Categorías: Opinión

Siempre ganan los malos

La corrupción es una seña de identidad indeleble del pueblo español. En sus diversos grados, matices y expresiones, forma parte de nuestro modo de vida. Obtener rédito o ventaja de la transgresión de las normas,  o vulnerando los principios éticos, es una pauta de comportamiento socialmente asumida, tolerada y ensalzada. El corrupto es considerado como un individuo inteligente capaz de prosperar rápidamente por encima de sus méritos, demostrando una habilidad  que despierta admiración. Las tímidas críticas que se profieren obedecen más a un sentimiento de envidia que a una intención real de condena. Tan interiorizado está este fenómeno en el cuerpo social que la honradez es sinónimo de estupidez. Una prueba irrefutable de ello es que personas que han protagonizado escandalosos casos de corrupción son tratados como ídolos, o son masivamente respaldadas por la ciudadanía en las urnas. Se valora como un mérito. Sin ir más lejos, la corrupción en estado puro, representada por un personaje como Jesús Gil, ganó unas elecciones en Ceuta. Un héroe aclamado por el pueblo.  El  Lazarillo de Tormes inveteradamente presente.
No obstante, y con afán de aparentar una inexistente rectitud, la clase política, en especial en tiempo de crisis,  concita insultos y animadversión por el fango que remueve. Siempre con la boca chica y sin consecuencia alguna. Quizá porque la ciudadanía es consciente de  que los políticos no son especialmente corruptos, son uno más en la ciénaga; simplemente tienen más oportunidades de ejercer esta vocación que se esconde en el alma de todo español. Gestionan grandes cantidades de dinero (de todos), e intereses, que pueden cambiar vidas de manera radical Su exposición pública los convierte en ejemplo. Precisamente por este motivo es lógico pensar que la inaplazable revolución ética que necesita nuestro país podría comenzar por el saneamiento de la vida pública. La sanción severa e inflexible de los todos los casos de corrupción (mayores y menores), operaría, sin duda, un cambio de mentalidad a medio plazo.
La pregunta es inevitable: ¿se puede erradicar la corrupción de la política? Resulta muy complicado porque las personas que lo intentan se sienten luchadores solitarios venciendo obstáculos a contracorriente. La fuerza de la poderosa maquinaria en marcha, ante la debilidad de una persona inerme, actúa como un potente factor de disuasión. Existe una percepción generalizada de que oponerse al “régimen” sólo trae líos, y la gente no quiere líos; no se sienten con fuerzas, o sencillamente, tienen miedo. Así, de este modo tan humano, pero perverso, la inmensa mayoría se convierte en cómplice por omisión de la corrupción. Ven, pero callan. Saben, pero se inhiben. Los corruptos se mueven como pez en el agua en el mar de la cobardía y la indiferencia de la honradez.
Nuestro ayuntamiento es un foco de corrupción. Todo el mundo lo sabe. Y sin embargo, es muy difícil combatir esta plaga. Algunos (no muchos) ciudadanos se asombran de que pasando lo que está pasando nadie termine en la cárcel. Es el sistema. Es casi imposible encontrar pruebas, fundamentalmente, porque quienes pueden proporcionarlas, prefieren el silencio (remunerado o cobarde). Lo peor es que los hechos terminen por avalar la cobardía como la actitud más razonable.
No me puedo resistir a contar este caso, que ilustra perfectamente esta triste realidad. El ayuntamiento promueve un contrato de asistencia técnica por valor de dieciocho mil euros, incluido impuestos; lo que significa que el precio del servicio era diecisiete mil trescientos siete euros con sesenta y nueve céntimos. Este dato, aparentemente  irracional, esconde la verdadera intención (evidentemente corrupta), de que el valor total de la contratación no supere los dieciocho mil euros para poder adjudicarlo directamente sin concurrencia pública. Cuando se presenta el “trabajo”, un funcionario se niega a pagarlo al comprobar que se trataba de meras fotocopias y una opinión tan simple como infundada de tres líneas. ¿Saben cómo ha terminado este intento de evitar este inmoral quebranto de las arcas públicas? El funcionario está denunciado y el Gobierno de la Ciudad ha promovido un expediente para reconocer la deuda y pagar. El mensaje no pude ser más claro. La consecuente desmoralización cunde entre los funcionarios. ¿Quién se atreve a luchar contra la corrupción cuando se demuestra palmariamente que los malos siempre ganan?

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