Los observo y los frecuento con admiración y envidia. Todavía les miro por la ventana desde el exterior porque aún no he ingresado en su selecto club, aunque ya acaricie la puerta con la punta de los dedos. Así que me referiré a ellos en tercera persona, espero que por poco tiempo.
Son los nuevos jubilados. Nada que ver con la imagen estereotipada de nuestros antepasados. Ellos ya no pasan la mañana mirando obras –ahora que vuelve a haberlas- ni ellas se pasan el día haciendo punto y tejiendo jerséis para los nietos. Ellos ya no matan las horas jugando al dominó o echando la partida de cartas en el bar ni ellas se juntan en la cafetería para charlar tomándose un café con pastas. Eso se acabó, o al menos queda poco.
Es una nueva edad de jóvenes activos –cuando no hiperactivos- que tienen entre sesenta y setenta años (o más). Una generación que tuvo la fortuna de no vivir ninguna guerra pero sí padeció los últimos estertores de una larga dictadura. En aquella época se forjaron en el compromiso político y social, y sentaron las bases para construir la mejor época de la historia de nuestro país.
Es una hornada de hombres y mujeres formados moral e intelectualmente en la libertad por la que lucharon, que hicieron en su mayoría al menos un buen bachillerato de los de antaño, de los de sexto y reválida, de aquellos que proporcionaban más cultura general que tres grados (o como se llamen) de los de ahora, con sus másteres y sus erasmus. Los que no llegaron al instituto porque tuvieron que pasarse al tajo ya que hacía falta la pasta en casa acudían por las tardes a los centros de cultura, veían cine y leían en el metro unos artilugios llamados libros, que no había internet ni móviles ni siquiera walkmans para ir escuchando reguetón. Son hombres y mujeres acostumbrados a adquirir conocimiento con esfuerzo y pocas horas de sueño, y muchos hacían la doble jornada: el tajo por la mañana y el nocturno en la facultad o la academia o el centro de cultura o donde fuera.
Y como estaban acostumbrados a luchar contra los elementos no se dejaron intimidar por el vendaval de la tecnología ni atropellar por la modernidad, así que la mayoría se puso a estudiar idiomas e informática a edades tardías, y aplicando el tesón y disciplina espartana que aprendieron en épocas menos favorables, ahora no tienen nada que envidiar a los jóvenes más avezados que echaron los dientes viendo la vida en pantallas de cuarzo líquido.
Asimilaron con naturalidad y saludaron con entusiasmo realidades inimaginables en otras épocas, como la homosexualidad en público, los matrimonios del mismo sexo, las familias monoparentales, la inmigración generalizada, el mestizaje de pueblos, razas y culturas y tantas otras novedades que el tiempo nos trajo.
Estos nuevos jubilados viven una nueva juventud, una juventud jubilosa cargada de tiempo para llenar haciendo lo mismo que hacían hasta ahora menos fichar por las mañanas o, mejor aún, para hacer todo lo que no tenían tiempo ni energía para hacer y ahora se dan cuenta de que no hay un minuto que perder. Así que participan en asociaciones, hacen voluntariado, lideran movimientos vecinales, siguen estudiando para no perder el tren de los tiempos, leen los libros que les quedaron pendientes y son activos e influyentes en las redes sociales, que manejan con soltura y sin complejos.
Y se divierten. Ya lo creo que se divierten. Viajan tanto como su economía se lo permita. Pero no con el Imserso a Benidorm a bailar pasodobles por las noches, sino mochila a la espalda, solos, en pareja o con amigos, a recorrer en modo aventura aquellos países y lugares que siempre soñaron patear.
Hacen deporte o yoga por placer o para estirar todo lo posible esta nueva época dorada, salen a correr por las tardes, nadan por las mañanas o hacen kilómetros de bicicleta para estar listos y participar como veteranos en la próxima maratón urbana.
Forman o recomponen bandas de rock y tocan con la misma ilusión que cuando lo hacían en un garaje cuarenta años atrás, pero con mejores guitarras, baterías y mezcladores, aunque sin las melenas oscuras de entonces, ahora plateadas o simplemente desaparecidas de raíz. Pero qué más da, se lo pasan de coña.
Y disfrutan de la vida sin más moderación que los pequeños achaques que el paso del tiempo les vaya imponiendo. Salen por la noche, aman, ligan y fornican, tal vez con menos vehemencia y vigor que unos cuantos años atrás, pero sin duda con mucho más criterio y sabiduría, que la experiencia es un grado nada desdeñable, y más en estos menesteres.
Son hombres y mujeres que se han caído y levantado muchas veces, a los que nadie les regaló nunca nada, que se han ido adaptando con flexibilidad a las veleidades de los tiempos, así que se han hecho sabios y resistentes, y se han convertido en la generación más lúcida y dinámica de nuestra sociedad actual.
Son los nuevos jóvenes sexagenarios y septuagenarios, una generación de personas sabias y vigorosas, que aún no tiene nombre en la jerga sociológica, y para los cuales la palabra jubilación cobra más que nunca la alegría vital de su sentido etimológico. Así que voy haciendo muescas en la pared y contando los días que me faltan para unirme a vuestra tribu, malditos y envidiados cabronazos.
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