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Segunda etapa Llegada a Molinaseca

Como el sol está pegando de lo lindo, aprovecho para ponerme al día de los “WhatsApps” y alguna que otra llamada. Sigo con mi bajada hasta Molinaseca. A este pueblo le tengo un cierto cariño por visitas anteriores y como no, por su gastronomía que no pienso perdonar, pero antes me dirijo directamente al albergue que ya tenía elegido, “Santa María”.

En la recepción, les pregunto si tienen sitio y me dicen que soy el primero en llegar. Me ubicaron en una habitación con varias camas, (todas para los peregrinos que van en bicicleta) y comentándome que ya hay varias reservas. Aprovechando que tengo el albergue solo para mí, me dedico al aseo personal y la inevitable colada. Una vez finalizado me subo a la apetecible terraza que tiene este albergue y, en compañía del hospitalero, doy buena cuenta de una cervecita bien fría. Tras una conversación poco agradable, pero dentro de la corrección, sobre la rivalidad entre ciudades y la capitanía de la Comunidad, me dirijo a un restaurante conocido. En ese momento hacen su llegada cinco ciclistas, cuatro con rasgos asiáticos y uno español, llamándome la atención la ausencia de todo tipo de equipaje. Molinaseca, pueblo de tradición jacobea, está situado a ocho kilómetros de Ponferrada. El rio Meruelo de aguas cristalinas, discurre por debajo del Puente de los Peregrinos, una construcción de siete arcos de planta románica. La calle real singular, se encuentra jalonada de casonas blasonadas que le da un aire de antigüedad y señorío. No puedo disimular la atracción que me produce este pueblo. Después de comer en Casa Ramón (restaurante muy recomendable) y de pasar un buen rato de conversación con uno de sus dueños que se ha empeñado en invitarme a un licor de la tierra, vuelvo al albergue para descansar. El panorama ha cambiado, la ocupación ya es alta, muchos peregrinos se están acomodando después de una jornada dura y calurosa. Entro en mi habitación y me encuentro con los asiáticos, son japoneses, y dos de ellos hablan un “correcto andaluz” pero a los otros dos no les entiendo nada. El español por lo visto es el guía. Han llenado la habitación de maletas enormes. Son la “monda”, (las ganas de guasa no entienden de idiomas), me parto con las ocurrencias de unos y otros. Sobre todo con los que no saben español porque sus caras son un poema. Intento dormir y aunque hay mucho trasiego, al menos logro descansar. Hoy me he achicharrado en la etapa, el contraste de la parte expuesta a la que no, es considerable, tengo que tener más cuidado y utilizar protección. A media tarde salgo a la terraza, está llena y me siento con unos ingleses, el número de extranjeros es muy superior a la de los españoles. Intento con cierto éxito comunicarme con ellos, gracias a que los signos y gestos es común en todos los idiomas. Se respira un ambiente de camaradería y agrado. En todos se aprecia en sus miradas ese brillo de felicidad propio del peregrino a pesar de que, muchos de ellos no pueden disimular las consecuencias de una jornada muy dura. En estos momentos valoras e identificas al verdadero PEREGRINO de aquellos que como yo, hacemos el Camino.

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