Llevamos bastante tiempo padeciendo, en nuestro país, las consecuencias de una falta de acierto, por parte de nuestros gobernantes, en la visión de las necesidades reales de la Nación y en la forma de atender las cuestiones que se han ido presentando y las que se han generado por iniciativa del propio Gobierno con bastante poca visión de la realidad de la sociedad. Todo ello ha motivado pérdida de unidad en la sociedad española y se ha creado una importante y generalizada falta de confianza hacia su labor, en la población, así como división de ésta.
Por si ello no fuera bastante, se ha fomentado esa división tomando partido por una parte de la sociedad en contra de la otra, tratando de asegurarse un número importante de votos y, con ello, su mantenimiento en el poder.
Es una vieja táctica la de “divide y vencerás” pero que no significa que sea lo mejor para alcanzar algo que es básico en todo conjunto humano: la concordia en las ilusiones, la paz entre las gentes y la unión en los esfuerzos para vencer todas las dificultades.
La experiencia de quienes han tenido la responsabilidad de dirigir grupos humanos en misiones difíciles señala que lo más importante es lograr, como premisa básica, la serenidad. Sin ella no existe confianza en la actuación del conjunto y se producen sorpresas que ponen en peligro la eficacia de la labor a desarrollar, llegando incluso al fracaso más absoluto en algunos casos. Esa serenidad para la acción tiene su fundamento en la unidad de pensamiento, en la fe de que aquello por lo que se lucha es lo que todos necesitan porque es bueno y satisface las necesidades materiales y espirituales de gente que quiere vivir noble y generosamente, sin engaño alguno.
Llama profundamente la atención que no se quiera tener en cuenta ese principio de unidad y que, por ello, se continúe incrementando, día a día, la separación en nuestra sociedad. Cualquier circunstancia se aprovecha para hacer pública acusación - aunque sea con las más peregrinas y erróneas reflexiones - de aquél grupo que les molesta, sin tener en cuenta que, con ello, están agrandando más y más la dificultad para encontrar y poner en práctica las medidas de arreglo que tanto se necesitan.
Se intenta ocultar la verdad con una facilidad pasmosa, aunque sea con una leve cortina de humo, y siguen en su labor de destrucción de la unidad en la sociedad, con el consiguiente aumento de la inseguridad y temor ante el futuro. Estamos, ahora, ante las primeras consecuencias de la puesta en práctica del ajuste económico, decretada por el Gobierno de la Nación, y hay que unir y no disgregar para que ese ajuste sea realizado con espíritu de serena concordia y no con esas actuaciones faltas de sentido y que dañan al conjunto de la sociedad.
Toda palabra ha de ser medida con el máximo cuidado, evitando cualquier asomo de amenaza; que nadie, con sus palabras o sus gestos, llegue a crear un ambiente de hostilidad. Igual ocurre con esa actitud de alejamiento entre personas de una misma Nación, tomando como base alguna que otra característica que no es fundamental. ¿Por qué ese empeño hacia el distanciamiento, en lugar de la unidad de acción? La serenidad debe estar presente en toda actuación personal; mucho más si ello conlleva algo que pueda dañar a otras personas. Es mejor unir que destruir.
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