Nuestra “fecha de caducidad”, la inexorable edad, siendo una realidad universal e inalterable, no se refleja por igual en todos; varios factores le dan aliciente a eso de no saber cuánto, cuándo ni en qué condiciones la vida nos va a cornear, y a la vez esa bendita inconsciencia te empuja a tener puesto un ojo en el mañana. Pero huyamos del fatalismo y el mal fario, que diría aquella, precisamente con un ejemplo de estar en forma (imagino que sus goteras tendrá, pero atengámonos a lo que se puede apreciar), celebrando que el gran John Williams, posiblemente el mejor compositor de cine de siempre, acaba de cumplir 85 añitos en plena actividad profesional, cuando muchos llevan ya jubilados dos décadas.
A nadie voy a descubrir a estas alturas de la película, nunca mejor dicho, la figura del hombre vivo con más nominaciones a un Oscar (¡¡50!!), y segundo de todos los tiempos sólo por detrás de Walt Disney (59). De ellos, ha ganado 5, uno con El violinista en el tejado (Mejor Música Adaptada en 1971) y cuatro más por la mejor música original de Tiburón (1975), La guerra de las galaxias (1977), E. T.: El extraterrestre (1982) y La lista de Schindler (1993). Es igualmente la persona que más veces ha competido contra sí mismo en una misma categoría.
A la descomunal lista de reconocimientos hay que sumar por ejemplo 59 nominaciones a los premios Grammy y 21 a los Globos de Oro (ganando 4), pero su legado es mucho más grande y mejor que un montón de premios, porque sus acordes han sonado, suenan y sonarán como las bandas sonoras de varias generaciones, y eso no puede premiarse con una figurita (o un millón) que colocar en un museo. Es esto lo que ha otorgado con justicia a Williams el sobrenombre de “gran”, el hecho de ser más grande que todos los cineastas con los que ha trabajado (además de la sociedad habitual con Steven Spielberg y George Lucas), y lo ha hecho con los mejores, a los títulos que hay en su carrera me remito. Hablando de títulos, los pesos pesados que ya se han mencionado no serían lo mismo sin esa música que el paso del tiempo convirtió en más que un elemento protagonista, y tratándose de una celebración y homenaje, no voy a resistirme (la ocasión lo merece) a enumerar algunos de sus ya sabidos trabajos, que no por conocidos dejan de impresionar puestos en una lista: porque si enormes son las cintas que le aportaron el Oscar, unamos al currículum las partituras para Superman, Indiana Jones, El Imperio del Sol, Nacido el cuatro de julio, Hook, Parque Jurásico, Amistad, Harry Potter, Inteligencia artificial, Minority Report, Munich, Memorias de una geisha, Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio, o Lincoln. Y estas por no hacer la lista interminable y sin mencionar que acaba de estrenar sus dos entregas del nuevo proyecto de Disney (caprichos del destino, se unen los dos apellidos en un proyecto) para Star Wars, otra generación más de referencia para la saga, y ahí sigue el de siempre con la batuta en la mano.
Para los más curiosos o los que aún quieran saber más de los logros en la carrera de John Williams, el dato “bonus track” es el de que el autor ha compuesto la reconocible música de cuatro Juegos Olímpicos (Los Ángeles 1984, Seúl 1988, Atlanta 1996 y Salt Lake City 2002).
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