No sé si me falta el aire, o es que estoy sediento. En cualquier caso, diré estas palabras: “No hay felicidad individual si no hay felicidad compartida”. (Toda una vida pensando para esto).
Quizá no lo sepáis, pero la otra tarde estuvimos cambiando el mundo, en esa esquina que es el palacio autonómico. Lo dicen las normas más elementales. Según el lenguaje del corazón, lo breve se hace largo; la pequeño, infinito.
Allí se escuchó el testimonio de los que han preparado su profesión para ayudar al prójimo; pero también fuimos testigos de quienes permanecen en pie, a pesar de las dificultades. Gentes a las que aún nos queda tiempo para la ilusión, y que proyectamos la mirada hacia el horizonte, en espera de que alguien nos devuelva la esperanza: una vida en cualquiera de sus formas.
En un primer momento, fuimos recibidos por Beatriz Palomo, entorno a una mesa donde tres usuarios de Acefep dimos fe de que la experiencia laboral no es sólo posible, sino necesaria. La verdad es que en este punto lo paso mal, ya que yo pertenezco a ese 16% de personas con diagnóstico que tiene un proyecto laboral estable. Aquí, miro a mis compañeros como en una especie de burbuja de cristal, pues sé en mis entrañas el bien que sería para su salud disfrutar de algo similar a la estabilidad.
Afortunadamente, pude decir que en la función pública no existe el estigma a la hora de conseguir una plaza si hay convocatoria, pero esta modernidad hay que ganarla en el resto de empleadores, haciendo normativas y averiguando fórmulas. (Gonzalo, mi compañero en Valencia, me decía en Madrid, que las cooperativas sociales son el futuro. Hay que hacerlo mirar).
En el turno de ponencias escuchamos a Laura, la psiquiatra de la Unidad de Salud Mental, muy valorada según conozco de sus pacientes, y quien explica el protocolo de atención; hacía hincapié en la necesidad de recursos para promocionar la salud mental (mírese el éxito de las campañas realizadas para mejorar la seguridad vial).
Ana Belén, gerente de Acefep, recordó de dónde venimos, una pequeña sala de juntas prestada, hasta el punto del ahora, cuando realizamos una atención directa a afectados y familias, a través de nuestros programas. Lidia, y Carlos, su padre, contaron la evolución desde que participan en las actividades de la asociación (a Lidia se le sale el corazón del cuerpo).
Finalmente, tomamos buena cuenta de las propuestas de integración laboral que realizan en la Asociación de Down Ceuta y Plena Inclusión. Las preparadoras se sentían muy motivadas por apoyar la autonomía de colectivos muy excluidos del empleo ordinario. A Carmen y Said se les veía muy felices al contar su experiencia de éxito.
En definitiva, nuestro lema de este año: “Trabajar sin máscaras; emplear sin barreras”, es una llamada universal; desesperada, pero tranquila; paciente. Al fin sólo quedará la esencia: “No hay felicidad individual, si no hay felicidad compartida”.
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