Colaboraciones

Luz

El día 31 de diciembre amaneció sin viento que es mucho decir en el sistema montañoso de Anyera o Sierra Buyones. Cuanto planifiqué la excursión para este último día del año 2022, pensaba dirigirme hacia la parte trasera de la dorsal a la búsqueda del bosque más denso para perderme en sus interiores y espesuras. Sin embargo, al despertar tuve un arrebato que me arrastró hacia la cumbre de estas alturas y efectivamente el día estaba perfecto: no soplaba el Eolo y prácticamente no se divisaban nubes en los cuatro puntos cardinales.

El pico más elevado da título al artículo que están leyendo y no supera los 900 metros de altitud; los tres (Agrom; Aman y un servidor) estábamos de acuerdo en subir a la altura máxima para apreciar el paisaje y tomar un buen baño de luminosidad amorosa que nos traspasara las almas. Al terminar nuestro desayuno marroquí convenientemente repartido salimos de la casita anyerana “dar el krud” e iniciamos la escarpada subida entre matorral de lentisco y paredes vertiginosas.

El primer rezo del rosario de la mañana me conecta al mundo invisible de luz gracias al cordón umbilical que constituyen sus cuentas y que me une espiritualmente a la Santísima Virgen. Tengo la suerte de poder pasar estos días especiales con amigos, pero decidí emigrar con mis inseparables amigos caninos y muchos bellos recuerdos; ansiaba dedicarle estos días a Pakiki, en su honor estaba subiendo en el día postrero del año a la cima y me bañaría al día siguiente, ya en 2023, en la bella playa de Beliones.

Desde mi casa el tosco camino cementado se precipita cuesta abajo. Paso los huertos y las casas hasta desemboscar en la calle principal...

Ciertamente estoy liberado de tanta pena, nuestro Señor ha sanado bien las heridas; me recogió vagando, perdido entre las tinieblas de mis añoranzas, desde entonces estoy cerca de los sagrarios procurando mantenerme en su presencia; en eso creo que consiste amar a Dios sobre todas las cosas. Hasta el manantial principal que mana de la cumbre llegué rezando, me acerqué a escuchar el agua correr y anduve entre los vetustos acebuches aledaños.

Unas rocas rojizas llaman mi atención, parecen materiales metamórficos por su fractura pero mi amigo Paco Pereila me aclara, después de estudiar las imágenes, que se trata de calizas rojizas o pelitas, en cualquier caso su fragilidad contrasta con las duras calizas del entorno y cogeré muestras en la siguiente oportunidad. Dos militares me saludan contentos por el buen día, van hacia su estación de vigilancia cerca de Oued el Marsa; son tiempos trágicos de emigración desesperada y corazones rotos. Los perros van encantados y Amán (el segundo de la saga porque el primero ya partió) insiste en alejarse y buscar sus senderos olfativos de forma caótica; lo llamo y reprendo para que no se pierda.

Un perro con tanto olfato es capaz de seguir una aroma y desaparecer durante mucho tiempo. Hago una parada técnica en un gran promontorio calizo que se interponen en el camino de subida. Disfruto mucho viendo reliquias botánica como los laureles y pequeñas plantas rupícolas creciendo en los paredones verticales, siempre es un buen momento para compartir un rato de charla en soledad con ellas. Los susurros de las plantas pueden parecer imperceptibles pero si se aplica bien el oído pueden contar historias muy atractivas sobre su devenir ecológico y como han llegado hasta estos lugares desde un lejano pasado geológico.

Además tienen el ilustre atractivo de la belleza natural sin imposturas ni artefactos estéticos, ellas son como joyas bien pulidas y engastadas por el gran hacedor. Entenderlas y apreciarlas forma parte de los mínimos intelectuales a los que un ser humano debería aspirar, aunque sea en una pequeña parte de toda la información existente, incluso si solo se aprecia su apariencia externa, el tiempo empleado será muy satisfactorio.

A partir de aquí el camino es bastante diáfano hasta el paso entre las dorsales calizas; una antigua ruta bien conocida de estas montañas, desde aquí podemos seguir hacia el oeste o bien continuar la subida y coronar la cima del Yebel Musa. Así que solté a los perros para que fueran a su aire, podía controlarlos sin perderlos de vista. Desde el lugar del paso se divisa perfectamente el Monte de los Monos y una parte de la dorsal que más se adentra en el mar, ya muy cerca del mentado pueblecito de Oued el Marsa. La vista es ya sublime pues se divisa muy bien casi todo el Estrecho y las dorsales de Anyera más cercanas al mar con sus vertiginosas caídas y pendientes. Comienzo la última parte de la subida, es corta pero muy pendiente, en algunos momentos se hace necesario apoyarse de ambas manos. En un principio transita con un poco de tierra pero enseguida ya solo caminamos sobre roca caliza, vamos sobre roca madre la mayor parte del recorrido. Disfruto cada arreón que me acerca más a la cumbre y cuando me vuelvo el paisaje es cada vez más lindo y diáfano.

