Con la sanidad no se juega. Esto no es un show sin controles en el que cada uno dice lo que le conviene mientras el usuario, paciente, receptor o como consideren llamarlo asiste a la contienda como si estuviera en un partido de tenis.
Los sindicatos alzan la voz denunciando más o menos que esto es un desastre. La clase política y gestora, que ahora sí parece más preocupada en responder o comparecer aunque sea difundiendo vídeos enlatados, niega la mayor hasta el punto de rechazar la existencia de una crisis sanitaria como tal.
Dicen siempre que para dar con la verdad hay que buscar el centro, alejándose de los extremos y las versiones que pudieran estar marcadas por el interés. Y ni todo es tan oscuro como lo pintan, pero mucho menos dulce como el Ingesa quiere meternos hasta con calzador.
Los pacientes no mienten, no es necesario ofrecer un menú de estadísticas para hacerles bajar del burro. Los pacientes son los que experimentan las consecuencias de una sanidad que podía estar mucho mejor, con profesionales y recursos suficientes como para evitar retrasos y sobre todo acabar con temores e inquietudes. Porque las hay. Y mucho.
Puede que Ingesa no sepa de temores, pero los hay. No sé si tendrá especial interés en conocerlos, en saber de familias que han tenido que sufrir diagnósticos tardíos o se han visto forzados a pasar por caja para hacerse un seguro privado y empezar a acelerar pruebas.
Lo anormal se ha convertido en costumbre y eso es malo. El concepto de sanidad gratuita se ha querido etiquetar de ‘regalada’, haciendo sentir al usuario como un número más ubicado en las colas del hambre esperando turno.
Pero no, no nos regalan nada y por tanto se debe exigir una sanidad de calidad, que disponga de medios para atender con rapidez y recursos para paliar los efectos adversos de enfermedades terribles que han destrozado a familias enteras.
Ni tan oscuro ni tan dulce. Quizá escuchando a quien debe hablar se responderá con más humildad y menos soberbia.