Se acerca el final de trimestre y el momento de entregar notas, de comunicar a cada uno de los alumnos lo obtenido y dar cuenta también ellos a sus progenitores de sus avances y escaqueos. Son días intensos para los docentes, en correcciones, medias, sesiones de evaluación grupal e individual, análisis de resultados, propuestas y estrategias de mejora, todo un rosario de acciones, poco conocidas por el gran público.
Luego todo se traduce en unas calificaciones, unas notas numéricas o no, estadísticas, actas, documentos, tantos por ciento de lo conseguido por programado, siendo los cientos de situaciones, de momentos, engullidos por el tiempo que los deja en el pasado. Y el informe PISA nos sitúa en el furgón de cola a melillenses y ceutíes, surgiendo en ti dudas, desasosiego, disconformidad al tiempo que una realidad compleja en la que nuestra labor profesional es tan esencial, pero acrecentada en impotencia y falta de ilusión, cundiendo en muchos casos y momentos la desmotivación, que algunos se resisten en reconocer o magnifican en exceso.
La escuela, institución inmersa en la realidad circundante se convierte en centro de críticas de muchos que justifican sus obligaciones incumplidas, y muchas veces sin implicación, contacto, seguimiento del proceso de aprendizaje del chico/a, exigiendo responsabilidades por los resultados e insatisfacciones, estando en parte injustamente cuestionados, no asumiendo otros, sus propios errores. Aparece el desencanto, la rutina peligrosa, las crisis de ansiedad, las quejas ante la falta de consideración y reconocimiento de autoridad docente, la Administración que justifica las bajas no cubiertas, la soñada y engañada calidad pura teoría... el crudo y real panorama, nada aleccionador.
El alumno campea esquivando y sin asumir responsabilidades que tiene; no se estudia en casa, no hay deberes dicen los muy pillines para gozar de descontrol y calle en exceso cuando no, maquinita, televisión y que lea el fraile. No tienes mecanismos correctores, no pasa nada, mas allá del tiempo de recreo, la reprimenda y cansina moralina, y al final si no doy el nivel dicen ¡me da igual, me pasan de curso!, o lo más preocupante, para qué estudiar y saber si luego no hay curro colega y el ¡ya me las buscaré yo o que me aguanten mis padres! No te queda más opción que dulcificar y desmontar estos simplismos, llamándoles al placer de aprender y ganar en autoestima y seguridad, aunque ahora me pille en horas bajas, solo horas, pero de las que por experiencia, te vuelves a levantar, rezumando profesionalidad y sana vocación, superando sinsabores.
Y lo que más me duele es el precio que pagan mis pequeños sacrificados, los que quieren trabajar, aprender, saber más y de todo. Con nuestras cómplices miradas nos animamos y seguimos dándoles oportunidades, quejándonos y esperanzados en que esto cambiará, puede que en el segundo trimestre. Seguro que los pequeños diablillos asumirán sus necesidades de mejora, de más sacrificio, de que las cosas no vienen dadas, aceptando el propósito de enmienda navideño.
Seguro que Mourad me volverá a sorprender dándome un espontáneo abrazo y beso por descuido en mi desgarbada barba, haciéndome expresar sentimientos, aunque dos sesiones más tarde me las haya hecho pasar canutas con 24 interrupciones en el repaso de fracciones, con sonrisa y el yo no he sido, profe o el perdóname tan repetido e incumplido. A pesar de todo, lo quiero un mogollón, y él lo sabe en el fondo… y se aprovecha.
Y es que quizás uno de mis fallos o debilidades, no exentas de egoísmo, es lo que valoro el “tiempo que nos queda”, y que ellos vivan el día a día, sin aprovechar las oportunidades perdidas y lamentos sin vuelta atrás.
Se acaba el trimestre y llega el merecido descanso y tiempo de convivencia y reflexión. Intentaremos cargar pilas, recordando el positivismo de Van Gal, deseo con SALUD para todos.