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Si Prim levantara la cabeza y viera Cataluña

El general Prim, fue un personaje tan popular y de tanto prestigio que, para reflejar la importancia que en su época tuvo, me voy a valer del dicho que sobre él circulaba hacia 1868.

Corrían insistentes rumores de que incluso podía entonces sustituir a la reina Isabel II. Y entre la opinión pública se hizo muy popular la pregunta de: “¿A quién prefieres para sustituir a la reina?”. Y casi todos contestaban: “A mí, plín”, que si bien con ella parecían querer desentenderse del tema, o que les daba igual, lo que en realidad se quería expresar, de forma evasiva y disimulada´ era: “A mí, Prim”, es decir, que reinara dicho general. Después, moriría asesinado.
Pues bien, el año 1859 las tropas españolas en Marruecos ganaron gloriosamente la Batalla de Tetuán, en la que muy destacadamente intervino el general Prim. Era Presidente del Gobierno otro general, Leopoldo O'Donnell, que se dio cuenta de que las tropas españolas allí de guarnición no podían seguir siendo objeto de constantes  ataques aislados y emboscadas causándoles tan elevado número de muertos y heridos, mientras que los políticos de la época se perdían en inútiles peleas parlamentarias sobre quiénes tenían más culpa, si los que habían enviado a África a nuestras tropas, o los que a diario mataban a nuestros soldados. Aquellos políticos no hacían sino renovar ese defecto nacional tan nuestro de echarnos siempre a nosotros mismos la culpa de todo. La guerra estalló porque en agosto de 1859 una partida marroquí de una kabila cercana a Ceuta asaltó fusil en mano a unos operarios españoles que trabajaban cerca de la ciudad, ultrajando nuestros símbolos más sagrados. O´Donnel exigió al sultán de Marruecos, Muley Ahmed, que castigara de forma ejemplar a sus súbditos atacantes de los civiles españoles indefensos. Pero la satisfacción pedida por España no fue atendida. España entonces declaró la guerra a Marruecos. Se formó un ejército formado por 36.000 hombres, 65 piezas de artillería y 41 navíos, que desde Algeciras desembarcó en Ceuta. Así fue como el 22-10-1859 comenzó la llamada Guerra de África, que duró cuatro meses, hasta la toma de Tetuán por las tropas españolas el 6-02-1860.
               Parecerá hoy algo increíble, pero uno de los hechos más destacados que en aquella guerra se dieron fue la heroica actuación de los catalanes, que voluntariamente se presentaron para defender a España. De Cataluña llegaron a Ceuta 466 catalanes que, pese a no haber recibido instrucción previa alguna, no dudaron en acudir a la llamada de la Patria, presentándose de inmediato en el campo de batalla a jugarse la vida. Pedro Antonio de Alarcón,  soldado-periodista y cronista de guerra, plasmó en sus artículos los pasos de este episodio español en Marruecos: «Son las cinco de la tarde y vengo de presenciar una escena arrebatadora. Las compañías de voluntarios catalanes (…) acaban de desembarcar en este momento. (…) Son cerca de quinientos hombres. Visten el clásico traje de su país; calzón y chaqueta de pana azul, gorro frigio, botas amarillas, canana por cinturón, chaleco listado, pañuelo de colores anudado al cuello y manta a la bandolera. Sus armas son el fusil y la bayoneta. Sus cantineras, bellísimas. Su jefe es un comandante, joven todavía, llamado Victoriano Sugrañés. Tres cruces de San Fernando adornan su pecho».
 Aquellos reclutas catalanes, sin ninguna experiencia en las armas, pero bravos como los que más, llegaron tan enardecidos a defender a España, su Patria, que unánimemente pidieron que se les concediera el honor de combatir en vanguardia. Y O'Donnell se lo concedió. Y tal era su firme decisión de luchar en defensa de la causa española, que el general Juan Prim –también catalán- movió los hilos para que ingresaran en su Cuerpo de Ejército. Al día siguiente, entrarían ya en combate a las órdenes de su paisano.  Antes, Prim les arengó diciéndoles: “Acabáis de ingresar en un ejército bravo y aguerrido: el Ejército de África, cuyo renombre llena ya el universo. Vuestra fortuna es grande; pues habéis llegado a tiempo de combatir al lado de estos valientes. Mañana mismo marcharéis con ellos sobre Tetuán. ¡Catalanes: vuestra responsabilidad es inmensa; estos bravos que os rodean (…) son los vencedores de veinte combates; han sufrido todo género de fatigas y privaciones; han luchado con el hambre y con los elementos (….) y todo lo han soportado sin murmurar. Así lo habéis de soportar vosotros. Es mejor morir en combate que sobrevivir tras una deshonrosa retirada. Es menester sufrir y obedecer sin murmurar; es necesario que correspondáis con vuestras virtudes al amor que yo os profeso, y que os hagáis dignos con vuestra conducta de los honores con que os ha recibido este glorioso ejército. (…) Y no queda aquí la responsabilidad que pesa sobre vosotros. Pensad en la tierra que os ha (…) enviado a esta campaña; pensad en que representáis aquí el honor y la gloria de Cataluña. (…) Uno solo de vosotros que sea cobarde labrará la desgracia y la mengua de Cataluña –Yo no lo espero-. (…) Si correspondéis a mis esperanzas y a las de todos vuestros paisanos, pronto tendréis la dicha de abrazar a vuestras familias (…) y todos dirán llenos de orgullo (…): “Tú eres un bravo catalán”!».
