original UDCE.
El juego político de Caballas es evidente. Su perfil de votante se basa en los incondicionales del deglutor, y en los barrios periféricos con un perfil social muy determinado, cuyas justas y no tan justas demandas sociales y urbanísticas son utilizadas demagógicamente por este partido político.
Decía Santa Teresa que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Un partido político no puede ni debe quedarse en meras intenciones, mucho menos cuando estas intenciones se dan por sobreentendidas.
Si los partidos políticos son el cauce de representación de los ciudadanos (y esta es la única razón que justifica que reciban dinero de las arcas públicas), no pueden permanecer callados cuando la ciudadanía muestra su júbilo por la detención de criminales que incluso aspiraban a atentar contra nuestra propia ciudad, y no es que no sienta lo que ocurre lejos, es que me duele más lo cercano.
El peligroso paralelismo silente con otros partidos políticos enraizados profundamente con el terrorismo, es un malentendido del que debiera haber huido Caballas desde un primer momento, porque a ciencia cierta, esa no es su naturaleza.
Hay muchas formas de interpretar el silencio: olvido, indignación, pasividad, incluso emoción contenida.
Pero el silencio tiene menos explicación cuando se autodefinen públicamente diciendo que: “antes que musulmana o mujer soy ciudadana”.
Caballas no debió permanecer callado, pero el temor a pronunciarse sobre asuntos que pueden enturbiar la imagen de representatividad ante determinado electorado, los ha metido en un berenjenal del que intentan salir como un elefante de una cacharrería.
En este caso, el estruendo lo hace acometiendo contra el Delegado del Gobierno y utilizando un manido discurso victimista.
El victimismo continuado utilizando el trillado recurso de la islamofobia a causa del terrorismo llega a empachar. Nunca he visto a nadie criticar que se acuda a una mezquita a rezar, al contrario, personalmente lo he visto como algo bueno y digno de alabanza.
Son los propios musulmanes los primeros interesados en levantar esa pesada losa de opinión que ahora recae sobre ellos por la quietud ante la actitud criminal de individuos que utilizan la religión como justificación para cometer delitos.
Y esa losa no se levanta ni con el victimismo ni con el silencio, sino con la lucha porque prevalezca el bien frente al mal. Como hacen todas las religiones del mundo.
El criticar al máximo representante del Estado español por revelar el silencio de Caballas es una pataleta de inmadurez política de alguien al que han pillado en el acto. Pues no lo hagan y nadie les llamará la atención.