De un tiempo a esta parte hay una amplia parte de la población que se muestra confusa, inquieta, sin saber qué rumbo seguir. Existe una sensación evidente de inseguridad en torno al futuro inmediato de una ciudad a la que parece que han puesto contra las cuerdas. Pareciera como si se hubieran confabulado contra la misma hasta el punto de llevarla al agotamiento. Hay una sensación de cierto pesar que se va adueñando de mucha gente hasta enrarecer demasiado el ambiente. Y eso no es bueno. No es bueno para una ciudad alegre, abierta, en la que incongruentemente no hacen sino colocarse trabas. La torpeza se ha hecho dueña hasta dominar muchas decisiones de peso que han sido determinantes en lo que está pasando.
La frontera tiene mucha culpa de esto. No hablo de los grandes intereses empresariales, habló también de las relaciones personales, de ese trasiego y esa circulación entre dos países tan necesaria que se ha cortado de raíz. Quién no tiene familia al otro lado, amigos, relaciones... todo eso se ha cortado convirtiéndose en un lastre, en un poso más para llevar a Ceuta al agotamiento.
Ayer el delegado del Gobierno se excusaba por sus desafortunadas declaraciones. Quizá más que excusarse debería hacer una reflexión obligada sobre su fracasado talante dando un giro radical a su manera de gestionar y afrontar unos problemas que no son solo comerciales sino también personales, de corte humano.
Ceuta, asfixiada en sus dimensiones, necesita abrirse, explorar, buscar esa riqueza a través de las únicas puertas de que dispone. Pero parece que nos empeñamos en colocar piedras en el camino: nos cerramos a Marruecos con una frontera desastrosa y tercermundista, nos autobloqueamos convirtiendo Ceuta en una especie de isla con mermas en importación y exportación... y eso no hace sino convertirnos en ciudadanos extraños, recelosos, asustados e inquietos ante el futuro.
Urge pararse y reflexionar. Porque de ello depende el futuro inmediato que nos vamos cargando poco a poco, abriendo una herida que en nada nos conviene.