Abnegados, leales, valientes y esforzados, profesionales que no buscan la gloria, porque servir es su vocación; así reza el Himno de los Especialistas del Ejército de Tierra, donde la honradez y consagración no pueden ser menos, entre los principios y valores que retratan la elegancia de ese ejercicio callado y silencioso, avalando la operatividad de las unidades aglutinantes de las Fuerzas Armadas de España.
Hoy, en esta jornada tan relevante, abiertamente se testifica el respeto a nuestras tradiciones, teniendo un reconocimiento destacado a Don Juan Bosco, umbral y fundamento del Patrón del Cuerpo de Especialistas del Ejército de Tierra y de las Especialidades Fundamentales de Electrónica y Telecomunicaciones, así como de Mantenimiento y Montaje de Equipos; Electricidad; Informática; Automoción; Mantenimiento de Aeronaves; Mantenimiento de Armamento y Material; Mantenimiento de Vehículos; Mantenimiento Electrónico y de Telecomunicaciones; Chapa y Soldadura; Montador Electricista y Montador de Equipos.
Este sublime Soldado del Cuerpo de Especialistas, encarna como a uno de tantos otros, a los Ejércitos de España, deseosos de honrar a un pretérito que defiende al futuro; porque, con el aprendizaje escrupuloso, el apresto aplicado, el servicio solícito, la entrega ilimitada y el empeño diligente, nos facilita las especialidades técnicas más avanzadas, ambicionando conservar los materiales y medios más complejos de los que dispone la milicia del siglo XXI.
Nada mejor resulta de este incólume recorrido, que glosar e ilustrar la figura del Protector de este Cuerpo, Don Juan Bosco: sacerdote, educador y escritor italiano del siglo XIX, distinguiendo, tanto honesta como orgullosamente a nuestros Soldados Especialistas, para recapitular, reconocer y honrar aspectos tan manifiestos que, irremisiblemente confluyen de la amplísima riqueza cultural, histórica y patrimonial de los Ejércitos de España.
Inicialmente, Juan Bosco, denominado en italiano Giovanni Melchiorre Bosco, más conocido como Don Bosco (I Becchi, 16/VIII/115 - Turín, 31/I/1888), junto a sus hermanos Antonio y José, procedían de una familia campesina que subsistía como peones de la descendencia Biglione.
El protagonismo en la educación y formación durante su infancia, recaería a manos de su progenitora doña Margarita Occhiena; una mujer de fuerte carácter, arraigada devoción e intensa adhesión a su estirpe, en medio de la penuria y el espíritu de obediencia y recogimiento transmitidos, que con el paso de los años alcanzó su vertebración máxima en las perspectivas de la misión de Don Bosco.
Una breve reseña del contexto que nos sitúa en el acontecer de la vida diaria de este hombre, corresponde a lo que en la Historia de Italia se ha designado la etapa de unificación italiana o el resurgimiento (1815-1914); donde Don Bosco, a partir de 1870 con la declaración final del Reino de Italia, era ciudadano de pleno derecho; obviamente, antes de esta coyuntura, convivió como residente del Reino de Piamonte-Cerdeña.
Hay que tener en cuenta, que casi la totalidad de los estados de la Península Itálica, se hallaban vinculados a dinastías contempladas como ‘no italianas’; entre ellas, los Habsburgo y los Borbón. Toda vez, que el Reino Piamonte-Cerdeña estaba gobernado por la Casa de los Saboya, los únicos que eran considerados históricamente italianos; lógica, por la que exhibió el título de ‘Rey de Italia’.
Además, la Iglesia Católica ejercía dominación sobre otras administraciones, como los Estados Pontificios, lo que puso a Roma en jaque, apremiada por los nacionalistas, a convertirse en la capital de la unidad política. Sin embargo, Don Bosco nació en uno de los estados principales dentro del movimiento centrípeto o de irredentismo italiano, bajo el reinado directo de los Saboya.
Mismamente, el siglo XIX se desenvolvería con fases de profundas mutaciones y pronunciamientos en todas las vertientes. Así, durante estos trechos, los sucesos más notables de la Revolución francesa (5/V/1789-9/XI/1799) con la aproximación de los nacionalismos y el comienzo de las repúblicas americanas, se caracterizaron por las revoluciones industriales; el impulso en la conceptuación de democracia; los grandes inventos; el materialismo dialéctico y, por último, el impresionismo artístico.
