Decía San Agustín, hombre santo, cultivado sin par y curtido, que había que rezar como si solo dependiese de Dios y trabajar como si solo dependiese del hombre. Los creyentes deberíamos aplicarnos las dos partes y los no creyentes solo la segunda. De cualquier forma, el trabajo bien realizado será la pieza fundamental que nos saque de esta crisis en la que nos encontramos.
Esperamos demasiado del Estado y lo esperamos porque a muchos ciudadanos les gusta el “estado paternalista” y, además, la mayoría tenemos la sensación de pagar una enorme cantidad de impuestos y tasas para satisfacer el costo de unos servicios gigantescos y de calidad. Demandamos una educación de calidad, una sanidad inmejorable, autovías a cualquier lugar, trenes de alta velocidad hasta la puerta de casa, aeropuertos cada cien kilómetros, justicia gratuita hasta la enésima apelación, seguridad ciudadana personalizada, televisiones públicas sin límites, una oferta cultural permanentemente subvencionada… Y nos estamos dando cuenta de dos cosas fundamentales: una, que todo eso cuesta muchísimo dinero, y la otra, que gobernar es mucho más que dirigir el Estado.
No seré la primera voz que anuncia que el mejor gobierno es el que no se nota, y para que esto ocurra el Estado debe ser muy pequeño y la Nación muy grande. La segunda parte estoy totalmente convencido que lo tenemos, pero la primera…
No existen fórmulas mágicas ni hay nada nuevo bajo el Sol, pero no basta con aplicar viejas y conocidas recetas económicas y sociales para avanzar hacia un futuro, no ya más sólido, sino menos incierto. El aplicar políticas en una dirección u otra no es un proceso rígido ni unidireccional, al contrario, los gobiernos deben tener una sobrada capacidad de análisis y ser lo suficientemente ágiles para anticiparse a procesos irreversibles o de difícil y costosa reversión.
El tiempo apremia y nos encontramos en un momento en el que es mucho más urgente tomar medidas encaminadas al futuro, que adoptar políticas sociales para sanear los nocivos efectos de la crisis.
Urge más legislar para crear empleo, que construir sistemas sociales para atender la demanda de la dantesca fila del paro. Esto no significa abandonar a la gente a su suerte, significa que debemos construir un sistema sólido para que todos salgamos a flote y no desatender el objetivo, salir de la crisis, para curar las heridas que esta causa.
Los recursos siempre son limitados, y ahora más que nunca. Destinar gran parte de los recursos en garantizar un Estado de “bienestar social” es priorizar el gasto frente a la inversión o el ahorro, en momentos de gran escasez. Pero identificar qué es invertir para el Estado no es fácil. Muchos pensamos que, por ejemplo, educación y sanidad son inversión estatal.
De lo que estamos todos totalmente convencidos es de que nos va a hacer falta ayuda divina y mucho trabajo para salir de estas. Una vez más, San Agustín llevaba razón.
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