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San Antonio, un cole que engancha

Aunque al principio les resultaba enorme pronto se ha quedado pequeño. Es el Colegio Público de Educación Especial que durante toda la semana celebrará con múltiples actividades diez años en estas instalaciones bajo el lema ‘Tú lo haces especial’

“Si no me gustara estar aquí, si no me llenara este trabajo, ya me habría marchado hace tiempo”. La afirmación de Manila Mendo es compartida, de uno u otro modo, por todo el cuerpo docente y profesional del Colegio Público de Educación Especial ‘San Antonio’. Un colegio diferente. Un centro que todos, allí dentro, hacen especial. Desde los conserjes que atienden la puerta hasta todos y cada uno de los 124 alumnos de entre 3 y 21 años que en este curso reciben clase diariamente. De las paredes ya cuelgan varias muestras de la celebración. Decenas de fotos, algunas realmente preciosas, que muestran la cara amable de un trabajo en ocasiones difícil y tremendamente exigente. La cara que, al mirarla, les confirma lo que interiormente ya saben: merece mucho la pena ir a trabajar cada mañana.
“La sensación aquellos días era doble. Por un lado la ilusión de ir a un nuevo colegio, mucho más espacioso, pero al mismo tiempo la pena de perder en cierto modo ese sentimiento familiar porque los alumnos se iban a duplicar y los profesionales lo mismo”, comenta la actual directora, Rosa de la Torre, que al mismo tiempo tras 18 años vinculada a ‘San Antonio’ es una de las más antiguas del lugar. Y es que los días previos al 19 de enero de 2003 fueron “de locura”. Esa fue la fecha del traslado definitivo del centro a las nuevas instalaciones, ubicadas tan solo unos metros más abajo en la misma calle, pero mucho más grandes y espaciosas. En este 2013, por tanto, se conmemoran sus diez primeros años de vida. Una celebración que el equipo directivo aplazó hasta el mes de abril principalmente por motivos climatológicos ya que “vamos a realizar casi todas las actividades en el patio y en enero iba a hacer demasiado frío”.
Antes de 2003 el récord de alumnos estaba en 60 niños. El espacio era tan reducido que dos de sus aulas debían estar acogidas en el ‘Juan Morejón’ y en el ‘Ramón y Cajal’. Hoy cuentan con 124 a pesar de que el colegio se planificó para unos cien alumnos. Una cifra que ya hace varios cursos se superó. A pesar del incremento, también de profesionales, las paredes del centro nos muestran que en la medida de lo posible ‘San Antonio’ continúa con la alegría y el espíritu familiar.
Cuatro son los ejes fundamentales que velan por el bienestar y la educación de los alumnos. Maestras, cuidadoras, enfermeras y fisioterapeutas que se desviven por garantizar la calidad de vida y el progreso cognitivo de los niños. Alumnos que, cuando salen con 21 años, sienten que dejan parte de su vida ahí dentro. “Verlos marchar es super triste, pues las familias de muchos de ellos carecen de recursos y, por ejemplo, no pueden costear las sesiones de fiosioterapia que necesitan”, comenta una de las cinco fisioterapeutas, Irene Martos. Su labor se compone, principalmente, de trabajo analítico “que depende de la patología de cada niño y es totalmente individualizado”. Aparte, se debe trabajar con un equipo multidisciplinar aspectos como la higiene postural, la adaptación de materiales, rehabilitación de materiales... No todos los alumnos precisan de sus manos. “Quienes siempre entran en cuadrante son los que padecen algún tipo de parálisis cerebral, que tienen tres sesiones por semana, el resto según si tienen problemas de espalda o el acortamiento de algún miembro que le impide hacer vida normalizada”, expone Martos.
El objetivo, muchas veces, ya no es la mejora, sino no empeorar. De ahí que el concepto ‘calidad de vida’ sea el más importante. Pero la fisioterapia o los ciudados sanitarios no son los únicos que la garantizan. También es muy importante la labor de los 15 cuidadores que velan por la higiene, el lavado, que trasladan a los alumnos a sus diferentes actividades dentro del propio centro, que vigilan los recreos... “El traslado fue muy emotivo, allí éramos pocos, como una familia... nosotros pasamos de ser 8 a 15 cuidadores”, comenta una de ellas, Alicia Sánchez, “por este centro hemos visto pasar a gente muy válidas, algunos ya jubilados, otros trabajando ahora en otros centros”.
Aquel cambio de centro fue, a la par, divertido. Como un juego más. Y los recuerdos son algo dispersos porque, como defiende Sánchez, “si las cosas van a mejor casi que se te olvida”. Y así ha sido. Lo bueno se ha mantenido y lo menos bueno ha ido a mejor. “Hay muy buen clima de trabajo, hacemos mucho hincapié en la creatividad, aquí siempre estamos inventando cosas nuevas”, explica la maestra Matilde Mendo.
Todas, sin excepción, defienden que para trabajar allí no es necesaria una pasta especial. Simplemente te tiene que gustar tu trabajo. “Muchas veces yo no lo entiendo, cuando la gente me pregunta que cómo puedo trabajar aquí, cuando me muestran su admiración... no alcanzo a comprenderlo porque cuando estás aquí tratar con los niños es algo que sale solo, que te nace de dentro. No lo piensas igual que no te paras a valorar qué les das y qué te dan, solo les tratas como lo que son: personas”, reflexiona Sánchez, casi sin encontrar las palabras para trasladar un mensaje que, de tan interiorizado, cuesta verbalizar.
Impresiones y puntos de vista que se entrelazan en torno a una misma idea. La de que el colegio de San Antonio, sin duda, engancha.

