El peregrino que se dirija por el Camino Francés para ir a Santiago tendrá que pasar por Triacastela , la ciudad de los tres castillos. A la salida de esta población el Camino se bifurca presentando dos opciones al caminante, tomar dirección por San Xil o ir por Samos. Como las dos son verdaderamente muy atractivas, no nos debe preocupar en exceso el resultado de la elección: Si elegimos la primera recorreremos el más histórico,y además conoceremos aldeas de indudable belleza. En caso de decidirnos por la segunda (aunque sean cinco kilómetros más larga) tendremos la ocasión de conocer el famoso monasterio benedictino de Samos. Si su visita es interesantísima, la imagen que nos ofrece en la distancia es tan monumental y bella que nos vemos obligados a detenernos para contemplarla en todo su esplendor (representado en la acuarela). Como quiera que siento la necesidad de deleitarme tranquilamente para grabar en la retina tan bella estampa, tal vez contagiado por las parsimoniosas aguas del río Oribio que la circunda, me apoyo en un viejo árbol, mis ojos escudriñan ansiosos los recios muros del cenobio, a la vez que voy imaginando la proeza de su construcción, al mismo tiempo que recuerdo la serie de atropellos que sufrieron estos monjes a través de la Historia. Y es que, a pesar de la reputación que tenía dicho centro religioso como centro de caridad, limosna, hospitalidad y refugio de los desamparados, sufrió durísimas incursiones, tanto de normandos como de daneses y , posteriormente, también de los franceses (durante la llamada Guerra de Independencia) que la expoliaron de todo aquello que pudiese contener algún valor. Por si fuera poco, en ese mismo siglo ,la plaga de la desamortización de Mendizábal (saqueo del liberalismo decimonónico) llegó a este apartado y tranquilo rincón de Galicia expulsando del mismo a los frailes que con tanto esfuerzo lo habían levantado y sostenido. Por eso, después de sufrir incendios, saqueos y destrucciones, al verlo en pie, tan firme y solemne, me vino a la memoria aquella pintura en la que Pedro Pablo Rubens representó a la Iglesia en un carruaje que, guiado por el Espíritu Santo, vencía al Odio, a la Furia, la Discordia, la Ignorancia y a la Ceguera.

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