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San Antonio

Que San Antonio no es lo que fue lo sabemos bien quienes ya peinamos canas. Mas, afortunadamente, nuestra única romería sigue ahí. Puntual y fiel cada 13 de junio, pero carente de la fuerza y del respaldo popular de antaño. Estamos ante una de nuestras tradiciones de mayor abolengo. Así figura en la publicidad institucional turística de la ciudad, junto a otras celebraciones tan arraigadamente nuestras como Semana Santa, Feria, Carnaval, las cruces de mayo, la Mochila o la Virgen del Carmen.
San Antonio, al igual que el Día de la Autonomía, se ha terminado convirtiendo en un puente festivo, en un trampolín más del calendario para la escapada de la ciudad o, simplemente, para el disfrute de un día de playa en medio de la semana.
Salvo honrosas excepciones, tampoco parece que a la juventud entusiasme como antaño la romería. Recuérdense aquellas acampadas masivas de la víspera o las verbenas multitudinarias en la explanada inferior de la ermita hasta altas horas de la noche. Está claro que sus intereses actuales van por otros derroteros.   
Cabría añadir un factor más en contra. Ni el Hacho ni San Antonio tampoco son lo que fueron. El cerramiento y  la práctica desaparición de aquel bucólico bosque de pinos que se extendía desde la trasera de la ermita hasta la zona de Cuatro Caminos, en el que los romeros comían y confraternizaban disfrutando de una jornada campestre que enlazaba con la asistencia a la procesión vespertina, se acabó para siempre con la inoportuna construcción de los polvorines en las entrañas del monte. Y ya con posterioridad, la aparición de edificaciones para usos residenciales en la ladera oeste del Hacho, fue el remate para la pérdida de tan privilegiados espacios, antaño aprovechados por los romeros para disfrutar del día.
Todo ello nos ha conducido hacia una romería distinta en la que lo más sustancial permanece en pie. La misa en la explanada de la ermita sigue siendo concurrida así como el posterior reparto de centenares de bollitos bendecidos, antesala de la procesión del santo acogida con calor por parte de sus fieles devotos y de quienes acuden a la celebración.
Pese a todo, la tradición, de momento, no peligra. Detrás está esa sólida hermandad de San Antonio con su entusiástico trabajo durante todo el año, con personas comprometidas y ajenas al desaliento. Del mismo modo, las últimas corporaciones no han dudado en prestar su total apoyo a la tradición, algo vital en estos tiempos en los que los vientos no parecen soplar del todo a su favor.
Precisamente las épocas de abandono de la romería coincidieron siempre con el desinterés, cuando no del olvido total, de los ayuntamientos de turno. De ahí que el Centro Hijos de Ceuta decidiera recuperar por su cuenta una difuminada celebración que en nada se parecía a la anterior de 1915, cuando la procesión bajaba hasta las Heras y volvía a subir por todo el monte.
Tampoco fueron buenos los tiempos de la República en los que el acontecimiento perdió su validez oficial, hasta que, a partir de 1945, con medio día de jornada festiva, los ceutíes volvieron al reencuentro con la tradicional cita. Años después, el alcalde Francisco Ruiz Sánchez la resucitaba de nuevo, devolviéndola a sus mejores tiempos. Lo propio hubo de hacer, en 1973, la corporación presidida por Alfonso Sotelo, y vuelta a empezar, posteriormente, a principios de los noventa hasta nuestros días.
En las fotografías, dos épocas. Años cincuenta a la izquierda. La imagen es suficientemente expresiva y alejada de la actual. Tiempos de mesas vestidas de lienzo blanco atestadas de comidas típicas, chiquillos en los columpios de los árboles, vendedores de naranjas, manzanas, pipas, dulces y bebidas con sus típicos puestos; improvisados bares que en los que el vino no solía dar de sí; soldados, muchos soldados de uniforme; bailes en el turístico ‘Eden Beach’ de Cataneo; verbena popular… En la de la derecha, la imagen del santo en procesión, cuando pasa por el objetivo de la cámara de nuestro redactor gráfico, el genial ‘Quino’. Son otros tiempos, sí, pero San Antonio siempre el mismo: el casamentero, el patrón de los objetos perdidos, el santo de niños, jóvenes y ancianos; el protector de los enfermos y menesterosos…
Si algún día desapareciera su romería, lo tengo claro, sería la señal inequívoca de que Ceuta habría perdido también su identidad para siempre.

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