 La mañana siguiente, al alba, los soldados iniciaron el desmantelamiento de un campamento que los rifeños tenían instalado próximo a Tetuán, defendido por otros 36.000 marroquíes. Se dio la señal de partir, y las tropas empezaron su movimiento, atravesando el río Alcántara por cuatro puentes que el Cuerpo de Ingenieros había construido la noche anterior.
Ya he escrito otras veces que cuántos buenos servicios ha prestado Ingenieros a Ceuta y a España. Los casi 25.000 españoles que tomaron parte en la batalla (fusil al hombro –la infantería- y lanza o espada en alto –la caballería-) se situaron así: A la izquierda, cubriendo su flanco con el cauce de Río Martín, el Tercer Cuerpo de Ejército mandado por el general Antonio Ros de Olano. En el centro, se posicionó la Artillería. A la derecha, el Segundo Cuerpo de Ejército mandado por el general Prim con los voluntarios catalanes a la cabeza. Más a la derecha, el Cuarto Cuerpo de Ejército del general Ríos, con el objetivo de evitar que el enemigo envolviera al grueso del Ejército de África. Y la División de Caballería del general Alcalá Galiano espoleó a sus monturas para situarse en medio del contingente en retaguardia. Al mando de todos los Cuerpos de Ejército iba O'Donnell como general en jefe.
 Aunque en principio la batalla resultó muy dura (los marroquíes eran superiores a los españoles en 11.000 hombres y estaban bien parapetados), cuando los nuestros pusieron fuera de combate los cañones de los rifeños, nuestros batallones avanzaron. Los españoles cargaron a la bayoneta a la voz de O´Donnell de: «-¡Ahora!-¡Ya!-¡Viva la Reina!. ¡A la bayoneta!. ¡A ellos!”. Más de 15.000 hombres iniciaron el asedio bajo el intenso fuego de los defensores. El general Prim avanzó de frente. Y refiere Alarcón: «Los voluntarios catalanes marchaban en primera línea. En su ímpetu, llegaron a menos de veinte metros de los parapetos enemigos y se hundieron en una zanja pantanosa disimulada con hierbas y ramas. Los marroquíes los remataban… Cayeron muchos. Quedaron totalmente desconcertados. Prim se percató de lo sucedido y, al galope con su caballo, se dirigió hacia la zanja en la que estaban muriendo sus paisanos. Al hacer su aparición, los voluntarios catalanes recuperaron el ímpetu y, bajo sus órdenes, pasaron por encima de sus compañeros caídos continuando el asalto a bayoneta sobre el ya cercano campamento. Prim iba en vanguardia con su caballo y sable en mano. El general accedió a través de la tronera de una batería al interior del campamento marroquí, donde causó estragos con su espada”. Continúa Alarcón: «¡Cómo caían nuestros jefes, nuestros oficiales, nuestros soldados! ¡Cuántos, cuántos, Dios mío!. Fueron treinta minutos de lucha; treinta minutos solamente… y más de mil españoles se bañaban ya en su sangre generosa».
Los soldados españoles cayeron en masa sobre los asustados defensores. «Los Batallones de León y Saboya asaltaron igualmente los parapetos sin importarles las bajas sufridas. Los de Saboya recibieron a cortísima distancia la descarga de un cañón cargado de metralla y sufrieron más de cincuenta bajas. Los Batallones Alba de Tormes, Princesa y los de Córdoba llegaron también al parapeto y lo tomaron por asalto». Al ver que sus hombres estaban cayendo a cientos bajo las armas hispanas, el comandante musulmán, Muley-Ahmed, tocó a retirada.
En sólo unos segundos el frente marroquí se desmoronó emprendiendo una frenética huida hasta los muros de Tetuán. «A primera hora de la tarde, Muley-Ahmed, pálido como la muerte, entró en Tetuán al galope gritando “¡Todo está perdido! ¡Tetuán es de los cristianos!”.
Retrocediendo imaginariamente en el tiempo, me parece ver entonces al héroe Prim, tan valiente, tan español, todo enaltecido, pletórico, ufano y orgullosísimo de sus valientes paisanos catalanes, que tan bravos y decididos fueron voluntarios a verter su sangre a África y a dar allí su vida en defensa de España. Pero también me imagino ver hoy a Prim, si levantara la cabeza, con aquella figura de soldado altivo e indómito general, que casi seguro, nada más abrir sus ojos y ver lo que ahora está sucediendo en Cataluña, el pobre hombre seguro que se volvería a morir de vergüenza al ver que los bisnietos separatistas procedentes de aquellos dignos catalanes que él mandó en África y que tanto renombre y gloria dieron entonces a España y a Cataluña, las han traicionado a las dos, tras jurar cumplir, y hacer cumplir, la Constitución y el Estatuto de Cataluña, al igual que también han traicionado la santa memoria, sacrificios, sangre vertida y entrega a la Patria de aquellos bravos antecesores, no sólo los de 1859, sino también desde hace más de 1500 años en que España estaba ya constituida en Reino, cuyos patriotas españoles y catalanes, con tanta honra y honor, murieron y regaron con su sangre los campos de la Patria en defensa de la unidad de España. El tiempo, la justicia y la razón, que son el mejor juez de todas las causas, creo que terminarán poniendo a cada uno en su sitio.

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