Opinión

Los secretos de la Agenda 2030 (V) II

Nuevo marco geoestratégico e ideológico La caída del Muro de Berlín puso fin a la guerra fría y cambió los paradigmas geoestratégicos de la lucha por la hegemonía mundial, hasta entonces en pugna entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Desde el punto de vista ideológico parecía, como vaticinó Fukuyama, que el sistema democrático liberal-capitalista, que se impuso en Occidente tras la Segunda Guerra Mundial, iba a quedar como dueño absoluto del mundo. Un triunfo que el despliegue de la globalización comercial y financiera, junto a las innovaciones tecnológicas, parecía respaldar. El “fin de la historia” no sucedió, hoy nos hallamos frente a nuevos ejes geopolíticos que, en buena medida, suponen que nos encontremos viviendo en una época de crisis, en el sentido de transformación hacia un nuevo orden mundial y hacía una nueva etapa historica.
Geoestratégicamente contamos con una superpotencia que parece presenta los primeros signos de decadencia, Estados Unidos, frente a otra superpotencia emergente, China. Sin olvidar a Rusia ni a la Unión Europea. Pero sería un error contemplar la rivalidad USA-China desde los parámetros de la guerra fría e incluso también sería erróneo considerar las relaciones internacionales exclusivamente desde los viejos cánones del juego de poder entre las potencias, como sucedía en la Europa anterior a la Segunda Guerra Mundial. La competencia por las esferas de influencia discurría hasta comienzos del siglo XXI entre Estados, pero la globalización ha reorganizado la manera en que las elites compiten por la supremacía mundial.  El mercado había sido durante la revolución industrial y el desarrollo del capitalismo eminentemente nacional, incluso para las empresas con proyección internacional, pues la referencia a la matriz nacional nunca se perdía y consecuentemente buscaban en sus Estados la protección de sus intereses. Pero hoy, la interconexión a nivel mundial del gran capital esta transformado esta tradicional concepción de los equilibrios geoestratégicos para, por un lado, lograr independizarse de la protección de los Estados y, por otro, participar como actores principales en la reordenación del mundo con el mismo o más protagonismo que las superpotencias. En la lucha por el predominio del poder han irrumpido nuevos actores que reclaman el protagonismo que antaño tenían las naciones: las corporaciones multinacionales y las organizaciones supranacionales.
Aleksandr Dugin y Olavo de Carvalho, al hablar de la reordenación geoestratégica, se han referido en ocasiones al proyecto Chino, el proyecto Islamista y el proyecto Occidental que identifican con el globalismo, elenco al que nosotros añadiríamos otro actor, Rusia, que, aunque en ocasiones recurra a las mismas armas que chinos y norteamericanos, ha quedado al margen del bilateralismo que a corto plazo se perfila entre China y Estados Unidos y también fuera del proyecto mundialista. En este contexto, la ONU posee toda la estructura de organismos y agencias necesarios para intentar convertirse en un gobierno mundial respaldado en el ordenamiento jurídico internacional, actuando solapadamente, como apunta Michel Schooyans, en su obra “La Cara Oculta de la ONU”, en connivencia con los grandes magnates y agentes del proyecto mundialista.
Los sistemas ideológicos entre los que se debatía la humanidad tras las Segunda Guerra Mundial y la aniquilación del modelo fascista eran nítidos, capitalismo o comunismo. El Movimiento de los No Alineados en modo alguno representaba una tercera vía, más bien era un grupo de países en vías de desarrollo, proclives al socialismo, que estaban en medio del tablero de juego de las dos grandes superpotencias. Sin embargo, ahora, aquella división se ha difuminado al lado de lo que tradicionalmente se entendía por izquierda y derecha.
La esencia del marxismo es la lucha de clases y el materialismo histórico que gira en torno a la propiedad de los medios de producción. Todo esto ha sido superado. Será en los años 50 y 60 del pasado siglo cuando el proletariado, en su acepción propia, prácticamente desaparece de las sociedades occidentales, convertido en incipiente clase media, aspirante ante todo al modo de vida pequeño burgués. La lucha de clases carece de sentido y el marxismo clásico también.  El marxismo había muerto políticamente en Occidente, otra cuestión son sus métodos o su comprensión historica, de ahí que se hable de marxismo cultural. Lo que hoy se conoce como izquierda progresista o neo marxismo no es sino, en gran parte, el pensamiento de la Escuela de Frankfurt y su Teoría Critica, pasadas por la experiencia pragmática norteamericana. Quizá por ello sería más acertado hablar de postmarxismo. Superadas por la realidad, filosóficamente las izquierdas mutan a partir de la Revolución del 68, proclaman pedantes eslóganes maoístas mientras abrazan el individualismo y el hedonismo. Con la fragmentación en minorías de lo que antes se contemplaba como un colectivo unitario, la izquierda abandona la idea de comunidad como unidad política.
Pero este reajuste no sólo compete a las izquierdas, también ha afectado a las derechas. El liberalismo se ha visto superado por la economía globalizadora, abandonando su tradicional concepción de la nación como centro político, por los postulados de un capitalismo desterritorializado. La derecha, además, abandona progresivamente la defensa de los valores tradicionales o conservadores que la habían caracterizado, familia, patria, religión, para centrase tan sólo en concepciones economicistas. Su deslizamiento progresivo hacia el relativismo racional, moral e ideológico, se ha traducido, no solo en una indiferencia frente a las tradiciones culturales occidentales, sino, en algunos casos, en una abierta beligerancia contra cualquier reivindicación identitaria y el abandono de la defensa del Estado-nación del primer liberalismo y su concepto de soberanía nacional. Incluso ha antepuesto la defensa de un mercado mundial a la defensa de la libertad del individuo.
No es pues de extrañar que una izquierda individualista y una derecha internacionalista confluyan en el gran consenso capitalismo-socialdemocracia. A partir de aquí es donde podemos identificar los nuevos modelos ideológicos a los que se enfrentan las sociedades occidentales y el mundo entero.
Solo teniendo en cuenta esta premisa podremos comprender como es posible que el gran capital, representado por magnates como Soros, la familia Rockefeller, los Rothschild, el Club Bildelberg, el Council on Foreign Relations, la Comisión Trilateral o el Club de Roma, coincidan con organizaciones y partidos de la izquierda postmarxista, estilo Podemos, en los mismos objetivos de la Agenda 2030. 

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