Recuérdese al respecto, que cuando apareció Don Bosco, el Imperio Español estaba subyugado a las pretensiones napoleónicas y, posteriormente, atenuado, desafiaba la progresión del nacionalismo criollo en Hispanoamérica, auspiciando la irrupción de otras repúblicas que tuvieron un papel fundamental en el crecimiento del carisma salesiano.
Pero, mientras América se libraba del colonialismo del viejo continente, África y Asia quedaban diseminadas por este sistema social y económico.
Con férreas aspiraciones de aprender y mejorar, los primeros años de este joven se convierten en las peculiaridades más visibles que persisten en la marcha de sus sueños. Debiendo de hacer frente a arduas dificultades derivadas de la estrechez económica preliminarmente mencionada; a lo que hay que añadir, la negativa de sus hermanos, que por activa y por pasiva lo prefieren implicado en las labores del campo.
Lo cierto es, que Don Bosco, finalmente sería el único entre sus parientes que haría acto de presencia en la escuela, gracias a la contribución incansable de su madre; pero, sobre todo, por la perseverancia de su personalidad.
Ya, en 1828, deja Becchi para trasladarse a Moncucco, a unos ocho kilómetros, para ganarse el sustento como pastor en el hogar de la familia Moglia.
Desde su sencillez e inocencia, manifiesta un espíritu inquebrantable de liderazgo, aflorando las señas de identidad del que más adelante será su apostolado entre las juventudes; reuniendo a chavales y críos en los intervalos de ocio, distrayéndolos con prácticas de malabarismo e historietas que reproducen recados didácticos. Sin obviarse, que en esta etapa comienza a intuir su ofrecimiento a la vida clerical, hecho que más tarde quedaría definido con fervor y asistencia sacramental.
Dados por iniciados los estudios secundarios en Chieri, en 1831, no le queda otra que materializar un sinfín de ocupaciones para sufragarlos, empleándose a fondo en menesteres propios de zapatería, ferretería y sastrería que, a posteriori, aprovecha con los más jóvenes. Desenvolviéndose hábilmente en actividades dramáticas, musicales y de prestidigitación, que le alientan a organizar un movimiento juvenil al que bautiza ‘La sociedad de la alegría’.
Inquieto por los recursos minúsculos que le impiden a duras penas continuar la formación sacerdotal, el 18 de abril de 1834 opta por incorporarse al entorno de los franciscanos. Poco después, su determinación cambia de raíz, porque, un sueño sugerido por unos frailes, le indica lo contrario. Definitivamente, el 30 de octubre de 1835, con la recomendación del sacerdote José María Cafasso y el apoyo del sacerdote Cinzano, a la edad de 20 años ingresa en el Seminario Diocesano de Chieri.
Durante este época, la Iglesia Católica estaba afectada por un pensamiento espiritual y teológico conocido como el Jansenismo; instituido en el siglo XVII por el obispo Corneli Janssens (1585-1638), que originó un rigorismo moral extremo; estimado como sinónimo de intransigencia; un movimiento puritano que subrayaba el pecado original y la corrupción humana. Su tesis sobre la salvación, que niega la concurrencia de la libertad humana, lo haría ser condenado como herético.
Cuando Don Bosco accede al seminario, este enfoque teologal se encontraba en su máximo auge, en tanto, que era propósito de contradicción por destacados personajes como el padre Cafasso, su confesor y parte esencialísima de los jesuitas, consiguiendo que la Iglesia desacreditara esta tendencia.
Aunque, experimentó la severidad del jansenismo en su conducción y enseñanza sacerdotal, sometiéndolo a contriciones desmedidas, aparte de privarle a la hora de hacer deporte, o en la elección condicionada de los amigos, hizo que la búsqueda habitual de la comunión que le era tan necesaria, esta corriente se la desaconsejara. Muestra irrefutable que Don Bosco tenía otro juicio de la gracia divina.
De hecho, sus cronistas evidencian que en las postrimerías de su instrucción eclesiástica, elige entre sus designios a San Francisco de Sales (1567-1622), como paradigma de clarividencia. El santo obispo de Annecy, con el dogma espiritual salesiano, se auspició como una de las objeciones perceptibles a la intransigencia jansenista; cómo, así mismo, en el soporte del apostolado de Don Bosco, hasta el punto, de otorgarle su nombre a la Congregación que, en consecuencia, establecería al amparo de los jóvenes.
