Creo que Ceuta puede sentirse orgullosa de su Semana Santa. No es ésta la tribuna apropiada para ahondar en su dilatada historia, aunque siempre será bueno recordar que se vive solemnemente desde hace más de cuatro siglos. Existen testimonios que hablan de la salida de algunas imágenes desde 1700.
Si en algo sorprendemos a nuestros visitantes o a los que la descubren a través de un audiovisual, su sorpresa no puede ser mayor cuando advierten lo extraordinario de su riqueza patrimonial, artística y espiritual, máxime en una ciudad de las características de la nuestra.
Es un auténtico prodigio, por no decir milagro, la salida de esas catorce hermandades penitenciales plenas de vida y actividad, con la puesta en la calle de sus veinticuatro pasos. Un palmarés que perfectamente puede colocar nuestra Semana Mayor a la altura de las mejores de Andalucía, bajo el señero estilo de la más pura escuela sevillana.
¿Y el futuro? Los datos poblacionales no invitan al optimismo. En enero habían empadronadas en nuestra ciudad 82.159 personas. No dispongo de cifras, pero quiero pensar que, de ellas, la mitad o muy poco más, son las que potencialmente pueden sentirse vinculadas con estas manifestaciones, bien desde el lado artístico, del espiritual o simplemente del de la tradición. La otra mitad, precisamente la que demográficamente más crece, es obvio que por razones de religión o cultura pasen de ella, junto a esos otros que por su transitoriedad en la localidad permanecen totalmente ajenos al acontecimiento.
Difícilmente una ciudad de treinta y cinco o cuarenta mil habitantes, la que podría resultar del cálculo anterior, pueda ofrecer algo similar. Y ahí está el ‘milagro’. La Ceuta actual no es ni por asomo la de hace medio siglo, cuando la composición poblacional proclive a la conmemoración de la Semana Santa era mayoritaria, propiciando así el mantenimiento y el alza de las cofradías y de su patrimonio. Resultaría complicado imaginar, a quien no lo vivió, lo que era esta ciudad por entonces, especialmente un Jueves o un Viernes Santo, cuando la calle era un hervidero de personas, no sólo de aquí sino de españoles residentes en el vecino país. Más o menos como puedan serlo en estos días Málaga o Sevilla.
Con otra particularidad. Para bien o para mal, casi todas las hermandades contaban con el patrocinio, cuando no la titularidad absoluta, de los distintos cuerpos y armas de la guarnición. No ya sólo en lo económico e institucional sino con las aportaciones de sus propias bandas de música. Bandas que, ahora civiles, precisamos traer de fuera al ser insuficientes las locales. De todas formas hay que quedarse con el espíritu y la imagen de la Semana Santa actual por su orientación, rigor y organización, pero siempre con el valor añadido de la maravillosa realidad de su propia y genuina identidad. Y es que sin el valiosísimo legado del sustrato de su pasado difícilmente sería hoy la que es.
Si ponemos la vista en ese medio siglo atrás, la Semana Mayor ceutí entraba en un periodo de languidez con las lógica incertidumbre que ello levantaba. Ya dedico precisamente un par de páginas al respecto en el suplemento especial que acompaña al ejemplar de hoy domingo.
El relevo generacional que en el arranque de la década de los noventa comenzó a experimentarse en el mundo penitencial local, resultó decisivo. Como providencial ha sido también la labor de quienes, con una enorme vocación, sacrificio y abnegación, han venido sucediéndoles. Sí, ya sé que todo no es de color de rosa, pero ahí están esos abnegados cofrades que siguen haciendo posible que nuestra Semana Santa continúe siendo admirable para propios y extraños. Como importantísimo será siempre también, qué duda cabe, el apoyo de la Ciudad Autónoma. Líbrenos Dios, por cierto, de que en el futuro nos pudiera sobrevenir un alcalde como ese podemita de Santiago que decidió retirar las subvenciones a la Semana Santa, aunque no tocando para nada las de otras confesiones religiosas.
Decía que no todo es de color de rosa. Al tradicional concierto de marchas de la Banda Ciudad de Ceuta, casi eran mayoría los familiares de los componentes de la misma quienes estaban en el Auditorio. Más público había en el de la Banda del Sol de Sevilla, pero con bastantes huecos en la platea y vacías las localidades del piso superior. Y en el pregón, los fieles asiduos de siempre y los componentes de las hermandades. Más de medio teatro vacío. Frío prólogo.
Todo lo contrario que la tradicional procesión de los niños y niñas. Parecía como si estuviésemos en plena Semana Santa con tanta participación y tan perfecta puesta a punto. Mi mejor felicitación para sus promotores. Eso es hacer cantera, que falta le hace a nuestra Semana Mayor. De ella pueden salir, por ejemplo, esos costaleros del futuro, que puedan ponerse bajo las trabajaderas de nuestros veinticuatro pasos. Es el problema de todos los años, que en determinados momentos ha impedido a ciertas hermandades poder sacar a alguno de sus titulares. Afortunadamente no será esta vez el caso de la Soledad, si bien me hablan de problemas en ese sentido en la Encrucijada.
Y para concluir, ¿cuándo podrá materializarse ese justo anhelo de la cofradía de Las Penas de que sus titulares puedan salir de la iglesia de San Francisco, en la que radican, una vez abierta esa puerta que da a la plaza de los Reyes? Por el bien de nuestra Semana Santa y dado el importante peso específico y el entusiasmo del que hacen gala sus hermanos, bien podría comenzarse a tratar de liberar las barreras que impiden hacer realidad esa justa reivindicación que parece de sentido común.
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