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Si se callara el ruido

C omo pollos sin cabeza” es una frase antológica acuñada por un entrenador de fútbol para explicar aquellas situaciones en las que se persiguen objetivos con un gran afán prescindiendo por completo de toda racionalidad. El movimiento espasmódico sin dirección sólo conduce a una estéril extenuación. Este es el modo en el que la sociedad ceutí afronta sus dudas, inquietudes y encrucijadas.
Ceuta es una ciudad que no está acostumbrada a pensar colectivamente. Donde debiera haber meditación sosegada sólo hay ruido ensordecedor. Para que un proceso de reflexión cristalice con éxito requiere esfuerzo, generosidad y altura de miras. Incumplimos los tres requisitos. Este terrible déficit es la consecuencia de una conjunción de factores que se han ido intensificando y retroalimentando mutuamente con el tiempo, ante una indiferencia generalizada. El egoísmo más feroz se ha convertido en la seña de identidad por excelencia de nuestro comportamiento social. El interés personal y directo de cada cual prevalece siempre en sus planteamientos por encima de cualquier otra circunstancia o condición. El gen de la provisionalidad domina nuestro código genético, haciéndonos incapaces de trascender a lo inmediato. Por último, somos rehenes de una enfermiza pereza intelectual. Para debatir ideas con un cierto rigor es preciso invertir tiempo en recabar información, contrastar premisas y elaborar argumentos. Aquí no salimos del chascarrillo fácil al alcance de la mente más obtusa. Ceuta es de los pocos lugares en los que Marx habría sido criticado (eso sí furibundamente) no por sus ideas, sino por tener el pelo largo y la barba desaliñada.
En estas condiciones es prácticamente imposible abordar problemas de una enorme complejidad, que demandan un sobreesfuerzo de reflexión para acertar en el diagnóstico, antes de embarcarse en buscar soluciones alocadamente.
Un ejemplo muy claro de esta anomalía lo encontramos en el ámbito educativo. El insultante fracaso escolar que se produce en Ceuta es una vergüenza pública aceptada unánimemente. Desde muy diversos estamentos e instituciones se sugieren iniciativas y se anuncian constantemente medidas tendentes a corregir este fenómeno. Y sin embargo, paradójicamente hasta el sarcasmo, no existe un diagnóstico riguroso, fiable y, sobre todo consensuado, que recoja con claridad las causas específicas que provocan el exceso de fracaso escolar de los jóvenes ceutíes. Combatir los efectos sin conocer las causas es un pasaporte infalible para el error.
Algo muy parecido está sucediendo con la Barriada del Príncipe. Parece que ha llegado el momento del reconocimiento universal de que la situación es insostenible. De boca en boca vuela la palabra prioridad. Y ahora, de manera apresurada, comienzan a brotar las propuestas, todas con vocación de milagro, que van a resolver con proverbial sencillez lo que se lleva gestando durante décadas en el más absoluto anonimato político. Otra vez la casa por el tejado. Antes de actuar es necesario identificar el origen problema con suficiente nitidez. No es fácil. Porque es necesario discernir y medir la intensidad de la influencia de cada uno de los vectores, de géneros muy dispares,  que operan en aquella realidad social. Si no nos ponemos de acuerdo en definir lo que está pasando, difícilmente podremos hallar soluciones idóneas.
Ambas experiencias fallidas, por el alcance de sus consecuencias, nos deberían servir de lección para entender que Ceuta tiene ante sí unos retos insoslayables a los que debe responder con mayor inteligencia y más solidaridad intergeneracional. El nudo gordiano de la cuestión es la política de integración. Todos los debates sobre asuntos de relevancia social terminan en el mismo lugar como si de un laberinto diabólico se tratara. Por eso es una irresponsabilidad histórica hurtar este debate. No valen excusas, ni eufemismos. Tenemos que superar el vértigo, asumiendo un compromiso honrado con la verdad. Hay un atisbo de esperanza. Si se callara el ruido podríamos oír la efervescencia de corazones hermanos anhelando compartir un mismo latido.

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