De esta forma, con veintiséis años, el 5 de junio de 1841 se ofrece al ministerio del servicio a la Iglesia y a Dios en la capilla privada arzobispal presidida por Monseñor Franzoni, arzobispo de Turín. Pronto, concelebraría su primera eucaristía en la Iglesia de San Francisco de Asís.
Inmediatamente, viaja a Turín, donde admite la indicación del padre Cafasso, anticipando tres años más de estudios en el Instituto Pastoral Convitto Eclesiastico, colindante a la Iglesia citada antes. La intención de dar continuidad a estos estudios, radicó en ahondar en su función sacerdotal, la predicación y la teología moral. Simultáneamente, colaboró en los oficios pastorales de varios centros de la ciudad, conociendo de primera mano el escenario alarmante de la juventud.
Un paréntesis crucial en la semblanza de Don Bosco, subyace en los registros del momento; me explico, las estadísticas de 1841 justifican que 7.148 niños menores de 10 años, estaban destinados en deberes más concernientes a personas adultas, como ayudantes de obras, cortadores, deshollinadores y otras tantas faenas.
Por lo tanto, se atisbaba los coletazos iniciales de la revolución industrial que hacía despuntar sus primeras derivaciones en la capital saboyana, donde los obreros habían de ocuparse hasta catorce horas diarias, por honorarios que no sobrepasaban las 30 liras semestrales. Al unísono, las penitenciarías turineses estaban repletas de muchachos tan jovenzuelos como de doce años, en circunstancias conmovedoras de total aglomeración.
Era más que evidente, que de manera apresurada, Don Bosco de procedencia campesina se conmovió ante estas condiciones paupérrimas, con las que él mismo se asemejaba; desechando cualquier proposición que le hubiese asegurado una existencia más acomodada y de sosiego entre la clase burguesa.
Si bien, Don Bosco ya era un sacerdote diocesano, empezó a crecer en la convicción de una comunidad religiosa que prolongase su tarea evangelizadora; pero, semejante proyección, podría ser desacertada en unos lapsos en los que se recrudecían las disputas entre la influencia del Estado y la Iglesia.
Es por este motivo, que la Congregación Salesiana inspirada por Don Bosco, combina componentes que no entran en trance con el colectivo civil y que a la postre, serán valiosísimos en el esparcimiento del carisma por los confines de la Tierra.
Por ello, la nominación oficial de los salesianos pasaría a ser ‘Sociedad de San Francisco de Sales’. Impidiendo a todas luces, nombrar a los laicos consagrados como ‘hermano’ o ‘fray’, para sencillamente llamarlos ‘señor’; mientras, la estructura de la autoridad religiosa no designó a los superiores como ‘prior’, ‘provincial’ o ‘superior general’, sino, ‘director’, ‘inspector’ y ‘rector mayor’.
Los primeros jóvenes integrantes del ‘Oratorio de Valdocco’, tal como se distingue la experiencia juvenil educativa e informal suscitada por Don Bosco, incidiría en Miguel Rúa, Angelo Savio, Francesia, Juan Cagliero, Turchi, Rocchietti y otros que acogieron esta iniciativa. La finalidad de la Congregación Salesiana trataba de profundizar en la santificación personal y persistir en el cuidado escrupuloso de los adolescentes, fundamentalmente, aquellos con más carencias instructivas y educacionales.
El arranque en lo que atañe a su incuestionable admisión, no fue sencilla y contrajo graves inconvenientes. Con todo, emprendió su propagación en unas cuantas casas salesianas, primero en Piamonte: respectivamente, Lanzo, en 1864; Cherasco y Alassio, en 1869; Valsalice, en 1872 y Vallecrosia, en 1875.
La otra empresa incesante de Don Bosco, concierne al establecimiento de las Hijas de María Auxiliadora; porque, hasta ahora, había centralizado todos sus esfuerzos apostólicos en los muchachos.
La revelación de otro sueño con la complicidad inmaculada de la Virgen María, le empuja a comprometerse con las muchachas. Y, es que, tras conocer al padre Pestarino, le habla en primera persona de María Dominga Mazzarello (1837-1881), más conocida como madre Mazzarello; una muchacha de su parroquia, en Mornés, que encierra en su corazón la piedad y misericordia por las jóvenes más desamparadas.
