Categorías: Opinión

Siglo XXI

Con el pasar del tiempo, me fijo en cómo las personas hemos ido desarrollando nuevas tecnologías que nos hacen vivir mejor, y también en cómo nos vamos alejando de lo que es verdaderamente importante en este mundo en que vivimos. Yo, sin querer ser menos que nadie, me sumo al conjunto de humanos que habitamos el planeta.
Pero, ¿qué orden se le da a las cosas según su importancia? Hoy día, la crisis que nos afecta es el asunto más significativo que nos preocupa y que nos crispa a la mayoría de la población mundial. Algo que veo justo y razonable para aquellos que la padecen.
Es lógico que se manifiesten como indignados contra la mala gestión de los gobiernos, la pasividad de las entidades bancarias, y la manipulación de los que tienen más que los demás. A estos últimos se les podría tachar de egoístas, pues sólo piensan en sus intereses, sin pensar en el daño que le han hecho a la economía mundial. Todo esto, al fin y al cabo, a quien afecta es a la clase trabajadora, que siempre termina sufriendo las consecuencias.
Y ya que hablo de sufrimiento, ¿qué os parece el padecimiento de millones de personas en esa África olvidada por los que más tienen, que a su vez se llaman humanos?
La sociedad vive preocupada por la crisis que soportamos, y no hay mayor desventura que el hambre. Millones de personas mueren por malnutrición en el mundo, sobre todo mujeres y niños. Pienso, que esta epidemia que sufren algunos lugares del mundo se podría erradicar del planeta si dejásemos nuestras banalidades a un lado, y nos fijásemos en el verdadero calvario que tenemos en el famoso siglo XXI.
Ahora, lo material está por encima de lo espiritual. Sólo vivimos para cuidar nuestra imagen y bienestar, sin tener en cuenta otros valores que podrían hacernos más felices.
Si por cada bolsa que tiramos al contenedor donásemos un euro, seguro que no tendríamos que ver esas imágenes tan desagradables, de África y de otras partes, que nos llenan de indignación y nos hacen sentir mal. Nadie del pueblo tiene la culpa de esta situación tan nefasta, sólo los líderes de esos países, y la gran cantidad de manipuladores que se enriquecen con las ayudas que se les manda. Hay que decir que hay países que se solidarizan con los afectados.
El hambre mata a más niños que el sida, la malaria, y la tuberculosis juntos, al año. Cada día se utilizan un promedio de 5.000 camiones, 70 aviones, y 30 barcos, para entregar alimentos en todo el mundo. Aún así no es suficiente para poder salvar la vida de los inocentes, cuyo único delito es haber nacido en tierra hostil.
En definitiva, ser solidario con los demás nos llena el espíritu y nos agranda el corazón. No es cuestión de dar limosna a un pobre desconocido que nos pide por la calle; lo razonable es arrancar el padecimiento del planeta, ayudando a nuestros semejantes frente al hambre.

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