“Cuando llegas te preguntas: ¿Estaré a la altura?”

Susana Gabari y Mabel Pardo son las dos enfermeras que velan porque no haya ningún contratiempo. La vinculación de Gabari y el colegio tiene bastante de especial. Porque nació de modo casual, pero los lazos creados fueron tan fuertes que ahora la joven DUE no podría imaginar trabajar en otro lugar. “Empecé de voluntaria en el colegio antiguo, pues cuando yo llegué no había en el centro nada a nivel sanitario más allá de un botiquín como el que hay en cualquier empresa, así que poco a poco nos fuimos haciendo con todo el material, compramos una camilla... me fui entrevistando con los padres para hacer el historial de cada niño...”, rememora. Los fondos FEDER le proporcionaron su primer contrato, “aunque cuando estaba sin contrato yo seguía trabajando igual como voluntaria”.
Una iniciativa que, al cabo de unos años, tuvo premio hasta que hace tres años consiguió definitivamente su plaza.
Cuenta que la figura sanitaria es clave, pues hay más de cien niños con todo tipo de patologías, algunas de ellas bastante graves. De los bolsillos de su divertido uniforme sobresalen algunos materiales e instrumentos médicos. Siempre va “equipada” para estar preparada si le toca atender las crisis convulsivas que algunos alumnos presentan con relativa frecuencia o los atragantamientos. “Dar la medicación, hacer las pruebas de glucosa y administrar insulina a los niños diabéticos, curas  de heridas, traumatismos y úlceras, porque como a nivel circulatorio no están muy bien les hacen bastantes, poner vacunas, controlar el sobrepeso... velar en definitiva por el buen estado de todos”, enumera entre alguna de sus funciones.
A Gabari se le encharcan ligeramente los ojos cuando se le pregunta por qué le gusta trabajar con este tipo de pacientes. “Son especiales en todo y sacan lo mejor de cada uno de nosotros, aquí hay profesionales que te ponen los pelos de punta porque lo que tienen es pasión”, comenta. Indica que si hay un rasgo por encima de todos que se deba destacar es la paciencia “porque los avances son muy pequeñitos, pero por pequeño que sea es un triunfo”.
A nivel médico las enfermeras están más que satisfechas. “Muy pocas veces se nos hace necesario llamar al 061, pues estamos bien equipadas a nivel instrumental para intervenir en caso de emergencias. Contamos incluso con un desfibrilador”, reconoce. Se sonríe cuando ejemplifica cuáles son esos minúsculos detalles que le hacen sentir orgullosa y destaca por encima de todo la humanidad que aporta el trabajo entre esas cuatro paredes. “Les pones una tirita y te hacen una fiesta”, comenta, “vienen enseñándote una cicatriz de una herida de hace semanas solo para que les pongas algo, para reclamar tu atención”.
Lo que ellos quizás no saben es que no necesitan hacer nada para conseguir que sus enfermeras piensen en ellos porque “este trabajo engancha, a mí me tocó estar dos años fuera y lo viví como un drama, lo echaba muchísimo de menos”. Más de una década después Gabari, como les ocurre a la inmensa mayoría de los maestros, cuidadores y demás profesionales que trabajan en San Antonio ha dado respuesta al interrogante que más le preocupaba cuando entró por vez primera por la puerta. “Entré muerta de miedo porque este colegio, cuando llegas, impacta ya que a muchos de estos niños no les ves paseando por la calle y te preguntas ¿yo voy a estar a la altura?”.

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