Había llegado a mi vivienda habitual y detrás de la puerta me estaba esperando mi fiel amigo Zeus. Me recibió como siempre echándose encima mía indicándome que necesitaba salir a la calle para realizar sus necesidades. Lo primero era salir de las cuatro paredes. Es que un perro de caza no se puede tener en casa. Necesita campo. Solté los bártulos y cogí la bolsa de plástico y el líquido desinfectante y me dispuse a abrir la puerta, estaba oscuro y palpando encontré el botón de la luz de la escalera. Al encender me encontré de frente a un joven que me dio los buenos días. Mi corazón me oprimió el pecho. No me esperaba esta presencia. Mi perro fue quien reaccionó el primero gruñiéndole. Tuve que tirar de la correa y ordenarle que se calmara. ¿Qué haría por estos lugares y a estas horas?
Bajé con dirección a la calle igual que el chaval. Los minutos que estuve dándole la vuelta al tirador de mi perro no se me quitaba de la cabeza la escena vivida. Intentaba tranquilizarme pero no podía. Llegué a la conclusión que podía ser un descuidero. Y que se había cortado al ver mi complexión. Al llegar a casa solté al perro me desvestí y me metí en la cama. Estaba cansado después de una larga noche de guardia. Me quedé dormido rápidamente. Llevaba poco tiempo cuando tuve un sueño. Me agarraban de los brazos, y me tiraban de los pelos. No podía darme la vuelta. Empecé a sudar y ponerme nervioso. ¿Qué me pasaba? Me tiraron al suelo. Me revolví para intentar defenderme. Y al mirar hacia arriba vi una cosa muy extraña. Incluso ahora mismo la verdad que no sé lo que pudiera ser. Parecía como dos serpientes unidas muy gordas. No tenía brazos ni le vi cara. La impresión fue arrolladora. Me levanté y salí corriendo. Escuchaba detrás de mi unos ruidos como de madera cayendo en el suelo. Todo bajo mi retumbaba. Yo seguí acelerando para alejarme lo más rápido del lugar. Era de noche y no tenía ninguna referencia. Vi una pequeña luz en el camino. Y fue mi referencia. Tenía que llegar allí. Fue mi idea fija para intentar estimularme.
Me empezó la fatiga y mire varias veces para atrás. Ya no se escuchaba ese terrorífico ruido. Pero mi cabeza me decia: “Corre, corre”. Así estuve corriendo durante unos minutos que parecieron siglos. De repente choqué con algo muy fuerte. Miré hacia arriba y era la cara de mi padre. Me quedé un poco más tranquilo. Era una persona conocida y ante un ataque de pánico era lo mejor. Pero luego vino las consecuencias. Mi padre hacia unos años que había fallecido. Me encontraba extenuado por el esfuerzo e intenté coger un poco de aire. Con mi cuerpo doblado hacia adelante, las piernas bien abiertas y haciendo una hiperventilación para recuperar lo antes posible. Cuando pude recuperar el aliento le pregunté: “Que haces por aquí papá. Gracias por ayudarme”.
Él con una sonrisa pillina me contestó: “Por los hijos tenemos que hacer todo lo que se pueda”. Y se desvaneció. Me quedé muy tranquilo, relajado y a la vez agradecido por haber hablado una vez más con mi padre. Una bonita historia narrada por un amigo de San Roque (Cádiz). Gracias.
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