Categorías: Opinión

Se nos escapa el porvenir

Ceuta es una auténtica universidad de la perplejidad. Cuando parece que hemos alcanzado una cota insuperable en este sentimiento, el magma dominante, portador del pensamiento pretendidamente único (excluyente por naturaleza), se reinventa a sí mismo, ofreciendo un inenarrable espectáculo de hipocresía e irresponsabilidad capaz de estremecer a los escépticos más avezados. La respuesta que los dos partidos grandes, en números aunque diminutos en alma (PSOE y PP), han dispensado al fracaso escolar en nuestra Ciudad, se enmarca en este contexto de atroz agresión intelectual.
Para el PSOE, la educación en Ceuta no es motivo de preocupación. El sistema educativo funciona muy bien, y bajo su dirección, ha mejorado ostensiblemente. A penas se reconoce un mínimo problema de espacio; pero que, en la práctica, ellos han resuelto con mucha inteligencia habilitando múltiples aulas nuevas. La reacción del PP, que lleva once años gobernando la Ciudad y durante otros ocho la Nación, es culpabilizar a la política educativa del PSOE. Si en Ceuta existe un elevado fracaso escolar se debe a la insularidad y a la LOE. De forma que cuando gobierne el PP, y reinstaure la cultura del esfuerzo y refuerce la autoridad del profesor, el asunto quedará solventado. Aceptando que las personas que así se pronuncian viven en Ceuta, semejante distanciamiento de la realidad sólo admite dos opciones. O bien son rematadamente idiotas, o no tienen el más mínimo interés en el futuro de esta Ciudad. Se antoja una evidencia la segunda de las posibilidades. Nos gobierna una cuadrilla de irresponsables.
El fracaso escolar es un problema de una enorme magnitud. Porque, además de los aspectos técnicos inherentes al ámbito educativo,  en nuestra Ciudad es causa y efecto a la vez, de un conjunto de fenómenos sociales que imprimen un sello muy singular a nuestra sociedad, exenta de diagnóstico y de pautas que la orienten. Quizá va siendo hora de que el avestruz deje de esconder la cabeza. Esta recreación de una realidad virtual impoluta prendida por una nostalgia impenitente no va a ser eterna. Por eso conviene empezar, al menos, por reflexionar con sinceridad y valentía sobre las claves estructurales que amenazan muy seriamente el futuro de Ceuta. La educación es, sin duda, una de ellas.
El diferencial de fracaso escolar de Ceuta, respecto a la media de nuestro país, es de veinte puntos. En España, de cada cien alumnos, treinta no superan los objetivos de la educación secundaria. La proporción se eleva a cincuenta y dos si se analizan sólo los datos de Ceuta. ¿Cómo se explica esta insultante diferencia? Responder a esta pregunta nos lleva al terreno incómodo y antipático que nadie quiere pisar. El fracaso escolar no es uniforme. Los cuatro mayores colegios privados  concertados de nuestra Ciudad, presentan unos índices de éxito escolar  magníficos. Nada que envidiar a los mejores del país. La proporción de alumnos musulmanes en estos centros es anecdótica. Por el contrario, los índices de fracaso escolar de los segmentos de población menos favorecidos, de abrumadora mayoría musulmana, se disparan. Este es un hecho tan incuestionable como inquietante. El exceso de fracaso escolar se concentra en la población musulmana. ¿Es esta la razón por la que el fracaso escolar no conmueve a los sectores más influyentes de la Ciudad? ¿Es acaso la consecuencia de una actitud falsariamente compasiva ante un colectivo considerado subordinado, al que se le presta un servicio “por caridad” y si no saben aprovecharlo “allá ellos”? Pensemos sin miedo ni prejuicios. Los ceutíes tenemos la obligación ética, pero también política, de asumir que esta Ciudad sólo puede avanzar hacia el futuro caminando sobre sus dos piernas. Arrastrando una de ellas, con mejor o peor suerte, no llegaremos muy lejos.
Por ello es preciso entender que, además de las reformas o cambios del sistema en sentido estricto, la revisión del modelo educativo debe apoyarse en un cambio de actitud de la sociedad en su conjunto. La escuela no es una incubadora ajena al entorno.  Más bien al contrario, todo cuanto sucede en la vida del alumno influye decisivamente en su proceso de aprendizaje. Nadie puede, ni debe, rehuir la responsabilidad que tiene en materia educativa, porque todos somos agentes educativos determinantes. Ceuta necesita una movilización social intensa y sostenida para revertir la situación. Y debemos comenzar por una revolución afectiva. Todos los alumnos y alumnas más propensos al fracaso, sin excepción, deben notar en su piel el afecto de la sociedad. Deben sentir que nos importan. Que su vida forma parte de nuestras prioridades. Es urgente sustituir el desprecio por el cariño. La distancia fría por el aliento próximo. La displicencia por la comprensión. No se puede educar a quien no se quiere. El profesorado debe ser la vanguardia de esta revolución afectiva en las aulas, como portadores y valedores de un insoslayable cambio de mentalidad.
Este difícil, pero a la vez apasionante reto, debe ir acompañado de un profundo cambio en un sistema educativo que, hoy por hoy, es fiel reflejo de todos los vicios contraídos por nuestra Ciudad, y que es necesario corregir de inmediato.
Uno. La extraña condición de “Ciudad Autónoma”, sin competencias educativas, nos ha situado al margen de una dinámica legislativa de actualización y modernización diseñada para un servicio público descentralizado. Nuestra normativa en todas y cada una de las vertientes del sistema esta obsoleta. Somos un apéndice siempre al borde del olvido. Recuperar la dignidad, y con ello la vitalidad, se hace perentorio.
Dos. Déficit de inversión pública. En nuestra Ciudad no se construye un centro de educación primaria desde hace más de dieciséis años, a pesar del constante incremento de la población escolar. La creciente masificación de las aulas representa un obstáculo, en muchos casos insalvable, para impartir docencia en unas condiciones de calidad aceptables. Falta voluntad política, como demuestra el hecho de que para otros equipamientos mucho complicados (macro prisión) hayan encontrado espacio y fondos sin ninguna dificultad.
Tres. Fracaso de la política de integración. Sólo en nuestra Ciudad puede existir una red de centros financiada con recursos públicos, en la que una parte de ellos estén blindados, de hecho, para que no se matriculen alumnos musulmanes. Los alumnos de los centros privados concertados pueden desarrollar toda su vida académica hasta finalizar la ESO en el mismo centro. Los alumnos de la enseñanza pública, tal y como dice la ley, estudian infantil y primaria en un colegio y secundaria en un instituto. Se practica un evidente fraude de ley, cuya única finalidad es “proteger” al alumnado previamente seleccionado de entre las capas más pudientes de la sociedad. Buscar la homogeneidad del alumnado en todos los centros sostenidos con fondos públicos debe ser un objetivo irrenunciable a corto plazo. Las aulas deben ser un reflejo y no una tergiversación de la sociedad.
Cuatro. Ausencia de debate. Ceuta ha demostrado una portentosa capacidad para descalificar y triturar personas, al tiempo que una irritante incapacidad para debatir ideas. No existe cultura del diálogo. Y en educación necesitamos mucho diálogo, porque nuestra realidad social demanda métodos e instrumentos específicos que sólo pueden concebirse desde un proceso de reflexión colectivo. Debemos aprender a hablar sin complejos, porque en ello nos va gran parte del porvenir.

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