Llevo controlando un rato al loco de Aman, se pierde de vista y si las condiciones cambian sería difícil dar con él. Lo llamo y viene, se pone detrás de mí, mirándome resignadamente; el corazón de Aman es de podenco y le encanta recorrer las montañas con el hocico literalmente pegado al suelo siguiendo infinidad de aromas en una interminable cadena olfativa. Agrom, a pesar de su edad, va subiendo con mucha gallardía y no necesita mi ayuda. Por fin, llegamos a la cumbrera y vemos el punto más elevado y un paisaje realmente sublime; a mi derecha, al este, las montañas traseras de Sierra Buyones, El Hauss y Cabo Negro, los montes de Tetuán, una parte del Bouhachem y las estribaciones más costeras del Talassemtane con el Yebel Kelti en el centro.

A la izquierda veo todo el canal del estrecho, Gibraltar, con gran nitidez Tarifa y el litoral arenoso aledaño que tanto me gusta recorrer entre pinares y matorrales costeros; Cádiz solo se puede intuir. Anyera es un paraíso soñado y vivido, ignoro si sueño o estoy despierto, tengo energías renovadas y ganas de escribir si parar en mi cuaderno de campo. “Sana Saida” es como los árabes felicitan el año nuevo, pienso en todo el privilegio que significa vivir en Ceuta y poder tener estas experiencias africanas tan gratificantes y auténticas, doy gracias a Dios por ello. Cabo Negro y el Yebel Sensen parecen enigmáticos, algo ensombrecidos por el contraluz. El Mar Mediterráneo está en perfecta calma, inunda mi ser por dentro y trasmite serenidad. Todo está sosegado y mi alma canta de alegría por sentir la presencia de Dios en mi vida, a pesar de los recuerdos y las ausencias. Mañana inauguro el año con un baño invernal; cerraré los ojos y pensaré que la tengo a mi lado para nadar juntos una vez más.

Ha empezado a soplar una perceptible brisa ponientina y creo que mi quitavientos y el gorro están ya secos; todo indica que es hora de bajar hacia mi hogar montañés. Así que tomo mis bastones para descenso y preparo bien la mochila para bajar bien libres de manos y tener todos los sentidos en la bajada. Cuanta luz hay en Anyera, da lo mismo que este en la cara norte; hay un halo de luminosidad percibida íntimamente. Puede que el “genius loci” sea múltiple aquí y no se pueda reducir a uno solo pero creo que “luz” es la palabra que mejor define a estos sagrados promontorios. Luz exterior para deleitarse con tanta belleza biológica y geológica; luz interior para sentir la fortaleza bondadosa que habilita el Espíritu Divino a través de su creación visible. Lo que penetra a través de los sentidos corporales vivifica el interior del corazón elevando nuestra invisibilidad hacia lo sublime. No se alcanza este sentimiento por el simple paso de luz y representación neuronal en el cerebro.

Sentir con plenitud pertenece a esa retina sutil del espíritu donde llegan los rayos de luz increada que atraviesan el alma. Así, el alma y la extraña manifestación luminosa, presentan polos de atracción mutuos que se complementan y necesitan ávidamente para sentir que hemos emigrado ya de esta vida temporal y nos adentramos en la otra. De esta forma caminan los poetas de la naturaleza, hoyando senderos de montaña y flotando en el ancho mar, con el corazón suspirando por la patria imaginaria que está al otro lado. Allí creen llegar a ratitos, puede que sea cierto, a golpe de experiencias sutiles y sublimes, apreciándolo todo y a todos, con el espíritu abierto y el alma palpitante por llegar a encontrarse cara a cara con su creador.

Desde mi casa, el tosco camino cementado se precipita cuesta abajo. Paso los huertos y las casas hasta desembocar en la calle principal que atraviesa Beliones, me dirijo hacia poniente calle abajo, paso la barbería de Mohamed y sigo por una calle a la derecha. Continuo por una sinuosa bajada hasta desembocar en la costa; entre la casa del antiguo director de la ballenera y los restos de la factoría en rehabilitación hay una calita de preciosa piedra arenisca muy erosionada por el viento. Tengo todavía las imágenes de la cumbre muy grabadas en mi memoria, pareciera que la vista hacia el este de ayer promoviera la unión del cielo y tierra en el axis mundi que proclama mi amigo Jose Manuel Pérez-Rivera. Mientras me zambullo como un Alca en busca de pequeñas presas, estoy rodeado de ladridos alegres y del recuerdo de mi mujer.

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