Categorías: Opinión

Se invisibiliza lo que se tiene

Cuando Jacques Rogge, presidente del COI, en su discurso de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres, hizo referencia a la igualdad de sexos, todo el estadio aplaudió, menos las contadísimas participantes de la representación de Arabia Saudí y, creo, de Irán, en cuyos rostros, ofrecidos por las cámaras a todo el estadio, se dibujó un inicio de mueca que distaba de ser una sonrisa forzada, aquello se parecía mucho al pudor o, en todo caso, al temor de que apareciese en sus caras algo parecido a que estaban de acuerdo con la igualdad de sexos a la que había hecho alusión el presidente del COI. Sentí pena y dolor por aquellas mujeres, cuyas cabezas estaban envueltas en el discriminador hiyab – como si fuera el sambenito de los condenados por la Inquisición–, mujeres que se ven obligadas a esconder y a disimular la arbitrariedad a la que están sometidas en sus países de origen, y en muchos otros, pero sobre todo en los países  de cultura y tradiciones islámicas.
En su escrito “Invisible”, Fátima Hamed escribe sobre la invisibilidad de las mujeres, pero no hace alusión a países en concretos, ni a áreas, ni a continentes, ni a culturas, ni a religiones. Escribe, eso sí, una verdad como un templo, que se invisibiliza lo que se teme. Todo iba bien, en la lectura del texto, hasta que, casi al final, me tropecé con un párrafo que me preocupó en grado sumo, y es este: “El totalitarismo ha vuelto en tiempos de democracia intentando restringir las libertades a la vez que reprimiendo tácitamente. (…) El totalitarismo ha vuelto ansioso por recuperar el pensamiento único a cualquier precio y a cualquier coste”. Entonces me dije “¡Tate!, está haciendo una referencia subliminal a la España del PP”. Ya no me gustó, pues mira que hay países a los que pudo haberse referido, pero su obsesión es el partido popular. Se nota que esta señora no ha conocido la España del nacional-catolicismo.
Pues no, Fátima Hamed no estaba refiriéndose a esos países arabo-islámicos, como Afganistán, en donde un hijo de puta fusila por la espalda y de rodillas a una mujer por adúltera, ante la mirada complaciente de una turba de musulmanes, que no mueven un músculo ante la horrible escena. Ni tampoco se refería Fátima Hamed a esa cristiana encerrada en una cárcel, también en Afganistán, condenada a la pena de muerte, acusada de blasfemia. No, Fátima Hamed no se refiere a esos países, ella se refiere a la España  del partido popular a la que ha vuelto el “totalitarismo”. Pero no, en sus escritos no ha habido una palabra de piedad para con esas mujeres fusiladas, encarceladas o discriminadas por el mero hecho de ser mujeres en un país islámico, en un país equivocado. No, ella no se refiere a las mujeres de Irán, Afganistán, Irak, Pakistán o Arabia Saudí, que están sometidas al macho de la tribu y no pueden ni salir a la calle sin el permiso de un varón o, incluso, sin ser acompañadas por un hombre de la familia. Fátima Hamed no se refiere a esas mujeres condenadas de por vida a vivir dentro del ‘niqab’ o del burka. No, su máxima preocupación es que las mujeres de la España del partido popular están siendo discriminadas y condenadas a la invisibilidad. Ella no se está refiriendo, claro que no, a la falta de libertades individuales en los países arabo-islámicos y en las sociedades musulmanas establecidas en occidente. No, ella hace una velada alusión a la España del partido popular, la del “pensamiento único”. Parece que no tiene valor para referirse explícitamente a España .
Por supuesto que Fátima Hamed no estaba refiriéndose a ese imán de Tarrasa que justifica la violencia machista diciendo que “en el islam los golpes son una práctica tolerable, pero los golpes tienen límites a los que se llega cuando las otras soluciones no son efectivas”. Sobre la vida conyugal, culpa a las mujeres por ser independientes y sostiene: “Esta mujer que tiene su propia independencia, que tiene trabajo y dinero, mira al hombre con una mirada de desprecio. El hombre en este caso tiene que trabajar también en casa, como preparar la comida y lavar la ropa, y esto conlleva a una ruptura y conflicto entre el hombre y la mujer”. Pero, claro, la diputada en la Asamblea ceutí no estaba refiriéndose a individuos como este patán de Tarrasa. Sino a la España del partido popular, que somete, discrimina e invisibiliza a las mujeres. No, ella no se refiere tampoco a su ‘sagrado Corán’, en el que se lee (4,38/34): “(…) A aquellas de quienes temáis la desobediencia, amonestadlas, confinadlas en sus habitaciones, golpeadlas(…)”. Claro que ella no se refería a esos versículos del Corán, ella estaba refiriéndose, por supuesto, a la España del partido popular.

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