En general, los seres humanos somos débiles; lo somos por constitución y también por formación. Hay casos que muestran lo contrario, pero en general, en la inmensa mayoría de los hombres y mujeres la debilidad ante las circunstancias de la vida –tan sumamente variadas– es algo muy corriente y se aprecia mucho más en nuestros tiempos que en los anteriores porque hay una mucho mayor difusión de noticias. Solo las cuestiones más íntimas de las personas que son poco conocidas pueden permanecer en la paz del silencio y, para éstas, son parte de su
intimidad como una nota dolorosa y de más o menos intensidad. Nos duele la adversidad pero también nos enseña a conocer la vida; tan variada y compleja. Desgraciadamente no siempre se aprende todo lo que se debiera.
Las respuestas del ser humano a la adversidad son muy variadas, tanto porque también lo son las causas que la originan como por el carácter de cada persona. A veces se reacciona con violencia –en cualquiera de sus aspectos– y en otras ocasiones se intenta olvidar lo ocurrido o se culpan a otras personas de esos hechos que son contrarios a la lógica o al buen sentir de la conciencia personal. La adversidad tiene muchas caras que llevan anejas determinadas consecuencias, pero hay algo especial, en cada una de ellas, que va dejando en el ánimo una señal que, aunque no se quiera, produce pesar y va configurando la conciencia, por mucho que se pretenda olvidar la cuestión. El ser humano, en ese caso se rebela contra sí mismo.
La adversidad demanda siempre serenidad –como principio básico– para analizar las causas que pudieron tener influencia en ese hecho que se ha mostrado contrario a lo deseado y esperado. La serenidad es una fuerza de la mente y del corazón humano, que hay que saber invocarla y seguir sus consejos en los momentos difíciles de la adversidad. Como toda fuerza interior, la serenidad ha de ser convocada con humildad; sólo así será verdadera y no un escudo circunstancial con el que se intenta parar y desviar los ataques de la adversidad. Se trata de una lucha pero interior, de la conciencia, libre de cualquier animosidad, y ella nos procurará el mejor análisis posible de esa contrariedad que nos ha afectado de alguna forma y con más o menos fuerza. Hay muchos frentes abiertos en nuestra sociedad. Algunos de ellos de gran envergadura y que entre unos y otros nos tienen zarandeados A poco que se fije nuestra atención en la situación internacional –tan compleja y variada– nos sentimos zarandeados y sumidos en un amplio campo de posibilidades, desagradables, conflictivas y amenazadoras cada una de ellas. En nuestro propio país sólo encontramos divergencias notables entre los diversos grupos políticos y, sobre todo, pocas ganas de allegar a unos acuerdos que parecen imprescindibles para que el país pueda avanzar y no atrasarse más aún. Todo ello configura una grave situación de adversidad que es necesario conocer debidamente para tratarla adecuadamente.
Es muy compleja y difícil toda esa suma de cuestiones y no pueden ser resueltas a base de declaraciones más o menos mejor compuestas pero siempre con un algo de improvisación, de deseos de convencer sin estar convencidos y todo ello es debido a la falta de serenidad a la hora –que es continua– de analizar las cuestiones y tratar de encontrar la solución adecuada para el bienestar de todos, no sólo de unos cuantos. La serenidad es una virtud en cualquier persona, pero de mucha mayor intensidad esa necesidad en quienes tienen la responsabilidad de dirigir a un país; tanto si se es Gobierno como Oposición, pues tanto unos como otros sufren la adversidad.
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