El 8 de octubre de 1864, Don Bosco coincide con la joven y de este cruce de palabras se fraguaría la creación del Instituto de Hermanas del carisma salesiano; sin duda, una grata satisfacción para las jóvenes. En diciembre de 1877, se constata la primera expedición misionera de las Hijas de María Auxiliadora en América, más en concreto, en Uruguay, ubicándose en Villa Colón, localidad de Montevideo.
También, su afecto y popularidad conquistaría el cariño de personalidades ilustres como el Papa Pío IX (1792-1878), que lo acuñó como ‘el tesoro de Italia’; y, por ende, cardenales como Alimonda, que describió a Don Bosco el ‘divinizador del siglo’.
Del mismo modo, el Papa León XIII (1810-1903) comentó a los salesianos: “Don Bosco es un santo”; idénticamente, obispos, nobles e inclusive, nacionalistas y anticlericales como Ratazzi, en 1867 expresó al pie de la letra: “para mí, Don Bosco, es quizás el más grande milagro de nuestro siglo”.
Amén de su apasionado encaje educador y fundador, editó más de una cuarentena de libros teológicos y pedagógicos, entre los que destaca “El joven instruido”. El mismo santo, se dedicó a la compilación y publicación de los “Sueños de Don Bosco”, completando 159 pasajes, en ocasiones, precursores de lo que estaría por sobrevenir en el retrato de este hombre.
El 31 de enero de 1888 el ‘apóstol de los jóvenes’ descansó en el Señor, donando un volumen afianzado moralmente para sus pobres muchachos, con fundaciones ofrecidas íntegramente a la educación y a la formación profesional de los más jóvenes y salesianas, que avivadamente prosperaron.
A pesar de su canonización en 1934, Don Bosco, atesora su nombre secular como uno de los más prolíferos preceptores de la educación en el siglo XIX, conmemorándose la festividad en su honor el día 31 de enero para constituirse en el Patrón de las Escuelas de Formación Profesional.
Consecuentemente, alcanzamos la parte de este relato en la que Don Bosco es correspondido por el Cuerpo de Especialistas del Ejército de Tierra, para ello, indiscutiblemente, lo hace con los honores que merece. Siendo preciso retroceder al año 1998 y a los días 27 y 28 del mes de noviembre; fecha que acogió el ‘I Seminario sobre el Cuerpo de Especialistas’ en la Residencia de Navacerrada, en Madrid.
El programa aspiraba conferenciar y reflexionar sobre las singularidades, características e idiosincrasias del susodicho Cuerpo. Haciéndose ostensible la conveniencia y el interés de disponer de un Patrón, que protegiera y abanderara el talento y las virtudes de los Especialistas.
En la candidatura de Don Bosco se evaluaron las tradiciones históricas, reconociéndose la preservación de éste, con el que existía una coincidencia extendida con el mismo Cuerpo; además, muchos de los asistentes habían sido o eran alumnos de los Centros que ya lo acogían como Patrón de las Escuelas de Formación Profesional.
Por fin, alcanzado el 24 de enero del año 2000, recién estrenado el siglo XXI, se notifica el nombramiento oficial de San Juan Bosco como Patrón del Cuerpo de Especialistas del Ejército de Tierra. Acontecimiento puntual rubricado según el Acta formulada por la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, autorizada por el Arzobispo Castrense de España, Excelentísimo Señor Don José Manuel Estepa Llaurens (1926-2019). Admitiendo la voluntad común de los militares católicos relacionados con el respectivo Cuerpo, como modelo de inconfundible inclinación por este Santo, quien se ofreció con todas sus fuerzas al magisterio instructivo de los jóvenes.
Gracias, al favor extraordinario de Don Juan Bosco, desde aquel momento, este Bienaventurado es distinguido como Protector de este Cuerpo.
En esta mañana de intenso regocijo para la gran familia del Cuerpo de Especialistas, nos congratulamos en amplificar las felicitaciones más ardientes a cuántas y cuántos celebran su Patrón, con el recuerdo afectuoso y estimado para quiénes están lejos de sus seres queridos, cumpliendo su misión en el extranjero; con una dedicatoria emocionada a los Especialistas que, en cualquier parte e instante o eventualidad, entregaron todo, por salvar a España.
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