Opinión

El sentido trascendente del ser humano

En estos días me he acordado de un artículo del pensador Javier Gomá Lanzón titulado “Atrévete a sentir” que ocupó la portada de Babelia. Esta bella portada me hizo recordar el libro de Víctor Hugo “El Promontorio del Sueño” que comienza precisamente con la observación que el propio Hugo hizo del firmamento desde un telescopio similar al que aparece representado en la portada del suplemento cultural de “El País”. Esta visión le inspiró un fantástico relato que nos invita a soñar: “Así pues, soñad, poetas. Soñad, artistas. Soñad, filósofos. Sed soñadores, pensadores”, nos decía el genial escritor francés. Uno de estos pensadores, Walt Whitman, en su obra “Perspectivas democráticas”, se hacía una pregunta similar a la que planteaba Gomá al comienzo de su artículo: “¿Existe una literatura de estilo elevado?”.

Whitman echaba en falta una literatura acorde a los principios democráticos y al sentido de la totalidad que se asocia a nuestro avanzado estado evolutivo de la conciencia. Según el genial poeta estadounidense, todas las etapas históricas han dado como fruto una literatura en consonancia con el punto de gravedad del pensamiento predominante en ese momento. La época medieval tuvo su poesía y literatura mística, el siglo XIX fue testigo de la eclosión de la literatura romántica, etc…¿Y la democracia? ¿Quién canta a la democracia? Ha pasado más de un siglo desde que Whitman se hiciera esta pregunta y todavía no han aparecido los bardos que la canten.

“La restauración de los ideales de la bondad, la verdad y la belleza, actuando de manera integrada, es lo único que puede salvarnos de esta crisis civilizatoria. Una crisis que, en palabras de Eucken, tiene que llevarnos a la degradación”

Comenta también Gomá al comienzo del artículo que ha desaparecido en nuestra sociedad el concepto de lo magnánimo o sublime. Cierto. Es un hecho evidente que ha hecho bien en exponer con la claridad y maestría que le caracteriza. Las razones son diversas, pero quizás la más importante para mí es que vivimos en un mundo chato, como lo ha definido Ken Wilber. Un mundo que ha ganado en horizontalidad, pero ha perdido en verticalidad y profundidad. Antes que él, Rudolf Eucken, en “La vida: su valor y significación”, comentaba que “los pensamientos de libertad y de igualdad sólo pueden convertirse en caracteres fundamentales de las tendencias políticas y sociales contemporáneas cuando se estima al hombre en su grandeza, procurando hacer trascender su actividad sobre la naturaleza infrahumana”. Sin esta elevada estimación del hombre, de cada hombre en particular, sin una confianza absoluta en su energía espiritual, la democracia tiene que determinar su destrucción. Así que al llamamiento que constituyó el título del artículo de Gomá, “Atrévete a sentir”, yo añadiría “Atrévete a transcender”. Éste debería ser el leitmotiv de nuestro tiempo, en el que estamos asistiendo al alumbramiento de una nueva etapa en el desarrollo de la conciencia humana.

Nuestra vida, en general, carece de unidad y significado, lo que nos impide hacer frente al complejo mundo que nos ha tocado vivir, para lo bueno y para lo malo. Nuestra vacuidad interior ha debilitado las tendencias morales y nos dirigimos de manera constante más hacia el exterior que hacia el alma. “¿Habremos de admirarnos, según esto, se preguntaba Eucken, de que falten hoy grandes caracteres e individualidades creadores?”. Nuestro problema se puede resumir en una notoria debilidad del espíritu y una desconfianza en la energía vital. Es necesario, tal y como concluía Eucken en la aludida obra filosófica, “contrapesar la expansión por medio de una concentración, y la extensión en amplitud por medio de una tendencia a la profundidad, con lo cual la vida podrá recobrar de nuevo su equilibrio”. Creo que la clave está precisamente en este último término, el equilibrio. Pero no un equilibrio estático, sino uno dinámico y en constante elevación hacia niveles superiores de entendimiento y conciencia. Desde que se rompió el círculo mítico, que unía todos los fenómenos de la naturaleza y de la propia condición humana, comenzó el reinado de la hibrys, -la desmesura-, en forma de despilfarro, corrupción, la pérdida del sentido del límite en todos los órdenes de la vida. Ha llegado el momento de recuperar el equilibrio por la instauración del reino de Némesis, la diosa de la mesura, con el fin de devolver al individuo dentro de unos límites razonables.

La Edad Moderna, dice Eucken, “soñó el progreso indefinido, la elevación de la vida hasta lo infinito para dominar el mundo interior y exterior, para lo cual pedía entusiasmo, viveza, valentía, y halló, en cambio, pereza, estupidez y cobardía”. Nuestra ciega confianza en el progreso ha dejado un planeta maltrecho y un ser humano descualificado, como lo definió Mumford, o sin atributos, en palabras de Musil.

Coincido con Javier Gomá en que es imprescindible recuperar la noción de sublimidad bella o belleza sublime, pero creo también que esta restauración debe venir acompañada de la revitalización de sus inseparables compañeras la bondad y la verdad. Uno de los grandes logros de la Ilustración fue disociar a estas trillizas para que la razón pudiera seguir su camino hacia el reino del Parnaso. Vistos los resultados, la tarea de nuestro tiempo es conseguir reintegrarlas sin que pierdan su autonomía. No es una labor sencilla, sin duda, pero imprescindible. La nueva conciencia integral anunciada por autores como Jean Gebser o Ken Wilber depende para su definitiva eclosión de esta conjunción creativa y en equilibrio dinámico de la bondad, la verdad y la belleza; del nosotros, el ello y el yo; de la ethopolítica, la cultura y el arte; del espíritu, el cuerpo y el alma; de la religión, la ciencia y la filosofía…Todos estos tríos son sólo variables del ideal platónico de la búsqueda de la bondad, la verdad y la belleza que han movido al mundo occidental desde la Grecia Clásica. Y es que como proclamó Whitehead, “la tradición filosófica europea consiste en una serie de notas a pie de las obras de Platón”.

La restauración de los ideales de la bondad, la verdad y la belleza, actuando de manera integrada, es lo único que puede salvarnos de esta crisis civilizatoria. Una crisis que en palabras de Eucken, “tiene que llevarnos, o a una degradación, o a una elevación de la condición humana”. Los que coincidimos en esta necesidad, como apunta Gomá al final de su magnífico artículo, debemos confiar “en una gran renovación”, debemos “exigir una formación de esencia, una reforma moral” y hacerlo desechando “toda diferencia y toda tibieza y considerar toda transacción como un delito”.

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